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Apoteosis final

El Govern trata de evitar toda confrontación entre socios, por un día, para defender la eficacia de la gestión de la pandemia y blindarse ante cualquier posible error culpando al Gobierno de España

Manel Lucas Giralt
El vicepresidente del Govern y conseller de Economía y Hacienda, Pere Aragonès (d), y el presidente de la Generalitat, Quim Torra.
El vicepresidente del Govern y conseller de Economía y Hacienda, Pere Aragonès (d), y el presidente de la Generalitat, Quim Torra.David Zorrakino (Europa Press)

Imagino que desde esta pandemia nadie va a atreverse a decir que se siente apolítico. La covid-19 es pura política: no digo necesariamente su aparición, pero sí su gestión, y por supuesto la forma que adoptará el mundo tras la pandemia, o entre esta y la que vaya a venir. La pandemia es política, repito, y por eso la sesión extraordinaria del Parlament de Catalunya sobre la gestión de la epidemia se ha convertido en algo parecido a un debate de política general. Mucho más que eso, porque el Govern no ha sido representado solo por el president, sino que han salido a la tribuna todos los consellers, uno tras otro, como aquellos equipos de rodaje de un corto documental que salen a recibir un Goya e intervienen todos en el turno de agradecimientos. Y lo cierto es que cada conseller, sin forzar demasiado el discurso, tenía argumentos para vincular su gestión en los últimos meses a la lucha contra el coronavirus y sus efectos. Está claro, la crisis es más que una crisis sanitaria, y ha atacado todos los espacios de nuestras vidas, las individuales y las colectivas.

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Admitido esto, ¿era necesario ese fraccionamiento del discurso gubernamental área por área para plantear la sesión como una operación de equipo, como esos ataques en tromba de los vikingos en un descampado de las Midlands que vemos en la ficción? Bueno, es discutible. No lo preveía así el orden del día. Y está claro que el president Torra es responsable de toda la acción de su ejecutivo, y que debe conocer las líneas generales de cada departamento. Es decir, su intervención ya comprendía todas las demás.

Esta vez se trataba de vender una idea: la de un Gobierno que está al pie del cañón, trabajando codo con codo, sin fisuras

Pero esta vez, por lo que hemos detectado, no se trataba solo de dar a conocer una gestión política, se trataba de vender una idea: la de un Gobierno que está al pie del cañón desde antes del minuto uno, trabajando codo con codo, sin fisuras y con la eficacia que corresponde a los representantes de un pueblo dotado de un aura especial.

Si es cierto, como ha ido pareciendo hasta ahora, que las elecciones se avecinan a la vuelta del verano, este miércoles habremos asistido a la apoteosis final del Govern, una última escena coreográfica para dejar al público con buen sabor de boca y ganas de más. Se trataría entonces de evitar toda confrontación entre socios, por un día, y centrar la intervención en dos líneas. Una, la que ya hemos comentado, la defensa de la eficacia de la gestión. La otra, blindarse ante cualquier posible error culpando al Gobierno de España de recentralizar y dejar sin instrumentos a la Generalitat. Es un argumento circular, sin aristas: la gestión ha sido impecable, lo que pudiera no serlo es culpa ajena, y aún más, el ejecutivo se ha sobrepuesto a los impedimentos con un esfuerzo especial. Y el corolario explícito: solos, lo haríamos mejor todo.

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Y toda esa operación de cierto regusto preelectoral la ha hecho el Govern sin llevarse a los labios, precisamente, ni una sola mención a los comicios venideros. Las alusiones explícitas han quedado para la oposición, sobre todo PP, socialistas y comunes, más interesados en ir a las urnas que, por ejemplo, Ciudadanos: estos últimos son conscientes de que no van a repetir la Champions del 2017, y apuran lo que pueden su situación actual.

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