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Un paseo por la ciudad bajo nuestros pies

La exposición ‘1.322. Refugios antiaéreos de Barcelona’ muestra en la Modelo 170 fotografías de 40 de los habitáculos excavados por la población para protegerse de los bombardeos durante la Guerra Civil

Refugio de la Fábrica 14, en Sarrià.
Refugio de la Fábrica 14, en Sarrià.Ana Sánchez
Toni Polo Bettonica

En febrero de 1937 los barceloneses empezaron a construir una red colosal de espacios de defensa ante los ataques aéreos fascistas durante la Guerra Civil. 85 años después de los ataques más devastadores, los del 16, 17 y 18 de marzo del 38, la tercera y la cuarta galerías de la antigua cárcel Modelo de Barcelona acogen la exposición fotográfica 1.322. Refugios antiaéreos de Barcelona, un paseo por 40 de los alrededor de 1.400 refugios que se excavaron durante la guerra (1.322 es la cifra de todos lo que, acabados, empezados o simplemente proyectados, están actualmente inventariados). Organizada por la Concejalía de Memoria Democrática y comisariada por la periodista y comunicadora cultural Ana Sánchez y por el historiador y exdiputado del Parlament Xavier Domènech, recoge 170 fotografías de la propia Ana Sánchez, además de objetos cotidianos encontrados en estos espacios, documentos visuales y sonoros y abundantes explicaciones. La exposición, que inauguró el 30 de marzo la alcaldesa, Ada Colau, se podrá visitar hasta el 31 de julio.

“Los miles de muertos [2.700] no fueron ‘daños colaterales’ sino objetivos y víctimas de los bombardeos por saturación”, recuerda Domènech. El pueblo de Barcelona fue conejillo de Indias de estos ataques, auténticos ensayos de la aviación fascista con vistas a la inminente guerra mundial. Y lo importante de esta exposición es que recoge el testimonio y la memoria de esas gentes que corrieron a los refugios cada vez que oyeron las sirenas y las advertencias de la llegada de la Aviazione Legionaria mussoliniana (se pueden escuchar en la cuarta galería de la Modelo: “Atenció, catalans, hi ha perill de bombardeig. Aneu als vostres refugis amb serentitat i amb calma. La Generalitat vetlla per vosaltres”).

Esas construcciones particulares, originales, genuinas (con la clásica volta catalana, tantas de ellas) constituyen un patrimonio histórico que lleva más de 80 años bajo nuestros pies. Ana Sánchez, cámara al cuello, se ha arrastrado durante años por los pasadizos subterráneos de esa Barcelona perforada para fotografiar 40 de los refugios y mostrarnos algunos de ellos por primera vez, como el de la Junta de Defensa Pasiva, en el paseo de Gràcia; el de la Escola Popular de Guerra, en la Escola Pia de Sarrià o el de la fábrica Damm, en la calle de Rosselló. Los primeros censos se hicieron aún durante la guerra y no han dejado de hacerse. Han ido “apareciendo” refugios al hacerse obras o trabajos en el subsuelo: “Echaban cemento y descubrían que no llenaban porque el suelo estaba perforado”, explica Sánchez. Así se empezaron a hacer censos de refugios, ya en los años 60, más que nada para saber dónde se podía construir con seguridad.

Los refugios fotografiados se dividen en cinco ámbitos: el primero (18 refugios) incluye los comunitarios, que tienen ese sello de autenticidad: solo un 5% de los refugios fueron construidos por las instituciones y un 10% recibieron subvenciones públicas; el resto fueron obra de la sociedad civil auto organizada, bajo la supervisión de sindicatos de arquitectos, que crearon lo que el Parlamento británico llamó, a las puertas de la II Guerra Mundial, “modelo Barcelona” y constituyó una defensa pasiva que salvó miles de vidas. Entre estos 18 espacios se pueden ver los de la plaza del Diamant y el 307 (que son visitables) y otros como el del la plaza de Tetuán o el del Hospital de Sant Pau.

Un pasadizo del refugio del pasaje de Simó, invadido por cemento de una construcción moderna.
Ana Sánchez

El segundo ámbito es el de fábricas colectivizadas. Muchas se quedaron sin amos al fracasar el golpe de julio del 36 y se convirtieron en industrias de guerra, con sus grandes refugios: el de la Fábrica 14 (importantísima constructora de máuseres, en los Salesianos de Sarrià), el de la fábrica Elizalde (motores para aviones, en la calle de Bailèn) o el de la Torre de la Sagrera, que se habilitará en breve y podrá ser visitado. Los refugios más descontrolados son los que se construyeron en casas privadas porque no estaban censados (entre otras cosas porque no cumplían las normativas) pero han mantenido la memoria viva. El cuarto ámbito son los refugios institucionales, come el del Palau de la Generalitat, el de la Junta de la Defensa Pasiva o el del consulado de la URSS. La exposición acaba con los espacios públicos que se utilizaron como refugio: la estación de metro de Correos, la Finca Sansalvador y los túneles de Montjuïc.

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Un trabajo artístico

La exposición ofrece una mirada desde el presente: cada celda de la antigua cárcel alberga fotos de un refugio y, junto a la puerta metálica, hay una imagen del lugar en la actualidad y una explicación informativa sobre ese refugio. Las fotografías, de gran formato, tienen tanto valor documental como artístico. “Iluminar el subsuelo es una labor complicadísima, son fotos barrocas”, dice Ana Sánchez. Ahí abajo hay problemas de espacio, de luz (claro), de humedades... “El agua, en muchas visitas, fue un problema, pero al final, se convirtió en una aliada a la hora de fotografiar”. Los reflejos de suelos inundados dan a las imágenes luz, precisamente lo que busca (y encuentra) Ana en sus capturas: “Reflejar los claroscuros, que la luz tenga el contraste del negro”.

También transmiten el contraste entre pasado y presente. Por ejemplo, en una foto del conocido refugio de la plaza de la Revolució, en Gràcia, donde se retan un moderno parking y el espacio histórico, separados por una simple puerta. Y descubren mil y una anécdotas, desde carteles con las normas de conducta (no hablar de política, no pararse en los pasillos...) hasta informaciones sobre dónde tenía que sentarse cada familia: “V 372 4 1″, por ejemplo, era el lugar que correspondía a los de la calle de Valencia (hablamos del refugio de esa calle), del número 372 y del piso 4º 1ª. Visto con los ojos de ahora, volvemos a pensar en un parking y en las ubicaciones de los coches de cada vecino...



La humanidad en la huella de un perro

Los objetos cotidianos encontrados en los distintos refugios y que se pueden ver en la exposición humanizan, de alguna manera, todo lo que allí ocurría: utensilios de cocina, cubos, un espejo o... la huella de un perro. Domènech explicó en la presentación de la exposición, el miércoles, la historia de un can que corría por un refugio en Sant Adrià y era el primero en percibir la llegada de los aviones y avisaba con sus ladridos a todo el vecindario ("Los radares eran todavía muy precarios", advierte el historiador). El barrio homenajeó al animal grabando su huella en el refugio, para la posteridad. El perro, al que llamaron Trotski ("se puede intuir por qué", de nuevo palabras de Domènech) sobrevivió a la guerra, a la pareja que lo adoptó y a los hijos, que murieron en la batalla del Ebro. Cuando también a él le llegó su hora, los vecinos consiguieron que el cura hiciera una excepción y Trotski (¡con ese nombre!) fue enterrado en el camposanto, junto a sus dueños.



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Sobre la firma

Toni Polo Bettonica
Es periodista de Cultura en la redacción de Cataluña y ha formado parte del equipo de Elpais.cat. Antes de llegar a EL PAÍS, trabajó en la sección de Cultura de Público en Barcelona, entre otros medios. Es fundador de la web de contenido teatral Recomana.cat. Es licenciado en Historia Contemporánea y Máster de Periodismo El País.

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