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HOMENAJE AL BAR | 1

La Pau, lugar de encuentro

En la fachada del casino de Maçanet de Cabrenys se lee “La Unión Massanetense: Protectora de los pobres”

Tomàs Delclós
El edificio de la Unió Maçanenca, que alberga el casino La Pau, preside la plaza de la Vila de Maçanet de Cabrenys.
El edificio de la Unió Maçanenca, que alberga el casino La Pau, preside la plaza de la Vila de Maçanet de Cabrenys.Toni Ferragut

No es solamente un bar. Es un lugar de encuentro, de celebración. La Pau es el casino popular de Maçanet de Cabrenys. Ocupa un edificio modernista de principios del siglo pasado que preside la plaza De la Vila. Está catalogado como Bien Cultural de Interés Local. El arquitecto fue Josep Azemar, que firmó otros casinos en el Empordà y mansiones señoriales. En el interior, una gran nave rectangular de 189 metros cuadrados con un techo de ambiciones catedralicias, de nueve metros de altura, que permite la existencia de una balconada, una galería voladiza, que recorre todo el perímetro. En tiempos ya pasados, cuando había baile con gramola, esta especie de anfiteatro servía para fisgonear, sentados en una bancada, los emparejamientos de quienes bailaban en la planta baja. Los menores que no habían hecho la segunda comunión —en Girona se repetía la primera comunión a los 12 años, era la comunión solemne— debían bailar en este primer piso, no podían mezclarse con los de abajo, no tenían la edad debida y la prueba era que carecían de esta segunda eucaristía. A este anillo de circunvalación se sube gracias a dos escaleras de caracol. En sus paredes se exponen pinturas o fotografías.

En La Pau, cuando era pequeño, vi cine proyectado en una sábana. La autorización la recibió en 1953 tras algunas tiranteces con La Financiera Cinematográfica que alquilaba el comedor de la Fonda Pirineo para sus sesiones. Un argumento fue que La Pau podía ofrecer el doble de plazas, 350 asientos muy necesarios para un pueblo, entonces, de 1.146 habitantes. Y así lo explica el historiador Pere Roura en el libro La Maçanetenca, 138 anys de mutualisme.

En la sala se han celebrado vermuts populares, recitales de música y se ha apostado, siempre muy moderadamente, a la Quina buscando el gran premio de un jamón. Se jugaba en fechas señaladas y su locución es muy propia: el 77, les banderes d’Itàlia, l’1, el més petit de tots. Unas paredes acostumbradas al zumbido suave de las tertulias, al ruido de la ferretería del futbolín o a la latosa musiquita de las máquinas tragaperras y las fliper, cuando las hay y están encendidas. Pero también ha resonado la tragedia. El 15 de marzo de 1937 fue asesinado junto al mostrador Miquel Barnadas, alcalde del PSUC, por un comité miliciano llegado a Maçanet en tres coches de la FAI. Lo acusaban de proteger a vecinos de derechas.

En sus mesas se jugaba al dominó, al truc, al canari, a la botifarra o, más raramente, al ajedrez. Ahora la demografía de jugadores ha encogido llamativamente. En invierno, sin los veraneantes de toda la vida, en La Pau apenas se juega cada día una botifarra, casi siempre los mismos cuatro vecinos. Eso después de comer. A veces, hay otra a las ocho de la tarde. Una prevención sanitaria lógica hace que los jugadores tengan que traer la baraja de casa. Cuando el local pudo reabrir, el miedo al contagio retrajo algo la concurrencia. Pero La Pau está regresando a lo que ha sido siempre, el enorme camarote del pueblo donde encontrarse, hacer tertulia, tomar una caña. La Pau es un casino donde nadie te apremia. Puedes entrar a leer el diario sin hacer consumición. Puedes pasar una tarde con tres partidas jugándote el café. La botifarra es un juego discreto con el que no se molesta a nadie. Es un juego mudo en el que solo puede haber ruido cuando termina una mano y llega el momento de los reproches al compañero —raramente hay mujeres jugando— por no haber arrastrado cuando debía o perder un as. Pero se trata de discusiones, salvo unos pocos casos, amistosas, que no rompen la pareja.

La Pau es una institución necesaria. No es un bar cualquiera. Lo gestiona la Sociedad de Socorros Mutuos Massanetenses. En la fachada, una inscripción deja bien clara su finalidad original: “La Unión Massanetense: Protectora de los pobres”. Y es que el propietario que levantó el edificio, el benefactor Baltasar Molar Vidal, lo hizo pensando en este propósito y en dar al pueblo un local social. Hasta ahora, una sociedad mutua ha gestionado el bar a cambio de un alquiler simbólico.

La Unión nació a principios del siglo XX de la fusión de las cinco mutualidades existentes (La Terrallonera, Obreros Taponeros, La Humanitaria…). La entidad daba asistencia médica, farmacéutica y subsidios en casos de enfermedad. Los estatutos, explica Roura, prohibían las discusiones políticas o religiosas. Pero la mezcla de masones, republicanos, clericales y conservadores no pudo evitarlas. En 1924, un pequeño grupo de socios, de derechas, se escindió y fundó La Paz Massanetense. La Unión se quedó un local que habían comprado en otro emplazamiento y La Paz ocupó el casino de la plaza. Cada una tenía su médico y, en las fiestas, cada una contrataba su orquesta. Tras la guerra llegó una unificación forzosa que benefició a La Paz, que ha ido disminuyendo su actividad mutual.

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Ahora, los herederos de don Baltasar quieren vender el edificio y se ha prorrogado un año el alquiler. Éstos, la sociedad y el Ayuntamiento están en unas conversaciones que tienen pendiente a todo el pueblo. “La Pau no se puede perder”. Hables con quien hables en Maçanet, todos te lo dicen.

Un local que se disfruta en compañía

Fundación: 1906, Baltasar Molar.

Servicio: Bebidas, bocadillos, pizzas, platos combinados sencillos, abundantes. Hace años, compartí con mis hijos Cacaolat con berberechos. Todavía hay quien me lo recrimina entre risas.

Momento ideal: Terraza, verano, cuando el sol se va o ya no está.

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