Queridos Reyes Magos
Les pido recuperar la autoestima. Por qué los valencianos pintábamos tan poco y por qué no somos capaces de ponerle unas gafas valencianas al mundo
Entiendo que andarán muy ocupados en estas fechas navideñas, pero entiendan también ustedes que, siendo la Casa Real que goza de un mayor prestigio en este loco siglo XXI, me aventure a pedirles algunas cosas. Para mí no quiero nada, no se preocupen. Hoy en realidad vengo a pedirles a sus Majestades algunas cosas para los valencianos. Para que se hagan una idea, somos un poco como el Scalextric o el castillo de Casper, algo que casi todo el mundo desea pero que, a la hora de la verdad, deja en un segundo plano porque es poco práctico. Si no saben a lo que me refiero, ojeen (y hojeen) un poco los periódicos cuando lleguen las próximas negociaciones de los Presupuestos. Sólo les pediré tres cosas, lo prometo.
Volver a ser un motor económico. Los valencianos hemos sido una potencia económica. No obstante, sistema de financiación que nos perjudica mediante, hemos ido perdiendo posiciones en España desde la creación del Estado de las Autonomías. Así, según el Instituto Valenciano de Actividades Económicas (IVIE), la brecha entre el PIB per capita en la Comunitat Valenciana y la media de España ya es del 14.8%. A día de hoy, ya somos la comunidad número 12 en renta por habitante y nuestra productividad por hora trabajada es un 10% menor a la media de España. Con Alacant a la cabeza de la pobreza y la desigualdad, el monocultivo de un modelo turístico depredador, voraz e insaciable y las dificultades para la reindustrialización nos han convertido en el tópico del “Levante Feliz”, un esperpento de lo que fuimos.
Recuperar nuestra autoestima. El otro día estaba viendo Foodie Love, una serie de Isabel Coixet ambientada en Barcelona, que cuenta una historia de amor en sus cafés, sus mercados, sus esquinas. A las pocas horas, encendí la televisión y vi a Ayuso decir que “el Puerto marítimo de Madrid es el de València”. Y me empecé a preguntar por qué los valencianos pintábamos tan poco y por qué no somos capaces de ponerle unas gafas valencianas al mundo. Por qué no somos capaces, más allá de tópicos simplones, de contarle al mundo que lo valenciano no es más, parafraseando al pensador argentino Arturo Jauretche, que lo universal visto a través de nuestros propios ojos. Unos ojos luminosos, mediterráneos y soñadores. Y me acuerdo, entre lágrimas, de la Primavera Valenciana, de aquellos estudiantes armados con sus libros gritando al mundo que su educación no estaba en venta. Y del orgullo que sentí en aquellas semanas de ser valenciano.
Recuperar la comunidad. “Comunidad”, del latín communitas, es un “conjunto de personas que viven juntos, tienen los mismos intereses y viven bajo las mismas reglas”. Y yo me pregunto qué comunidad se construye con unos gobernantes que desprecian sistemáticamente una de las dos lenguas cooficiales que tenemos los valencianos (y a la Acadèmia Valenciana de la Llengua, creada por el PP). Me repito a mí mismo qué comunidad es esta, que vive en una guerra civil fría permanente, Carles Fenollosa dixit. En qué comunidad la oposición prefiere minusvalorar a quienes les han ganado las elecciones a enfrentarse a la impotencia de la derrota (el mismo motivo por el que Rita gobernó 24 años, por cierto). Y qué comunidad tan rara es esta en la que no podemos ponernos de acuerdo siquiera para salir juntos a celebrar nuestra valencianidad un 9 de octubre sin insultarnos entre nosotros. Dejar de ser “fachas”, “blaveros” o “catalanistas” y ser, simple y llanamente, valencianos. Que el “tots a una veu” sean hechos y no sólo palabras. Porque, al fin y al cabo, como diría Borges, nadie es la Patria… Pero todos lo somos.
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