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Dua Lipa: exultante vivacidad ante un Primavera Sound rendido a sus pies

La londinense impuso su colorido en una jornada en la que también brilló Metronomy y en la que Playboi Carty se perdió en la playa

La cantante británica Dua Lipa durante el concierto del Primavera Sound.
La cantante británica Dua Lipa durante el concierto del Primavera Sound.Alejandro García (EFE)

Lo que tenía que pasar pasó, por una vez las quinielas no fallaron y de nuevo en Barcelona Dua Lipa se reivindicó como reina musical de la temporada en la ciudad y por extensión candidata firme al trono del pop. No fue pese a todo un concierto como el del Sant Jordi hace unos días, ya que en un recinto cerrado el sonido es más envolvente y la misma disposición y ánimo del público facilita la integración del mismo en el espectáculo. Al aire libre, en una explanada en la que coinciden interesados, curiosos y quienes van a probar y se aburren a la quinta canción, el público, a menos de estar apretujado en el centro de la masa, incalculable el jueves en la Plataforma Marina, ha de hacer un esfuerzo para no perder el hilo. A pesar de los pesares, la londinense demostró nuevamente su carisma, arrojo, personalidad y dinamismo y la masa se rindió. Ventaja de un festival: ver claudicar al unísono a decenas de miles de personas es en sí mismo un espectáculo.

El montaje, sometido a las necesidades de un festival, registró algunos cambios en relación al Sant Jordi, y no hubo escenario volador, aunque a grandes rasgos lo demás funcionó igual. Hubo un repertorio casi calcado, con sólo un cambio de orden entre Future Nostalgia y Levitating y en Fever Angèle acompañó a Dua Lipa en persona, no desde la pantalla de vídeo como en el Sant Jordi. Eso sí, la estrella se mostró igual de segura y dominadora, hasta el punto de que en Future Nostalgia no abandonó su minivestido azul añil, sino que cambió el calzado deportivo que llevaba por unos botines de tacón a juego. Es sabido que Dua Lipa, que no es una consumada bailarina, se ha caído en varios conciertos, pero en una prueba de determinación no le impide seguir arriesgando.

Con la Plataforma Marítima titilando a través de miles de móviles se compuso una de las estampas de la noche, sonaba Cold Hearth, cuya coreografía se remató con la bandera multicolor del orgullo gay mientras la multitud se sumaba rugiendo a la celebración. Porque eso fue su concierto, una nueva celebración pop, con ella silueteándose con las manos, coqueta y juguetona, el contorno de su figura, espectáculo colorista como los balones que saltaron del escenario para botar sobre las cabezas de la multitud o esos confetis que la espolvorearon cuando se apagaron los ecos de Don’t Start Now, la última pieza. Por cierto, otra ventaja de un festival como el Primavera, se pueden seguir las letras de las canciones cantadas por el público en un correctísimo inglés.

El Primavera ofrecía a la misma hora del concierto de Dua Lipa la oportunidad de presenciar la actuación del trapero Playboy Carti, un masticador de palabras y ritmos saturados cercanos a la agresión que representa la otra cara del momento musical: oscuridad, opiáceos, palabras improvisadas pulverizadas por una dicción inane sin sentido más allá de su propia deconstrucción y un constructo que remite a desesperanza pese a que el lujo y las marcas caras adornen la figura del artista de Georgia. A la media hora del inicio de su concierto aún no estaba en escena, y su técnico de sonido esperaba nada alarmado la aparición de su estrella. Lo hizo más tarde porque, según información oficial, se perdió en la playa. Se ignora si yendo del camerino al escenario, como si fuese la celebrada escena del falso documental Spinal Tap. Cosas que pasan en el mundo del hip-hop, famoso entre los promotores junto con el del flamenco por tener reglas internas ajenas al resto de la humanidad y por ello necesitar de tacto exquisito y precaución de alpinista para su gestión.

Actuación de Metronomy en el Primavera Sound.
Actuación de Metronomy en el Primavera Sound. Primavera Sound
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Quienes no se perdieron fueron Metronomy, la banda inglesa de pop que reforzó el colorido de la jornada. Su música descansa en la tradición del género, conseguir un estribillo adictivo inolvidable, reforzar las costuras deshilachadas del optimismo y hacer que el público manifieste físicamente su alegría orillando la introspección. Para ello cuentan con el apoyo de dos teclados que contestan a las frases cantadas con unas armonías y dibujos de primero de solfeo que por eso mismo penetran sin que filtro alguno las depure. Hay momentos, incluso, en que escuchar a Metronomy puede descomponer la imagen de seriedad que los más circunspectos no abandonan ni en un festival, e instalar en su lugar una alegría pelín abobada y naïf que corriendo los tiempos que corren es muy de agradecer. Además del final del concierto, la concatenación en su primera mitad de It’s Good To Be Back, Everything Goes My Way y Things Will Be Fine daba para volar sin dejar de pisotear la reseca hierba aplastada por días de alegría.

Y no fue alegre el concierto de Interpol, cuyo pase en uno de los escenarios principales antes que Gorillaz y su nuevamente triunfante fiesta multiculti y de Dua Lipa, quiso quizás reforzar el carácter sombrío de su propuesta. Vestidos todos de negro, con las pantallas en blanco y negro, como Nick Cave, y un gesto más bien adusto e impertérrito, justo al contrario que Nick Cave, su concierto fue más aburrido que un funeral. Si nacieron con el revival post-punk, una veintena de años más tarde ya no se sabe si son el revival del revival o simplemente un grupo cuya pertinencia parece difuminarse. Ejecutores solventes de su propuesta, con un Julian Banks que en perfecto castellano fruto de su educación fue presentando las piezas y agradeciendo el apoyo del público, su concierto sólo satisfizo a los previamente entregados. En los contornos de la masa, lugar donde comprobar si los conciertos prenden, el público estaba a sus conversaciones, buscando bebidas, hablando por teléfono o mirando al mejor espectáculo del momento: el anochecer sobre el Fórum con ese intercambio de protagonismo entre las luces menguantes del cielo y las crecientes del escenario. Hablando de luces, acabada la jornada, la luz blanca de los autobuses que conducían al centro funcionaban como las de una discoteca que enciende las suyas al final de la sesión: las caras muestran los estragos de otra jornada festivalera. Y van…

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