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Toros
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El toreo actual y su realidad, a propósito de la feria de Fallas

La estructura de la fiesta sigue estancada bajo los intereses creados por el ‘taurinismo’ oficial

Un toro bravo en una imagen de archivo.
Un toro bravo en una imagen de archivo.Andrés Campos

A la vista de las combinaciones de las primeras ferias de la temporada y, en consecuencia, lo que se puede esperar que ofrezca Sevilla, por abril, y Madrid, por San Isidro, la tauromaquia parece estancada y sin vocación de abrir caminos de futuro. Estancamiento, sobre todo, en cuanto a organización y en cuanto a dar paso sin complejos, ni ataduras, a los jóvenes toreros que cada vez tienen más complicado hacerse un hueco en las grandes citas.

La tauromaquia sigue empantanada en registros antiguos, sin que evolucione hacia los nuevos tiempos que corren. Mucho o poco, según se mire, se habla de que la tauromaquia necesita un reconocimiento a nivel oficial. Que es necesario un órgano regulador que, de alguna manera, ponga orden y coherencia al espectáculo. Incluso los mismos profesionales, o algunos de ellos, han clamado muchas veces por esta cuestión. Pero, sinceramente, lo hacen con la boca pequeña. Los poderes fácticos del taurinismo, a pesar de sus reivindicaciones sobre la necesidad de ese organismo oficial, lo que persiguen es autorregular el espectáculo. Decidir todo lo concerniente a este y sus circunstancias. Ser juez y parte, en definitiva. Es decir, buscando una comparación, como si en un partido de fútbol el arbitro no existiera y fueran los propios jugadores, los entrenadores o los presidentes, quienes decidieran si el gol es legal, si hay penalti, si existe un fuera de juego o una tarjeta roja. Más claro: que los intervinientes en el espectáculo taurino decidieran cuando cambiar de tercio, cuando devolver un toro al corral, cuando y en qué cantidad otorgar trofeos...hacer de su capa un sayo y de sus caprichos una decisión.

Se está demostrando, desde hace tiempo aunque no con tanto descaro como ahora, que lo que algunos se ganan en los ruedos lo pierden luego en los despachos. Y al contrario: lo que algunos no se ganan ante el toro, lo consiguen mediante la pertenencia a una administración poderosa. Y así se advierte en la composición de carteles, de ferias. Un órgano oficial que regulara los verdaderos méritos de los toreros posiblemente haría más justicia. Habrá quien diga que el arte del toreo no tiene medida, ni tabla de puntuación que valga, una buena razón para hacer y deshacer a su antojo.

Esta temporada los taurinos ya están lanzando mensajes sobre la supuesta escasez de toros en el campo, sobre todo para las ferias de primera. ¿No será que lo que escasea son toros al gusto de las primeras figuras? ¿No será que lo que se persigue es disminuir la presencia del toro, bajar el trapío, las caras...? ¡Claro que faltaran toros si siempre se anuncian las mismas ganaderías, algunas convertidas en verdaderas factorías de hacer toros en serie! En el campo lo que sobran son toros, pero no al gusto de los principales consumidores. Pregunten a los ganaderos, que los hay y muchos, que tienen toros de sobra, pero que por procedencia, encaste o presencia no son admitidos al gran banquete de las ferias. Pregunten y busquen. Seguro que encuentran.

Las primeras ferias de la nueva temporada, y pongo como referencia la de Fallas por ser la que inicia el ciclo de abonos de primera, han perdido la oportunidad de refrescar carteles y, en consecuencia, el escalafón de los matadores de toros. Un escalafón que se hace viejo y que necesita con urgencia un relevo generacional. La pregunta podría ser, ¿hay relevo? Pues si no se intenta, si no se dan oportunidades, nos quedaremos con las ganas de saber si en verdad los jóvenes triunfadores tienen futuro o si se ha generado en torno a ellos una excesiva expectativa. Pónganlos a torear y saldremos de dudas, pero tengan también un poco de paciencia y no los marginen a las primeras de cambio. Casos, por ejemplo de Ángel Téllez y Francisco de Manuel, que de ser revelaciones en el 22 pasaron la última temporada muy discretos aunque tampoco gozaron de la confianza que deben tener los toreros más jóvenes. Tomen nota Borja Jiménez y Fernando Adrián, casos muy parecidos a los anteriores y que van a entrar en escena esta temporada, por aquello de “cuando las barbas de tu vecino veas afeitar...”.

Un caso singular es el de Tomás Rufo, torero capaz porque lo ha demostrado con creces, pero que sin la protección de El Juli se lo van a poner difícil entrar en carteles de tronío como hasta ahora. Al tiempo.

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Por otra parte, de siempre se ha quejado el taurinismo oficial de que ser apoderado y empresario al mismo tiempo es una aberración y va en contra de los intereses naturales del toreo. Se lo hemos escuchado a todos; sí, a todos. Pero luego, una vez subidos al carro, donde dije digo, digo diego. Aún recuerdo alguna conversación con Simón Casas, que en sus tiempos de lucha por hacerse un sitio entre el empresariado, reivindicaba con golpes sobre la mesa que el empresario debía de ser tal y el apoderado idem de lo mismo, apoderado. Cada uno a lo suyo y un contrasentido y mal para la Fiesta ejercer esa dualidad. De esto que cuento han pasado casi cuarenta años. Simón Casas, productor taurino como se autodenomina, cambió de parecer en cuanto tuvo a su alcance una porción de la tarta. Como él, otros muchos. Por cierto, hay nuevos empresarios que no admiten crítica alguna, que se creen como si fueran inventores del toreo y sus circunstancias.

Y no me olvido de las administraciones, diputaciones, ayuntamientos, gobiernos autonómicos, que tienen a su cargo la gestión de las plazas de toros. Ellos también tienen su cuota de responsabilidad , por ejemplo, a la hora de redactar pliegos de condiciones para el arrendamiento de los cosos. La exigencia artística en esos pliegos es mínima y casi todos los casos parecen ser más defensores de los empresarios que del público. Tomen nota, pues.

Como tampoco me olvido de la falta de exigencia que se ha instalado en el público, que está dando por bueno todo pase lo que pase. Se ovacionan faenas finiquitadas con espadazos infames, que luego son premiadas por palcos sin criterio alguno. Y si a algún presidente se le ocurre ponerse serio, se le llama “robapuertasgrandes” o enemigo de la Fiesta. ¿No será al revés? No será más enemigo el que da por bueno todo, el que carece de exigencia, el que para todo vale que vale todo? Hay quien opina que el toreo duerme con su enemigo que, precisamente, está dentro. Igual también todo es una consecuencia de la complicidad de los medios de comunicación, o de algunos. No sé.

En definitiva, el toreo necesita una revolución a fondo, en su estructura administrativa y en lo que respecta a lo que sucede en el ruedo. Este espectáculo es tan grandioso que los propios profesionales no pueden ser tan torpes como para dejar que languidezca hasta su desaparición. Pero cada temporada que pasa sin reaccionar, es un argumento para los que desde fuera azuzan.

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