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josep piqué
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Nostalgia del catalanismo

La figura de Josep Piqué servía para unir en vez de separar y para dialogar en vez de enmudecer de estupefacción

Lluís Bassets
Josep Maria Piqué, en una imagen de 2018.
Josep Maria Piqué, en una imagen de 2018.Luis Sevillano

Repudiado en casa y culpable fuera. Pantalla pasada, a la que pocos quieren regresar entre los independentistas, y origen de todos los males secesionistas para quienes siempre albergaron sospechas hacia tales ideas y actitudes.

Sucede ahora y ya sucedió antes. Pero siempre ha regresado, bajo una forma u otra. Sobran explicaciones esencialistas y metafísicas nacionalistas. El hecho indiscutible de la lengua, ante todo. Una cultura y una literatura. La fuerza de Barcelona. La larga historia de continuidades políticas, sociales e institucionales. Una vaga conciencia transmitida de generación en generación. Y sobre todo, la persistente vocación de autogobierno democrático.

Así ha sido hasta ahora. ¿Sucederá de nuevo? En el camino, algunas bazas ha perdido esa nebulosa ideología que unía a casi todos, también a los recién llegados, en torno a valores vinculados a la lengua y a un cierto sentido de país. Se han desperdiciado las energías de una década entera, concentrada en un empeño inútil y equivocado. Y se ha perdido consistencia. El país ha resultado dividido. Las políticas lingüísticas se han convertido en instrumentos partidistas, de unos y de otros y en direcciones opuestas. Solo faltaba la corrupción para dejar la moral por los suelos.

Instituciones que fueron de todos han sido patrimonializadas por unos pocos. Ha salido dañado su prestigio, y no solo por los desperfectos del unilateralismo secesionista. Impresiona la lista de escándalos que han ensuciado las joyas más preciadas del edificio institucional. Es ocioso enumerarla, pero no lo es constatar la reiteración de las mismas malas excusas y argumentos victimistas con los que sus dirigentes se sacuden las responsabilidades y las endosan a una secular conspiración. Tras tan tediosa y fraudulenta historia, apenas queda confianza ni capacidad de reacción.

No será fácil salir del laberinto. La lengua sigue requiriendo el máximo cuidado. En nada ayudan las visiones apocalípticas. Menos aún la politización y el radicalismo. Si es un instrumento para la independencia, si vale el argumento de que solo la secesión asegura su futuro, entonces está asegurado el negro horizonte. No se garantiza su unidad con quiméricos proyectos que suscitan resquemor en todas partes, el País Valenciano, Baleares, Aragón... Nada se avanzará en ningún sentido sin amigos ni aliados, sin capacidad de diálogo y de pacto, sin consideración y respeto por la otra lengua oficial, que es también la de una parte sustancial de los catalanes.

Todo esto que ahora se echa en falta funcionó razonablemente en algún momento, antes de que se echara a perder, cuando el catalanismo podía contar a Josep Piqué en sus filas, servía para unir en vez de separar y para dialogar en vez de enmudecer de estupefacción. No hay que insultar al futuro, siempre por escribir, ni quedarse en la nostalgia. Y una vez más, como siempre, hay que persistir.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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