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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Cómo combatir a la extrema derecha?

No se trata de caer en las provocaciones de Vox: solo serviría para darles protagonismos. Hay que combatir sus ideas. Pero, sobre todo, hay que preguntarse qué han hecho mal los partidos democráticos

Extrema derecha
Varias personas sostienen banderas de España y de Vox en una manifestación contra la reforma de la Ley de Seguridad Ciudadana.Ricardo Rubio (EL PAÍS)
Josep Ramoneda

A medida que crece la extrema derecha, a medida que las derechas antaño llamadas liberales se acercan a ella, cada vez con menos disimulo, a medida que diversos intelectuales que llevaban etiqueta de progresistas, en algunos casos incluso con acierto libertario, se muestran comprensivos con los excesos de sus voceros, e incluso, se prestan a compartir manifestaciones, ante tanta ceremonia de la confusión, cada vez son más las personas que preguntan cómo hay que combatir a la extrema derecha. Una inquietud que —como se deduce de las líneas anteriores— llega cuando amplios sectores políticos, sociales y académicos se han inclinado no sólo por no combatirla sino por darle legitimidad incluso compartiendo actos políticos presuntamente en defensa de las instituciones democráticas. ¿Se pueden defender estas de la mano de los neofascistas?

Esta corriente de normalización de la extrema derecha, ha sido paralela al proceso del PP que, de modo gradual, ha ido acercándose a ella. Primero, reclamando apoyo donde la necesitaba para gobernar. Ahora, tratando a Vox como socio privilegiado, pactando ya abiertamente y sin disimulo. No es una excepción española.

Ocurre, por supuesto, en otros lugares, empezando por la vecina Francia, donde se ha vivido el lanzamiento de la candidatura presidencial de Eric Zemmour, que ha llegado hasta aquí con innegable apoyo mediático e intelectual, con un video obsceno que pretende rememorar la escenografía de la mítica llamada del general De Gaulle a la resistencia contra el nazismo, el 18 de junio de 1940. Zemmour se ofrece para “salvar a Francia”, para proteger a los franceses “de la barbarie”, a sus hijas “de la imposición del velo” y a sus hijos “de la sumisión”. Sin embargo, el presidente Macron no se ha permitido la frivolidad de la derecha española y ha marcado distancias, sin dar cuerda a la provocación del candidato portavoz de las teorías conspirativas de “la gran sustitución”. Macron sabe que solo si es capaz de atraer a la mayoría de los que no están dispuestos a entrar en el juego de la extrema derecha podrá lograr la reelección.

¿Cómo combatir a la extrema derecha? ¿Cómo contribuir a que se rompe la alianza de la derecha con ella? ¿Cómo despertar a los liberales del espacio conservador español, si es que existen, para que asuman la necesidad de tomar distancias? Naturalmente, las derechas moderadas y los liberales que han optado por la discreción han encontrado en el término populismo la coartada para liberar sus conciencias, en un lamentable ejercicio de confusión, sin rigor intelectual alguno, que pretende meter en una misma categoría a Vox y a los partidos surgidos a la izquierda del PSOE, que en diez años han pasado de la calle al Gobierno asumiendo perfectamente las reglas del juego constitucional. Por muchos equilibrios que se haga con un concepto —populismo— de escasa entidad teórica cualquier amalgama entre una extrema derecha —hija directa del franquismo, cosa que no pretende disimular en lo más mínimo— y una izquierda que proviene de la resistencia a la dictadura y de los movimientos sociales, el argumento solo se sostiene como arma ideológica en la lucha política contra Unidas Podemos y demás familias de este espacio.

Pero precisamente a quien interpela la normalización de la extrema derecha es a los liberales y a la izquierda en general. No se trata de caer en las provocaciones de Vox y compañía: sólo serviría para darles protagonismos. Hay que combatir las ideas que sus dirigentes propugnan (basadas siempre en el modelo patriarcal de sumisión y exclusión). Pero, sobre todo, hay que preguntarse qué han hecho mal los partidos democráticos para que la extrema derecha gane espacio mediático y atraiga adhesiones, de ciertos sectores de las élites pero también de amplios grupos de las clases populares.

Y ahí está el problema: en el desistimiento de la izquierda, especialmente de los partidos socialdemócratas (González, Blair y Schroeder, saben mucho de ello) que llevan la carga de haber sido cómplices de las políticas del nihilismo neoliberal que han abierto brechas profundas en la sociedad. Y ahora la urgencia de combatir el ascenso de la extrema derecha les pilla a pie cambiado. No hay que responderle directamente. Hay que apostar por lo que ella niega: los derechos individuales, el feminismo, el respeto al otro, el ecologismo, la libertad de educación y un largo etcétera. Por todo aquello que configura la sociedad abierta, la de quiénes no están dispuestos a dejarse someter impunemente. El ascenso de la extrema derecha es, en parte, un fracaso de la izquierda a la que le cuesta encontrarse en el capitalismo postindustrial.

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