_
_
_
_
_

Tumbonas y cigarras en un Pedralbes musical

El Festival Jardins de Pedralbes clausuró la edición más extraña con casi 100.000 asistentes tras 142 conciertos en 55 días

Jorge Drexler durante su actuación en los Jardins de Pedralbes
Jorge Drexler, durante su actuación en los Jardins de Pedralbes junto a Meritxell Nederman y Borja Barrueta.

Jorge Drexler clausuró la noche del pasado domingo por todo lo alto la nueva edición pandémica del Festival Jardins de Pedralbes. La convocatoria, la novena, ha bajado la persiana con casi cien mil asistentes, cifra que en los tiempos que corren suena estrepitosa. Y no es el único número espectacular: han sido, en 55 jornadas, 142 conciertos, de los cuales los celebrados en el auditorio principal (42) han tenido un 95,9% de ocupación y 33 agotaron localidades. Ha sido, paradójicamente, la edición con mayor índice de ocupación de un evento que, con un presupuesto de 3,1 millones de euros, ha generado 700 puestos de trabajo directos e indirectos.

Nada ha parecido ni ha sido habitual, en el fondo. En realidad, el de Drexler no estaba programado como concierto de clausura, pero las circunstancias le llevaron hace unas semanas a aplazar su actuación por la Covid-19. Solventado el problema, Drexler no quiso faltar a su cita barcelonesa aunque fuese en el último momento.

Y fue una suerte, porque el suyo fue uno de esos conciertos que se agradecen, un paréntesis de intimidad, cercanía y sensibilidad.

A la entrada de los jardines, si no hubiese sido por la abundancia de mascarillas, nadie hubiera pensado en pandemias o restricciones. Ya es habitual en este festival que el público acuda atraído tanto por las actuaciones como por el ambiente del Village, con sus dos pequeños escenarios y sus innumerables ofertas gastronómicas, sus sillas y tumbonas desparramadas entre árboles con el omnipresente sonido de las cigarras llenándolo todo. Incluso una parte de los asistentes prescinde de la actuación principal y acude solo para pasearse por ahí y cenar en los jardines.

El domingo, esa zona ofrecía un aspecto casi prepandémico, chirriando la ausencia de mascarillas que, al tratarse de comer y beber, estaba justificada, pero tal y como están las cosas provocaba cierta intranquilidad. El abundante personal intentaba remediarlo.

A un lado actuaba Carla Sunday and The Blue Birds, trío jazzístico sencillo y directo, idóneo para amenizar la espera. En el otro extremo, Maria Yfeu ofrecía una actuación más lúgubre y difícil de saborear entre pizzas, sushi y helados soft.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

En el anfiteatro, el ambiente era muy distinto: mascarillas en su sitio y distancias de seguridad, respetadas. A las 22 horas, cesó la suave música de Marcelo Camelo que inundaba el ambiente por megafonía. Y Jorge Drexler apareció solo, guitarra en mano, marcándose a modo de saludo Dos colores y fue como si hubiese extendido una red encima del auditorio impidiendo que nadie pudiera escaparse.

El encanto de la cercanía

Cuando Drexler es más Drexler es cuando está solo o casi, como así pasó; entonces esa cercanía y naturalidad alcanza sus cotas máximas. Los temas que trata y cómo los trata llegan más adentro.

Como era un reencuentro, fue directo a lo que el público esperaba y ya la segunda canción fue coreada por el personal: La milonga del moro judío. Y, a partir de ahí, fueron apareciendo sus proclamas de igualdad y solidaridad que predica como quien no quiere la cosa desde su púlpito, que tampoco lo parece.

Dexter se presentó en un formato trío idóneo para su propuesta. Acompañado por la teclista Meritxell Nederman y el percusionista Borja Barrueta, fue desgranando lo más esperado de su repertorio intercalando un curioso Toque de queda que, compuesto hace años, se mostró de total actualidad; o un Codo con codo, creado al inicio de la pandemia.

Volvió a dejar claro no solo su dominio del léxico y la dicción, sino también de la guitarra, alternando una clásica, una semiacústica y hasta enarbolado ocasionalmente una Telecaster. Así, rompió la rutina explicando que le acababan de regalar un guitarlele fabricado con la madera del mismo árbol de uno que ya tenía Kevin Johansen. Y, para estrenarlo, cantó en catalán una canción de Gossos.

El juego de sensaciones (toda su actuación lo había sido) de Silencio cerró un concierto altamente seductor. Drexler volvió a ser Drexler y, cuando lo consigue, es imposible resistirse.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_