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DANA
Crónica
Texto informativo con interpretación

El (maldito) lado bueno de la dana

Carmina observa sentada en un banco del pueblo como la riada ha unido a la gente para salir adelante: “Todo el mundo se ha volcado”

Rebeca Carranco
En la imagen, un vecino recibe una botas de agua tras una donación al Ayuntamiento de Aldaia.
En la imagen, un vecino recibe una botas de agua tras una donación al Ayuntamiento de Aldaia.Albert Garcia

Carmina se ha sentado en el banco de la plaza del pueblo porque no puede más. Carga la típica bolsa de rafia del Mercadona, y pesa mucho. Necesita coger fuerzas y fumarse un cigarrillo antes de encarar los cinco pisos que tendrá que subir, un pie detrás de otro, con la compra colgada en el hombro, porque no funciona el ascensor. La ha llenado de comida que han llevado los voluntarios a Aldaia (Valencia), destrozado por la riada.

La situación mejoraría un poco si pudiese ducharse. Desde el martes, hace ya una semana, no tiene agua. Suerte que en el pueblo de al lado, al que ha podido acercarse andando, le han lavado el moño, como dicen en Valencia. Y encima nadie le ha querido cobrar. Lo que son las cosas cuando llega la desgracia, le cuenta a una joven que ha parado a saludarla. “Es que vive ahí”, explica, señalando el otro lado de la plaza de un pueblo en el que parece que todos y cada uno de sus 30.000 habitantes se conocen.

Desde que el martes la crecida del río hiciese que el barranco —la riera— desbordase y anegase todo a su paso, Carmina Serra no ha podido volver al trabajo, en el Ayuntamiento de Paterna, donde ejerce como coordinadora de atención al ciudadano. Se ha tomado tres días de permiso. Y si con suerte, en algún momento vuelve la electricidad, internet… quizá pueda ir tirando con el teletrabajo.

Lo malo de los cinco pisos es que son muchos pisos. Pero lo bueno de los cinco pisos es que son también muchos pisos, y ahí no hay crecida de río que alcance. “A mí no se me inundó nada”, celebra, sobre todas las sábanas secas que siguen en los cajones, de una casa en su sitio, sin un ápice de barro. Aunque ahora no puede ducharse, no puede cocinar, no puede encender la televisión, ni cargar el móvil, ni abrir una luz para no andar cuando se pone el sol.

“¿Cómo va, Carmina?”, le pregunta otra vecina, que pasa por delante de ella, mientras se acaba el cigarro. Pues ahí vamos, viene a decir, sin decir mucho. Apenas se queja, solo faltaba. Más cuando la saluda la madre de Lupe, que ha perdido su casa en la dana. “El agua le ha destrozado todo”, le cuenta la mujer, a la salida del médico, que se ha instalado en la plaza del pueblo. Porque el agua también ha arrasado con el ambulatorio, pero han improvisado un centro de salud en la sede de la parroquia. Mejor eso que nada.

Et necessitem”, se le acerca otra joven conocida en la plaza. “¿Me guardas la comida? Si te la llevas, te pego”, bromea Carmina, que se levanta para encontrar lo que le piden: una mesa, donde seguir colocando todo lo que llevan al municipio los voluntarios. En Aldaia no hay supermercado, ni nada que se le asemeje ahora mismo. Tampoco coches con los que moverse y salir a comprar fuera, se los ha llevado la riada, quién sabe a dónde. Y a los pocos que quedan, si se animan a superar el barrizal de ida y vuelta, les espera el atasco: varias horas de ansiedad al volante.

Carmina regresa enseguida a su banco privilegiado. Desde ahí, tiene buenas vistas. A la derecha los voluntarios forman una cola delante del Ayuntamiento: unos necesitan saber a dónde ir, palas y rastrillos en mano; otros piden unas botas de agua para no romperse la crisma en cualquier esquina o no destrozarse los pies. Un policía local les va indicando a unos y a otros dónde resultan más útiles. A la izquierda, el hormigueo constante de gente joven que va y viene, como Javier Galindo, de 22 años, y Abel Crespo, de 24, que han viajado desde Zaragoza a ayudar. “Hemos bajado con el coche, lleno de cosas y aquí seguiremos”. Desde el lunes, solo se dedican a limpiar.

Y delante, Carmina tiene vistas a la cocina improvisada, como todo lo demás, por unos voluntarios. Son unas mesas de plástico, con una olla grande que contiene café soluble, con leche y azúcar. “Es una maravilla, calentito. Te levanta el ánimo”, dice. Y al lado, con un paellero de gas butano, Pepe Sáez prepara un arroz blanco con cebolla. “Soy cocinero, y me he bajado a ayudar”, cuenta. Mientras habla, intenta no levantar mucho la vista, para que no se note que está llorando. “Lo he perdido todo”, confiesa, conteniéndose tanto como puede. Al final, la maldita parte positiva es que él y su mujer están bien.

La parte negativa es todo lo demás. “Siempre hay algún amigo o algún familiar que ha fallecido”, resume Susi Jiménez, con la mascarilla un poco bajada, para hacerse entender, entre el ruido de excavadoras, chorros de agua a presión, y rastrillos arriba y abajo. Ella ha viajado desde Aspe, en Alicante, para echarle una mano a una amiga. Una voluntaria más para lograr que el asfalto pueda resurgir de debajo del lodo.

Buscando las fuerzas que quedan no se sabe muy bien dónde, Carmina se levanta del banco, dispuesta a irse. Es un lugar codiciado. Antes que ella, ahí descansaba Salvador. A sus 74 años, vive en una residencia para gente mayor de Aldaia, a pesar de que es de Torrent. “Vengo aquí cuando nos dejan salir de la residencia”, cuenta. Por suerte, están todos bien. Pero la parte de abajo, donde tenían la cocina y el resto de servicios, ha quedado destruida.

“Esto es muy difícil”, resume Carmina, sobre la devastación que ha provocado la dana. No cree que tampoco se pueda señalar a ningún culpable concreto, ahora mismo, de todo esa descoordinación y descontrol. Y pide mirar a otra (maldita) parte buena, la solidaridad. “Al final, todo el mundo se ha volcado”, dice antes de emprender el camino de regreso a su quinto piso a pie, un escalón detrás de otro.


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Sobre la firma

Rebeca Carranco
Reportera especializada en temas de seguridad y sucesos. Ha trabajado en las redacciones de Madrid, Málaga y Girona, y actualmente desempeña su trabajo en Barcelona. Como colaboradora, ha contado con secciones en la SER, TV3 y en Catalunya Ràdio. Ha sido premiada por la Asociación de Dones Periodistes por su tratamiento de la violencia machista.
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