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Columna
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La verbena de la Paloma

La política madrileña y la campaña electoral que está teniendo lugar estos días parecen más una zarzuela que otra cosa

Julio Llamazares
Debate electoral en Telemadrid con todos los candidatos a la presidencia de la Comunidad de Madrid.
Debate electoral en Telemadrid con todos los candidatos a la presidencia de la Comunidad de Madrid.EUROPA PRESS/J. Hellín. POOL (Europa Press)
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Decía Andrés Trapiello en entrevista en este periódico que no existe la madrileñofobia. Se ve que sale poco de Madrid o que, cuando sale, no escucha a la gente. Claro que también decía que el madrileño no se da mucha importancia, lo que leído fuera de la capital sonará a broma, incluso a muchos dentro de ella. Desde hace tiempo en España no se habla de otra cosa que de Madrid y su propia presidenta la ha definido como una España dentro de otra. Si eso no es darse importancia…

Llevo 40 años viviendo en Madrid y en ese tiempo he visto cambiar la ciudad desde aquel poblachón manchego mezcla de Navalcarnero y Kansas City que dijo Cela a la macrociudad moderna y cosmopolita que es hoy y que aspira a ser, más que el centro del país, todo él en base a su privilegiada posición y situación y al ensimismamiento político que se ha derivado de ello y que ha dado lugar a un nacionalismo madrileño que saca pecho ante los periféricos como si los demás españoles fueran adversarios o, en el mejor de los casos, hermanos pobres a los que compadecer. ¿Cómo pueden seguir viviendo en provincias pudiendo hacerlo en la capital de todos?

Lo malo es que los hechos les dan la razón a los madrileños, cuyos anhelos y tribulaciones se han convertido en los de todos los españoles para los medios de comunicación, ya sean los daños del temporal Filomena, ya sean sus elecciones autonómicas, que se trasmiten para toda España como si a todos los españoles les importara el resultado de ellas más que el de las suyas propias. Claro que lo que sucede en la capital de un país afecta e interesa a todo él, pero en ningún lugar ha ocurrido lo que hoy sucede en España, que lo que pasa en Madrid parece lo único, incluso solapando a lo que pasa en Cataluña y el País Vasco, durante años el principal tema de conversación para los españoles. No es de extrañar que la presidenta Ayuso, cuyo atrevimiento está a la par de su candidez mental, pretenda competir con el presidente de la nación más que con quienes realmente compite, que son sus contrincantes madrileños del resto de los partidos en las elecciones autonómicas que ella misma convocó.

Así las cosas, la política madrileña y la campaña que está teniendo lugar estos días parecen más una zarzuela que otra cosa, con sus protagonistas encarnando a los distintos personajes de La verbena de la Paloma y con los espectadores jaleando según sus preferencias sus desplantes y trifulcas, como si lo que se dilucidara fuera su suerte y no la de todos. En el reparto cada uno adopta un papel, pero los hay que sirven para más de uno, pues en esta zarzuela hay personajes que se repiten por más que los actores quieran adoptar una identidad distinta, incluso enfrentándose entre ellos con la boca pequeña. Como en toda zarzuela, al final los protagonistas son dos y los demás les acompañan con mejor o con peor voz, con mayor o menor agrado o resignación. Tan tópica es esta zarzuela que se representa estos días en Madrid que ni siquiera falta el matón, encarnado —por aquello de la modernidad y los cambios de costumbres a los que su formación se opone— por una mujer, esa Rocío Monasterio cuya sola presencia en la verbena hace que esta deje de serlo.

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