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Sumergidos en la sinfonía de las pinceladas de Rothko

El Teatre Akadèmia se convierte en el taller del pintor letón en ‘Red’, bajo la dirección de Guido Torlonia

Toni Polo Bettonica
Red Guido Torlonia
Los dos actores pintan sobre los espectadores, jugando con proyecciones, colores y sonidos.www.felipemena.com

El Teatre Akadèmia de Barcelona se ha convertido en el estudio del pintor Mark Rothko. Lluís Soler da vida al pintor letón establecido en Estados Unidos y Ferran Vilajosana a Ken, el joven discípulo, en la obra Red, del guionista John Logan (Gladiator, de Ridley Scott, El aviador, de Martin Scorsese...) dirigida por un encantado Guido Torlonia, director artístico de la sala. “Un texto fantástico”, comenta Torlonia. “Me resulta fácil imaginar a Rothko como un director de orquesta que dirige una sinfonía cuando pinta”. Y esa sinfonía teatral, acompañada por Mozart y Schubert, plantea la razón de ser del arte. Casi nada. El éxito de crítica y público han llevado a prorrogar funciones en la sala de la calle Buenos Aires hasta el 23 de enero. “Están surgiendo oportunidades para hacer algunos bolos por Cataluña”, adelanta el director.

Red es, además, un homenaje a la artista y diseñadora de joyas Elsa Peretti, mecenas del Teatre Akadèmia, fallecida el 21 de marzo del años pasado y auténtica inspiradora de la representación de este texto: “Una obra intelectualmente estimulante y al mismo tiempo, tremendamente entretenida”, revela Torlonia que dijo Peretti cuando ella vio la versión de Michael Grandage con Alfred Molina y Eddie Redmayne, en Nueva York, en 2010. “Ella era también artista y consideraba esta obra la mejor manera de representar a un pintor y su creatividad”, añade Torlonia, que explica que las cosas no fueron fáciles, porque los derechos (“carísimos”) no siempre estuvieron libres. Por fin se consiguieron, solo en catalán, muy poco antes de comenzar la temporada 2020-21. “Escribí un correo a Logan y me contestó que se sentía orgulloso de la conexión con su amiga Peretti”, recuerda el director.

Levantar este montaje no es sencillo. “Se pasan mucho rato pintando”, dice Torlonia. “Y es difícil pintar cada día sobre el escenario, así que aprovechamos al máximo la renovación de nuestro teatro hecha durante la pandemia, que, además de crear nuevas gradas de butacas, se centró en renovar la parte técnica, ya sea para, en caso de nuevos confinamientos, poder trabajar en streaming, y para dotar el espacio de una moderna instalación eléctrica, de sonido, de vídeo... La inversión de la Fundación Peretti fue importante y generosa”. Ahora se recogen los frutos: “Conseguimos que el público se sumerja en el taller de Rothko, parece que los dos personajes pinten sobre los espectadores, que tienen una visión idéntica a la de los creadores, gracias a las proyecciones, a las luces, a la música...”

La obra se centra en finales de los años 50 del siglo pasado, cuando Rothko, pintor meditativo, casi místico, recibe el encargo de pintar unos murales en el edificio del restaurante Four Seasons de Nueva York, en el rascacielos Seagram. El dilema entre el defensor del arte puro e inmortal que tenía que sobrevivir al artista en los grandes museos, y la oferta, claramente comercial (“le ofrecieron 34.000 dólares de la época!”), está servido. “Pero Rothko veía ese reto como una manera de trabajar con los grandes arquitectos del momento, como Mies van der Rohe o el interiorista Philip Johnson, que estaban transformando la manera de construir, con espacios abiertos, acristalados, dando vida a los edificios. Algo así como lo que hizo Miguel Ángel con la Capilla Sixtina y como concebía Rothko el arte”.

Doble duelo

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Los tormentos de Rothko se equilibran, de alguna manera, con los nuevos aires que representa su discípulo. “Estamos en la época en que irrumpe el pop art, aparecen Andy Warhol, Roy Lichtenstein...”, subraya Torlonia. “Y mientras para Rothko un frasco de sopa no deja de ser algo cómico, algo sobre lo que no puedes meditar horas al contemplarlo, para Ken representa una nueva forma de expresión”.

Este duelo entre los personajes se traslada también a los actores. “Lluís Soler [‘He logrado mucha información sobre el personaje desde su difícil niñez en Rusia y, por lo tanto, puedo acercarme de un modo muy real’, declara el actor] trabaja de una manera clásica, en cambio Ferran [Vilajosana] es más intuitivo”, explica el director. “Igual que Rothko y Ken, Lluís y Ferran tienen dos maneras de trabajar diferentes y eso es lo que enriquece la obra, un poco de sal y otro poco de azúcar y el equilibrio es perfecto”.

No hay mensaje en Red. No conviene explicar el desenlace (“quien sienta curiosidad y no pueda acudir al Akadèmia, puede consultar tranquilamente los hechos”, sugiere Torlonia), pero el director se queda con una frase de Rothko en la que expresaba su gran temor: Que un día el negro se coma al rojo. “Habla de la muerte, del arte... tiene muchísimos significados”, dice.

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Sobre la firma

Toni Polo Bettonica
Es periodista de Cultura en la redacción de Cataluña y ha formado parte del equipo de Elpais.cat. Antes de llegar a EL PAÍS, trabajó en la sección de Cultura de Público en Barcelona, entre otros medios. Es fundador de la web de contenido teatral Recomana.cat. Es licenciado en Historia Contemporánea y Máster de Periodismo El País.

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