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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un órdago fallido

El fracaso de Junts en el intento de boicotear la mesa de diálogo certifica la emancipación de Esquerra Republicana y muestra la inviabilidad de la estrategia de ruptura de los neoconvergentes

Milagros Pérez Oliva
Pedro Sánchez y Pere Aragonès en el Palau de la Generalitat, el pasado día 15.
Pedro Sánchez y Pere Aragonès en el Palau de la Generalitat, el pasado día 15.MASSIMILIANO MINOCRI

Junts per Catalunya ha lanzado un órdago a ERC y lo ha perdido. No solo eso: lo ha perdido y no ha pasado nada. Entre las muchas cosas que han ocurrido esta semana tan intensa, esta es la más significativa porque rompe una dinámica enquistada desde hace tiempo en el seno del independentismo. Podríamos decir que finalmente Esquerra ha sido capaz de superar el miedo crónico a la iracunda mirada del padre y zafarse de las ataduras con las que Junts le ha sujetado durante estos años de pacto tenso, en el que siempre ha predominado la competencia por la hegemonía. La amenaza de ser acusado de traición ha dejado de ser operativa.

Si algo ha producido la foto del encuentro sin Junts es un reforzamiento de la imagen y de la autoridad de Aragonés

Se sabía desde hacía tiempo que el presidente Pere Aragonès había aceptado que la mesa de diálogo fuera entre gobiernos y Junts había callado sobre esta cuestión. Sus dirigentes se habían prodigado en declaraciones públicas en las que cuestionaban su utilidad y expresaban algo más que escepticismo sobre los posibles resultados, pero no habían objetado la composición de las delegaciones. Quisieron poner en aprietos a Aragonès afirmando que si Pedro Sánchez no asistía, tampoco debía hacerlo el presidente catalán. Y cuando en el último momento Sánchez confirmó su presencia, Junts lanzó un intento desesperado de boicot: anunciar una representación que no cabía en el pacto alcanzado por Aragonés. Un sabotaje en toda regla. Porque, o bien el presidente se desdecía del pacto y ponía en peligro la mesa, o rompía con Junts y ponía en peligro el gobierno de coalición. Así son las relaciones entre los socios. Seguramente pensaron que Aragonès elegiría lo primero. Pero no lo hizo y ahora se les ve completamente descolocados intentando imponer una versión de lo ocurrido que no les deje demasiado maltrechos.

Lo cierto es que lanzaron un órdago y el presidente no se arrugó: dio un golpe sobre la mesa y acudió a la reunión sin Junts. Una ruptura de gobierno hubiera sido lógica ante una discrepancia tan sustancial, pero ambas partes la han rehuido. Y el efecto ha sido el contrario del que se perseguía: si algo ha producido la foto del encuentro sin Junts es un reforzamiento de la imagen y de la autoridad del presidente Aragonès.

¿Y ahora qué?

Nunca se sabe cómo va a evolucionar la convulsa política catalana, pero lo que está claro es que Junts se ha autoinfligido una derrota que pone en evidencia las carencias de su proyecto político. La situación que se ha creado ha puesto de relieve que Junts y Esquerra se necesitan mutuamente para sostener el gobierno de coalición, por eso los dos tratan de quitar hierro a lo sucedido, pero todos saben que a las malas Esquerra tiene alternativas y Junts, no. En la actual correlación de fuerzas, Esquerra tiene otras posibilidades de alianza y Junts no tiene ninguna salvo pactar con ERC.

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A Esquerra le interesa ganar tiempo para consolidarse como fuerza de gobierno, y Junts tiene prisa por crear un escenario de inestabilidad en el que eso no sea posible. Esquerra se ha situado en el tablero de la política pragmática. Junts se empeña en la política de ruptura. Tanto Esquerra como el PSOE pueden obtener ganancias de su mutua colaboración, por eso su estrategia consiste en avanzar por la vía del diálogo sin dejarse atrapar en unos plazos y unos objetivos inalcanzables. Justo lo contrario de lo que pretende Junts.

Pedro Sánchez está interesado en que el conflicto catalán salga del primer plano de la agenda política española y avanzar en el diálogo pactado con Esquerra porque la necesita para mantener la mayoría parlamentaria, algo que se verá en la negociación de los próximos presupuestos generales del Estado. Esquerra puede contar con las fuerzas independentistas para aprobar los de Cataluña, pero si Junts rompiera la baraja o la CUP se pusiera demasiado exigente, tiene alternativas. Tanto los Comuns como el PSC se han mostrado ya dispuestos a negociar su apoyo.

La posición de Junts había de llevar, tarde o temprano, a la confrontación con su propio socio de gobierno

Durante la Diada se ha repetido que el problema del independentismo es la falta de unidad porque Esquerra y Junts tienen estrategias divergentes. Los de Junqueras intentan un aterrizaje suave en la política pragmática, la de la negociación. Junts quiere mantenerse en la confrontación. Pero, ¿es viable esta opción? Cuando Elisenda Paluzie grita desde la tribuna de la Diada “Faci la independència, president!”, está expresando un deseo, no una estrategia. Porque, ¿cómo cree Paluzie que se puede hacer ahora mismo la independencia? ¿Con qué fuerza? ¿Con qué apoyos internacionales? Si en octubre de 2017 no fue posible, cómo cree que puede serlo ahora? No es posible. Junts lo sabe. El gen convergente que anida en sus filas lo sabe perfectamente. Lo que no sabe es cómo salir del callejón sin salida en el que se ha metido.

Así las cosas, la posición de Junts había de llevar, tarde o temprano, a la confrontación con su propio socio de gobierno. Pero esta vez el aliado no se ha dejado arrastrar por una dinámica de chantaje basada en faroles cada vez más insostenibles. Lo cual arroja serias dudas sobre la viabilidad de Junts como fuerza heredera del espacio convergente.

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