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Tres horas cazando los jabalíes de Collserola

Una treintena de tiradores abatieron a tres ejemplares en una batida de diciembre en Sant Just Desvern

Batida jabalies Collserola
Batida de jabalíes en Collserola, donde una treintena de cazadores abatieron a tres ejemplares.Gianluca Battista (EL PAÍS)
Carlos Garfella Palmer

En total, son una treintena de cazadores preparados con escopetas y una docena de perros. Àngel Obiols, presidente de la Sociedad de Cazadores del municipio de Sant Just Desvern, en las faldas de la sierra barcelonesa de Collserola y que padece incursiones diarias de jabalíes, explica que en una jornada de caza lo “normal” sería que fueran el doble.

Es sábado, 4 de diciembre, en pleno puente de la Constitución, por lo que “solo” se concentran una treintena. El punto de encuentro es la caseta de la colla de Sant Just, situada en una finca agrícola. Es desde ese habitáculo de piedra que desde hace años se organizan las cinco batidas programadas en esa zona durante la temporada de caza, de octubre a febrero.

Los cazadores empiezan a llegar a las siete de la mañana. Hasta las diez, toman café, desayunan, preparan los perros y las escopetas. Entretanto, Obiols organiza, mapa tendido sobre la mesa, la batida en función de la gente que se va concentrando. Al ser pocos, decide que este día la zona de actividad sea reducida: en torno a 100 hectáreas que envuelven el Club de Tennis Sant Gervasi.

Obiols pasa lista para comprobar que los cazadores estén federados con permiso de la Generalitat para participar en batidas (en total, hay 300 permisos para Collserola). Entonces, se forman las líneas de tiro, cada una con un responsable que se comunicará con walkie con Obiols a medida que se detecten los animales.

Ya a bordo del todoterreno de camino a las zonas de batida y en dirección a su línea de tiro, Obiols explica por qué se espera hasta casi el mediodía para empezar la cacería: “Tras estar toda la noche buscando comida, es la hora en que los animales se tumban entre maleza. Empiezan a escuchar trajín de coches y excursionistas, y se refugian”, dice. El paso de los perros, que van con collares con campanas y chalecos antibalas adaptados, los harán correr, y entonces los cazadores los intentarán abatir.

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En torno a 300 personas tienen permiso de actividad en la zona

Antes, se acordona la zona con precintos para avisar que se hay una batida. Es el momento más tenso para Obiols. En el parque natural, que en total comprende 11.000 hectáreas. Ya hay excursionistas, ciclista y corredores de montaña. Los cazadores ponen precintos en los caminos de acceso a la zona acotada. Las operaciones están supervisadas por una pareja de Agents Rurals, que también inspeccionan las licencias y los papeles de los perros.

Los controles no evitan, sin embargo, que en los primeros minutos desde que Obiols comunica el inicio de la batida, haya corredores que aparezcan en un camino en teoría que en teoría ya está vetado. “No hemos visto el cartel”, se justifican un grupo de deportistas. El primer disparo tarda casi 30 minutos en oírse desde que Obiols da el permiso para empezar a abatir “marranos”, como se refieren a estos animales del que la Generalitat se refiere como “plaga” por su elevado número y sus reiterados daños a la agricultura e incursiones a zonas urbanas.

Animales enfermos

Desde la línea de Obiols, en la parte alta de la ladera, se escuchan unos movimientos rápidos entre matorrales. Un jabalí aparece a escasos metros de un cazador. Pero al detectar al humano corre despavorido hacia otro matorral. Se libra del disparo. “Cuando encuentran un refugio y se sienten perseguidos, son capaces de, literalmente, quedarse totalmente congelados, parados. Observando y sin hacer ruido”, dice.

Los disparos vuelven a oírse. Algunos de ellos son muy seguidos. “Eso es mala señal. Quiere decir que no se ha herido al animal a la primera”, dice Obiols. Se escuchan ruidos de corneta entre ecos de campanas y ladridos: significa que los perros andan cerca en busca de jabalíes, vivos o muertos. A parte de encontrar los escondidos, también detectan la sangre de los heridos. Otro jabalí vuelve a aparecer cerca del cazador. Se vuelve a escabullir, esta vez por arriba.

Ha sido uno de los años más secos y los animales están muy delgados

La cacería dura tres horas y en total se oyen 18 disparos mientras los perros van arriba y abajo. Se abaten a tres jabalíes. Los cazadores recogen los cadáveres, ya rígidos, y los trasportan hasta la finca. Allí, un equipo veterinario del Servicio de Ecopatología de Fauna Salvaje (SEFaS) de la Universitat Autònoma de Barcelona recogen muestras para analizar si tienen triquinosis, transmisible a los seres humanos.

Al más pequeño, los veterinarios lo abren en canal para inspeccionarlo mejor. Les parece extraño su tamaño, creen que es demasiado pequeño para los meses que, en teoría, tiene. Está delgado y detectan que tiene pulmonía. “Lo normal es que los animales salvajes tengan cosas”, dice un veterinario. Le abre el estómago para ver su alimentación: en su mayoría, hierba y bellotas.

Ha sido uno de los años más secos en Collserola y se nota en el peso de los animales. También en sus incursiones a los barrios más montañosos. Los jabalíes, que pueden llegar a pesar 90 kilos, no tienen comida. Eso se ha sumado al incremento de la población durante los meses más duros de confinamiento por la falta de batidas. Según el censo del Consistorio de 2019, en el parque vivían 1.500: el triple de lo que el parque puede soportar.

En los jabalíes analizados en zonas periurbanas y urbanas como en los barrios altos de Barcelona, un miembro del equipo veterinario explica lo que se ha llegado a encontrar en algún estómago: “Hasta un esqueleto de gato, entero”.

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Sobre la firma

Carlos Garfella Palmer
Es redactor de la delegación de Barcelona desde 2016. Cubre temas ambientales, con un especial interés en el Mediterráneo y los Pirineos. Es graduado en Derecho por la Universidad de las Islas Baleares, Máster en Periodismo de EL PAÍS y actualmente cursa la carrera de Filosofía por la UNED. Ha colaborado para otros medios como IB3 y Ctxt.

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