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ARTE

‘Los caprichos’ de Goya que un químico salvó de dos guerras y un lingüista donó a Valencia

El catedrático Ángel López cede al Museo de Bellas Artes la serie completa de 80 estampas de su abuelo con las que el pintor aragonés retrató el retraso de la España finisecular del XVIII

Desde la izquierda, 'El sueño de la razón produce monstruos', de Francisco de Goya (1799) y autorretrato de Goya vestido de caballero.
Desde la izquierda, 'El sueño de la razón produce monstruos', de Francisco de Goya (1799) y autorretrato de Goya vestido de caballero.
Ferran Bono

Hay pocos profesores que crean escuela. Angel López García-Molins es uno de ellos. Un grupo de los discípulos de este catedrático emérito de Lingüística continúa investigando sus teorías, a partir de la gramática liminar que formuló a principios de los ochenta y se ocupa de las relaciones que el lenguaje contrae con la conciencia metalingüística de los usuarios. Una teoría reconocida internacionalmente surgida en la facultad de Filología de Valencia. Pero el reputado lingüista zaragozano de 73 años no es noticia por nada de todo esto. Ni por la publicación de un nuevo libro.

López es autor de una ingente obra escrita, que incluye El rumor de los desarraigados (premio Anagrama de Ensayo de 1985), sobre el origen del español, Gramática femenina (con Ricard Morant) o el relato de creación El inspector filólogo. Además, ha publicado múltiples artículos (muchos de ellos en EL PAÍS) aportando su punto de vista sobre la realidad. Lo que no se conocía públicamente era su faceta de coleccionista de arte, al menos, de las 80 estampas que forman la serie completa de Los caprichos que Goya, publicada por primera vez en 1799. Ni tampoco las vicisitudes de los grabados hasta su exhibición en el Museo de Bellas Artes de Valencia el pasado viernes.

El catedrático emérito de Lingüística Ángel López, en la presentación de su donación de los 80 grabados de los Caprichos de Goya en el Museo de Bellas Artes de Valencia.
El catedrático emérito de Lingüística Ángel López, en la presentación de su donación de los 80 grabados de los Caprichos de Goya en el Museo de Bellas Artes de Valencia.

Todo esto lo contó entonces el lingüista cuando presentó su donación a la pinacoteca de las obras que compró su abuelo, Antonio García-Molins. Este químico de profesión y doctor en filosofía se abrió camino en Alemania, donde conoció a la mujer con la que se casó. Allí vivió la pareja en las décadas de los años veinte y treinta, cuando adquirió de un anticuario una serie de aguafuertes, impresa por Calcografía Nacional en 1868. Luego regresó a Zaragoza, estalló en 1936 el golpe de Estado comandado por Francisco Franco y se desató la Guerra Civil, tres años antes de la Segunda Guerra Mundial. El químico, que era de Acción Republicana, el partido de Manuel Azaña, huyó a Alemania con su mujer. Pero el régimen nazi estaba en pleno apogeo. La pareja decidió jugársela y retornar a España en “un azaroso viaje” con las estampas a cuestas, en un momento en que los nazis se dedicaban a expoliar y embargar los bienes, explicó López.

El régimen franquista encarceló un año al químico, que guardó las estampas entre las hojas de los libros de su biblioteca. Falleció en 1955. Allí estuvieron durante décadas. Pasaron a manos de la hija única de la pareja, la madre del lingüista, que tuvo otros cinco hijos. Hubo un momento en que los hermanos se plantearon vender los grabados por separado, dividiendo la serie entre ellos. López defendió la importancia de mantener la unidad de la serie y su madre se la cedió, compensando a los hermanos. Él y su mujer, la escritora Teresa Garbí, siempre apreciaron el valor de las estampas. De tal forma que cuando falleció la progenitora hace tres años, se plantearon donar a una institución para exhibirlas y que todo el mundo pudiera conocerlas de primera mano.

“Fundamentalmente esta donación es en memoria de mi abuelo”, señaló López, que habló de la colección es un “mito familiar, por motivos sentimentales e ideológicos” que querían donar en Valencia, la tercera ciudad de España y con “la segunda pinacoteca” el país. También agradeció la generosidad y comprensión de su único hijo, Guillermo López, catedrático de Periodismo en la Universitat de València, por la decisión de sus padres.

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Crítica mordaz de Goya

El director del Museo de Bellas Artes, Pablo González, se mostró encantado con esa decisión. Destacó que no es frecuente que los museos tengan la serie completa de las 80 estampas, como el Museo del Prado y el Museo Goya de Zaragoza, y ponderó el interés de una obra que se avanzó a su tiempo, como muchas de las cosas que hizo Goya. La ideología, los sentimientos y la crítica mordaz impregnan cada una de las piezas. Francisco de Goya (1746-1928) abandonó su estilo inicial, aquel que lo llevó a retratar a la familia real, cuando sufrió una crisis personal derivada de su enfermedad entre 1792 y 1794 que le dejaría sordo. En ese momento empezó a desarrollar una faceta distinta en sus artes pictóricas, abandonando la amabilidad de la imagen, de la pi tura de caballete, y adoptando un “lenguaje absolutamente innovador, de experiencias oníricas, casi dalinianas”, indicó.

Goya emprendió un viaje junto a los duques de Alba a su palacio de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) entre 1796 y 1797 y mientras recorría Andalucía “va tomando apuntes que inspiraron sus caprichos”, desde una “visión crítica muy mordaz a la realidad”. Por Los caprichos desfilan temas como la brujería, la crítica al matrimonio concertado, la prostitución, la ignorancia, la vanidad, la ociosidad de la nobleza y las criaturas grotescas, envueltos en “una estética de lo feo que es potentísima por lo innovadora”, apostilló González. Y todo ello en un formato, el grabado en papel, que supuso la “democratización de la información” porque llegaba a todo el mundo.

Precisamente, se ha optado por mostrar la serie por partes y por un tiempo limitado, debido a la fragilidad del papel, que debe permanecer en un entorno oscuro y solo puede estar en exposición, frente a la luz, un máximo de tres meses. Ahora se exhiben 17 de los 80 grabados, una selección en la que han intentado “condensar la esencia” del conjunto, expuestos en un rincón algo más sombrío del museo hasta julio. La intención es que en marzo de 2023 se muestre la serie completa que en el mercado del arte podría alcanzar un precio en torno a los 300.000 euros, según fuentes del museo.

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Sobre la firma

Ferran Bono
Redactor de EL PAÍS en la Comunidad Valenciana. Con anterioridad, ha ejercido como jefe de sección de Cultura. Licenciado en Lengua Española y Filología Catalana por la Universitat de València y máster UAM-EL PAÍS, ha desarrollado la mayor parte de su trayectoria periodística en el campo de la cultura.

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