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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Abril cruel

Hubo un 14 de abril asesinado. También un 25 d’Abril de ‘desfeta’. Es el mes más cruel si uno es animal ‘d’esperances i memòria’. Pero entonces llegan dos libros y un arzobispo y redimen un poco.

Paco Cerdà
"En la desembocadura del Carraixet havia sorgit un veritable poblat de palafits pulcrament ordenats a banda i banda de la gola". Imagen de 1975 del libro 'En el fons, la terra', de Joan Dolç
"En la desembocadura del Carraixet havia sorgit un veritable poblat de palafits pulcrament ordenats a banda i banda de la gola". Imagen de 1975 del libro 'En el fons, la terra', de Joan DolçJoan Dolç

Es el mes más cruel, abril. Lo dijo Eliot. Hay memoria y deseo en las raíces de una tierra muerta con lluvia de primavera. Aquí hubo un 14 de abril asesinado. También un 25 d’Abril de desfeta. Es el mes más cruel si uno es animal d’esperances i memòria. Pero entonces llegan dos libros y un arzobispo y redimen un poco.

El primer libro tiene unas páginas luminosas, como todas las que escribe Ferran Archilés. Es uno de nuestros mejores ensayistas (Una singularitat amarga: Joan Fuster i el relat de la identitat valenciana), uno de nuestros mejores dietaristas (Ofici de moralista), uno de nuestros mejores historiadores; un intelectual en exceso subterráneo.

Escribe Archilés sobre el fracaso del nacionalismo valenciano. Sobre su incapacidad en el último siglo para articular una comunidad imaginada, una identidad compartida que trascienda la pulsión regional con fuerte acento provincial. Es lo que aborda el libro Ni fet ni desfet, de Natxo Escanell, una inédita historia del valencianismo político desde la Transición escrita después de diez años de estudios, entrevistas y reflexión. Pues bien: según apunta Archilés en el prólogo, no obtener una victoria no es necesariamente una derrota. Dice Archilés que después de cada revolución fallida llega la melancolía. Que siempre ha sido así. Pero que eso no es ninguna capitulación ni implica una nostalgia paralizante. La utopía derrotada engendra una melancolía rebelde. Porque es con las derrotas, escribe el profesor Archilés, como se transmite la experiencia transformadora, revolucionaria. El embrión de quién sabe qué. Quizá, como dijo Joan F. Mira, la continuación de ese país que no está ni acabat de fer ni acabat de desfer; sobretot, no acabat de desfer.

L’ermita dels peixets, en una imagen de 1910 del libro En el fons, la terra, de Joan Dolç.
L’ermita dels peixets, en una imagen de 1910 del libro En el fons, la terra, de Joan Dolç.Arxiu Joan Dolç

El segundo libro va al corazón de este país. A las entrañas del abril cruel. En el fons, la terra: así se titula un gran libro, pura añoranza de ese animal de memòria que es Joan Dolç. Sus páginas no son tanto la evocación del mundo campesino que él vivió en una alquería de l’Horta, como la descripción de su más pura patria: la memoria de su niñez, esa infancia que solo resiste como pérdida. Tots som la mortalla del xiquet que vam ser, escribe Dolç, que también habla de barracas engullidas por la voracidad urbana, de autopistas que cicatrizan la huerta, de la herida de hormigón dins el barranc del Carraixet, y de la decadencia agraria que vendría después hasta llegar a la gente que compra y no habita las nuevas casas. El progreso. Pero también rescata la silueta del tio Casimiro, y Pepe el Granoter y su pasión pesquera, y el zurrón lleno de tordos del abuelo, y aquella vieja espada de empuñadura podrida: negra espada del tiempo. De todo eso solo queda la memoria. Pero queda la memoria. Un tiempo –un yo, en parte también– ni fet ni desfet. No acabat de desfer.

Está la patria. Está la tierra. Está la llengua. Y en medio, crucificado en esa encrucijada, quiere la caverna poner al arzobispo de València, Enrique Benavent, que ha editado por fin los evangelios en valenciano. Cada semana, mi abuelo, de 98 años, me los da a leer en voz alta, con entusiasmo. El otro día, mi suegra oyó una misa en À Punt y llamó emocionada, llorando: Que bonico, mai l’havia sentida en valencià. Y sin embargo, a Benavent no le perdona su osadía la Real Acadèmia de Cultura Valenciana, tampoco Vox, y disculpen la redundancia. “Hasta ahora –ha dicho la RACV–, con el cardenal Cañizares, la Iglesia valenciana ha vivido en paz y tranquila”. Apunte histórico: Tras la salida de los Borja, en 500 años solo ha habido cinco arzobispos de València nacidos en esta tierra.

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Si hasta parecerá que la Iglesia es hoy lo más maulet que queda aquí. Daría risa si no diera pena. Benavent me recuerda al arzobispo maulet Folch de Cardona, el de 1707. Apoyó al arxiduc. Se opuso a Felipe V. Y tuvo que exiliarse a Viena tras el 25 d’Abril.

Ayer y hoy: En el fons, la terra; Ni fet ni desfet. Qué cruel, abril.

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