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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

1977-2023: un bucle melancólico

La anunciada amnistía que planea sobre España puede resucitar uno de los mayores temores para los valencianos: quedar relegados en el concierto autonómico

El edificio del Palau de la Generalitat el pasado año, cuando se cumplieron 40 años del Estatut d´Autonomia.
El edificio del Palau de la Generalitat el pasado año, cuando se cumplieron 40 años del Estatut d´Autonomia.Mònica Torres

La palabra amnistía vuelve a resonar con fuerza a los pocos días del cumpleaños de una de las movilizaciones más contundentes en favor de nuestro autogobierno. Cuando al grito de “Llibertat, amnistia, estatut d’autonomia” se plasmó el programa de mínimos de una Comunidad que estaba para nacer. Pudimos recrearla, en sus imágenes y espíritu, un conjunto de jóvenes profesores valencianos cuando en el lejano 2003, publicamos Memoria gráfica del autogobierno, celebrando las dos décadas de nuestra institucionalización política y jurídica.

En aquellos lejanos años, el antifranquismo salió a las calles para reclamar la libertad de los contemporáneos, que se hacía insoportable comparándola con la otras democracias avanzadas. Se solicitaba, también, la amnistía para los represaliados del régimen, una imposición de las izquierdas que serviría para restañar heridas y posibilitar ese gran abrazo que ilustrara el valenciano Juan Genovés, aunque fuera a expensas de establecer la impunidad que, como una pesada losa, se ha proyectado hasta nuestro presente. Pero la estación término era conseguir una autonomía plena que, con sus luces y sombras, ha conseguido dotarnos de un fructífero marco de autogobierno que cierra muchas potencialidades todavía para explorar.

La crónica de esa Transición ha sido reescrita por los hijos y nietos de sus protagonistas. Dibujándose en el caso valenciano un panorama menos idílico que lo mitificado por el imaginario colectivo. Violencia política, grandes desengaños, cierta nostalgia por el país imaginado que nunca fue… Tutelado desde las terminales orgánicas y estatales de los partidos artífices de la institucionalización jurídica y política de la Comunidad.

La celebración el año pasado del cuadragésimo cumpleaños de nuestra norma institucional básica ha sido una nueva ocasión perdida. No solo para hacer un balance realista de nuestros logros colectivos sino para plantear con realismo nuestros desafíos. Desde el lema al comisariado, casi todo fue un absoluto error que por supuesto en nada ayudó a ofrecer a la ciudadanía una efeméride a la altura de las circunstancias.

La anunciada amnistía que planea sobre los españoles en general y- los valencianos en particular- puede resucitar uno de los mayores temores. El quedar relegados en el concierto autonómico, como una más de las autonomías de régimen común. Entonces, la conocida como “vía valenciana” pudo ahuyentar ese temor fundado. Hoy, ni siquiera el carácter “histórico” de nuestra nacionalidad, expresamente consignada en nuestro Estatuto, puede ser capaz de evitarlo.

La amnistía, además de su controvertida ensambladura constitucional, proyecta sobre una autonomía consolidada como la valenciana, sus recelos. La generalización del régimen de las autonomías -popularizado a partir de la feliz expresión “café para todos”- puede ser sustituido por la puerta de atrás y casi de improviso por un horizonte confederal nada halagüeño. En las antípodas, del que hasta hace bien poco defendía el socialismo valenciano, con su lazo federal.

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Un nuevo pacto territorial sellado por un cordón sanitario de partidos que niegan un entendimiento a partir del cual se consolidó y fructificó el avance del Estado autonómico. Que, ahora, una convención constitucional quiere -valga la redundancia- desconstitucionalizar.

Uno de esos valencianos insignes, el malogrado profesor Broseta -de quien nos privó la sinrazón terrorista- justificaba la utilidad del modelo autonómico en tres cuestiones básicas: el apoderamiento cívico para el autogobierno; dar cama al desarrollo de nuestro liderazgo empresarial; y, por último, cultivar la cultura y lengua de los valencianos. Un sencillo programa que tendría que servir de guía frente a quien quieren sustituir la política serena por la crispación. Retrotraernos a debates que creíamos felizmente superados y que apuntan a una categorización de posibilidades del ejercicio del autogobierno. Frente a una cultura amenazada desde demasiados frentes.

El nuevo pacto que se desea reescribir por la puerta de atrás desea no solo sustituir el acuerdo de antaño por un agregado de intereses políticos y territoriales sino dibujar un nuevo límite diferencial entre autonomías: forales e históricas frente a todas las otras. Reescribiendo las categorías que sirvieron para reconocer las vías de acceso a una autonomía que pretende, ahora, blindar todos aquellos elementos simbólicos que las acercarán al concepto de nación.

Nosotros, los valencianos, no podemos permanecer impávidos frente a esta segunda transición que desea minar la base sustentadora territorial de un Estado soberano y establecer una categorización de las comunidades que en nada se corresponde ni con su historia ni, tampoco, con su determinación demostrada a lo largo del tiempo. Habrá que estar atentos, pues, a una convención constitucional encaminada a reescribir las bases de nuestro presente colectivo a partir del modelo de convivencia que nos hemos dado todos.

Mariano Vivancos es profesor de Derecho Constitucional de la Universitat de València.

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