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Cataluña
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Relaciones peligrosas

David Fernàndez tuvo que justificarse por dar un abrazo a Artur Mas el 9-N, en 2014

El abrazo entre Mas y David Fernàndez el 9-N
El abrazo entre Mas y David Fernàndez el 9-N.
Josep Cuní

Todo empezó simbólicamente con un abrazo. Aquel gesto que dicen algunos libros de autoayuda que, si es sincero y sentido, genera bienestar, proporciona seguridad y confianza, mejora la autoestima y rebaja el estrés porque transmite cariño.

Esto es lo que simbolizaron Artur Mas y David Fernàndez la noche del 9-N de 2014. El entonces líder de la CUP estaba en el centro de recogida de información de la consulta celebrada aquella jornada cuando llegó el president de la Generalitat y se le acercó con los brazos extendidos. Revisadas las imágenes se observa cómo se tocan cariñosamente la cara una vez fundidos sus torsos hasta despedirse estrechándose las manos mientras se cruzan miradas de complicidad y frases de compañerismo. Se entraba en la recta final de un recuento de papeletas que acercó a las urnas a más de 2.300.000 votantes que se lanzaron sobre una pregunta doble y polémica: “¿Quiere que Catalunya sea un Estado? En caso afirmativo, ¿quiere que este Estado sea independiente?”

Y aunque sobre la demografía la cifra absoluta sólo representaba el 37,02 % del censo electoral, que el 80,76% contestara reiterando el sí, se celebró como un gran hito al que seguirían otros. Y así, entre prisas e impaciencia, se avanzó de victoria en victoria hasta la gran crisis política del otoño de 2017. La que empezó con astucia y escarceos, urnas y escondites, tensión y amenazas y siguió con llanto y crujir de dientes, huida y cárcel, dolor y juicio, condena e indulto. Hasta la moratoria actual.

De aquel lejano gesto de cariño, David Fernández tuvo que justificarse. “No pediré perdón por ser como soy y tener emociones” contestó a los compañeros de filas que le reprobaron el afecto hacia quien veían como la antítesis de sus planteamientos ideológicos. No tuvo que aclarar nada Artur Mas porque consiguió que sus fieles le felicitaran por el mohín confundiendo la efusión con el gran pacto que diluía los prejuicios, borraba las diferencias y allanaba el camino hacia el amplio bloque independentista que se pretendía uno y marmóreo. Solo que aquella impresión puntual sería más fruto del deseo y los anhelos sentimentales activados que de la lógica y la razón que siempre imponen su tozuda realidad.

La prueba fue que, considerando insuficiente después que el president Mas diera un paso al lado necesitaron humillarle mandándole a la papelera de la historia. Posteriormente, a Puigdemont le impusieron el referéndum de la explosión y a Torra le condicionaron el mandato a pesar de tenerle más cerca, aclararles el president que sus hijos les votaban y pedir a sus fieles que siguieran apretando. De todo esto la política catalana sigue pagando un precio alto. Los posconvergentes han visto cómo se les iban alejando aquellos sectores moderados en lo político pero muy activos en lo económico que habían confiado en el Govern dels millors y celebrado el pacto con el PP. Entre otras cosas porque veían en Mas a uno de los suyos y sus veleidades independentistas como un horizonte lejano.

La ducha escocesa con la que la CUP presiona al Ejecutivo de Pere Aragonès por los presupuestos siguiendo sus cánones habituales tiene su origen en aquel abrazo. Seguir considerando que el procés es el gran paraguas debajo del cual todo lo demás está protegido mantiene viva aquella clamorosa ingenuidad. Especialmente porque Junts sabía y sabe que la arcadia feliz tardará en llegar. Y mucho. De paso, en el permanente mientras tanto que nos domina, lo que importa y se valora es la gestión del día a día. Y esta es la que se encarga de marcar las diferencias y alterar el orden que se quería cohesionado. Claramente en el caso de los nostálgicos herederos de Convergència que pueden aceptar que sus hijos o nietos naden contra su corriente mientras les reservan su parte del patrimonio para cuando maduren pero no que les cuestionen el modelo de vida y gasto.

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Es esta terquedad en seguir dando prioridad a quienes ni esconden ni cambian sus ideales nítidamente expuestos lo que hace que la CUP siga dominando la retórica independentista impuesta a la vez que exige unos criterios socioeconómicos antagónicos a los que defiende la formación que administra las cuentas públicas de Cataluña. Presupuestos vigentes a la espera de los actualmente disputados que se salvaron gracias a la abstención de los comunes tras tres años de prórrogas por falta de consenso independentista. Antecedente que el president Aragonés no puede haber olvidado porque sufrió un calvario parecido como consejero de Economía al constatar que aquellos supuestos aliados que lo siguen siendo insisten en apurar método y plazos para no perder el protagonismo político y mediático que este tipo de jugadas les regala a la espera de sacarles rédito electoral demostrando poder.

Es lo que tienen las relaciones peligrosas. Convierten la lealtad en una virtud modulable.


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