Indulta que algo queda
Aunque la vanidad le pudiera a Sánchez más que la capacidad y la modestia le pesara menos que la soberbia, con su actual política hacia el contencioso catalán está demostrando más agallas que todos sus antecesores
El paso del tiempo certifica que Cataluña sigue siendo la asignatura pendiente de España. Sin novedad. Y que cuando una parte del país se dispone a estudiar si es capaz de superar la prueba sabiendo que le será arduo y difícil, se enfrenta, a su vez, a la otra. A aquella a la que no le importa mantener este suspenso en su historial porque sabe que a corto plazo no solo le sale más a cuenta en los otros territorios, sino que incluso le aplaudirán por el desafío. Ya se sabe, a veces los agresivos los prefieren provocadores.
Esta es la parte de España que convierte la patria en el lanzallamas de sus afrentas y en la coraza de su defensa. La que critica cualquier intento de aproximación pero tampoco da alternativas. La que buscó sus alicientes cuando los necesitaba y hablaba catalán en la intimidad y que luego, con mayoría absoluta, revertió la tendencia, volvió a la refriega, endiosó a su profeta, se quedó con la prenda y se regodeó con el juego. Esto fue lo que provocó a la otra parte de Cataluña hasta estallar en la calle y equivocarse en los despachos.
Hay una parte de España que convierte la patria en el lanzallamas de sus afrentas y en la coraza de su defensaHay una parte de España que convierte la patria en el lanzallamas de sus afrentas y en la coraza de su defensa
Pero también hay que admitir que el agravio acumulado y la negación por sistema con mejores palabras y peores usos, dejaba poco margen de maniobra aunque la escasez no justifique el error. Un detalle nada baladí a la hora del actual balance provisional. No sea que a fuerza de haberse enfangado todos en la alta tensión reciente se olviden de la de baja intensidad que perduró durante lustros y se quiera pasar página olvidando un principio elemental en toda democracia: la responsabilidad ante los problemas ardientes es directamente proporcional al grado de poder que se ostente mientras el fuego va prendiendo. Y aquí, a todos los presidentes de España les corresponde su parte alícuota. Porque ni son nuevas las mesas petitorias de firmas ni las campañas publicitarias contra iniciativas políticas, culturales o educativas de Cataluña. Ni los predicadores que todo lo mezclan, los agoreros que todo lo temen y los apocalípticos que todo lo acaban se salvan de la memoria corrosiva. Pero la realidad, tozuda, ha seguido demostrando que, al despertarse, el dinosaurio seguía allí. Formando parte también de la tradición. Pero esto no obvia la necesidad, por no decir la obligación, de comprender por qué. Aunque solo sea para darle la razón a la sentencia de Víctor Hugo: todo poder es deber.
Algo de esto le soltó Pedro Sánchez a Pablo Casado el pasado miércoles. Era otro episodio del show habitual de los miércoles en el Congreso que ha dejado de cumplir con su objetivo de control al Gobierno para derivar en la búsqueda persistente de los quince segundos de falsa gloria en el telediario. Otro tiempo equivocado pensado para que los aficionados se recreen en lo que ya saben que es la política: el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y después aplicar los remedios equivocados. El Marx que siempre dio en el clavo. Groucho.
No son nuevas ni las mesas de firmas ni las campañas contra iniciativas políticas, culturales o educativas de CataluñaNo son nuevas ni las mesas de firmas ni las campañas contra iniciativas políticas, culturales o educativas de Cataluña
Que el actual presidente busque mantenerse en La Moncloa es tan natural como consubstancial en cualquier liderazgo que se persiga o se precie. Y que para ello cuente con las alianzas que se lo permitan es tan lógico como lo es la política en tanto que arte de lo posible. Pero aunque la campaña formulada por las derechas fuera cierta, aunque la vanidad le pudiera a Sánchez más que la capacidad y la modestia le pesara menos que la soberbia, con su actual política hacia el contencioso catalán está demostrando más agallas que todos sus antecesores. Y esto no le redime ni del riesgo a su integridad electoral ni del posible fracaso de su apuesta. Y visto desde Cataluña, los indultos y todo lo que acarrean suponen un alivio momentáneo y un descanso necesario para tres de cada cuatro ciudadanos. Si además van acompañados de la revisión de las cuentas pendientes y de la voluntad de una cierta empatía con los catalanes que se han sentido abandonados por España y de los que no sintiéndola próxima tampoco la esperaban tan agresiva, la reconciliación social de la que hablaba Oriol Junqueras en su carta va a ser un poco más fácil de lo previsible hace tres meses.
Nadie ha dicho que vaya a ser coser y cantar. Ni que algunos lo pongan fácil. Pocos esperan milagros y quien crea, dentro o fuera de Cataluña, que estos gestos desvanecerán al independentismo, no han entendido nada. La diferencia entre este y otros momentos anteriores es que ahora alguien aplicará medidas concretas que afectan a familias concretas. Que la base de la distensión es tangible y el alcance de la magnanimidad mesurable. Como acabe la película ya es otra cosa. Y no parece que haya guionista capaz de predecirlo.
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