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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Escenografía de la investidura

A Sánchez y a Puigdemont les ha tocado buscar el punto de encuentro, sabiendo que tendrán que cargar con las frustraciones por la lógica distancia entre la retórica de acompañamiento y los resultados

Josep Ramoneda
Encuentro entre el entonces lider del PSOE, Pedro Sanchez, y el presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, en 2016.
Encuentro entre el entonces lider del PSOE, Pedro Sanchez, y el presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, en 2016.Albert Garcia

La distancia entre las palabras y las cosas están grande a la hora de las negociaciones y los pactos políticos que ya cansa. En el caso de la investidura de un presidente para evitar la repetición de las elecciones la realidad está pronto descrita.

La derecha está pagando una sobreactuación electoral, que, en el fondo, era la expresión de una inseguridad que necesitaba el acompañamiento permanente de la orquesta mediática. Y vive ahora en estado de frustración agravada. Su tendencia –alimentada por Vox- a apostar siempre por la simplicidad del juego entre buenos y malos le ha dejado sin apenas potenciales socios para echarle una mano. Y al mismo tiempo ha quedado en evidencia que, ahora mismo, sin Vox el PP no es nadie. Y lo ha pagado con el voto democrático reactivo que le ha aguado la fiesta.

Al otro lado, el mito del instinto de supervivencia de Sánchez hace imperiosa la reelección para sobrevivir, y sus aliados necesitan seguir para no entrar en la destructiva psicopatología de las pequeñas diferencias.

El capricho numérico del reparto de escaños ha dado al independentismo en horas bajas el premio inesperado del poder de decantar el resultado. Y Puigdemont se ha subido al primer plano, después de seis años deambulando por Europa. Es su oportunidad. Alguien tenía que liderar las negociaciones, en un momento de confusión entre la prudencia mal comprendida de Esquerra y la inconcreción de Junts, una mezcla de derecha nacional y nacionalismo fundamentalista. El expresidente ha aportado el valor simbólico que necesita un momento en que entre lo que se diga y lo que se pacte habrá sensible distancia. Con el aliciente además de poner fin a la pena del exilio. Y volver a casa.

En este contexto, y con Feijóo desvariando en la frustración, resultan especialmente grotescas las salidas de tono, a uno y otro lado, de los veteranos que no consiguen asumir que su tiempo pasó. A ellas se ha referido el expresidente Montilla en El Periodico: “A veces parece que González y Guerra salgan en auxilio del PP”. Y añade: “Cuando hay un PP que ha pactado con Vox, ha bloqueado la renovación del poder judicial, me sorprende que haya voces socialistas que no condenen esta actitud con la misma contundencia con la que hablan de otras cosas”. Se entiende el resentimiento de aquellos que en su decadencia echaron a Pedro Sánchez de la dirección del partido y en pocos meses acabó tumbándoles. Pero basta con una mirada a Europa para darse cuenta de la triste suerte de los socialistas cuando se arriman a la derecha.

En fin, en el bando independentista no deja de ser chocante que el ex y efímero presidente Torra reproche a su antecesor Carles Puigdemont “el grave error” (en 2017) de “proclamar la independencia y no aplicarla”. Es decir, de que se evitara lo que habría sido un suicidio por la incapacidad objetiva de hacerla efectiva.

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A Pedro Sánchez y a Carles Puigdemont les ha tocado buscar el punto de encuentro realmente posible. Y sabiendo que evidentemente tendrán que cargar con las frustraciones por la lógica distancia entre la retórica de acompañamiento y los resultados. ¿Aguantarán hasta el final?

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