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Las memorias de Podemos: antes del numantinismo siberiano

El ascenso y caída del partido político está narrado minuciosamente en diversos volúmenes autobiográficos que no callan la descarnada pelea por el control del poder interno, ni los sucesivos choques de personalidades, ni las causas de los múltiples abandonos del partido liderado desde 2014, hace diez años, por Pablo Iglesias

El candidato a la Presidencia del Gobierno por Podemos, Pablo Iglesias (c), junto a otros dirigentes celebran los resultados en las elecciones generales de 2015.
El candidato a la Presidencia del Gobierno por Podemos, Pablo Iglesias (c), junto a otros dirigentes celebran los resultados en las elecciones generales de 2015.Fernando Villar (Fernando Villar/EPA/EFE)
Jordi Gracia

Este artículo forma parte de la revista ‘TintaLibre’ de febrero, disponible en quioscos y para sus suscriptores.

Es demoledor el efecto que causa la relectura de algunos de los libros que han publicado los líderes del espacio político que creó Podemos hace 10 años, desarrolló institucionalmente Unidas Podemos y se reparten hoy muy desigualmente Sumar y Podemos. El numantinismo siberiano en el que se ha instalado el pequeño grupo de cinco diputadas de Podemos (hoy cuatro), en el grupo Mixto, puede leerse maliciosamente prefigurado (o subterráneamente previsto) en algunos de los libros que han escrito sus protagonistas más destacados. Casi todos los líderes fundacionales del Podemos de 2014-2015 han salido de la formación y la estrategia de pactos poselectoral del 23 de julio solo ha significado la culminación de un goteo incesante de abandonos que empezó muy pronto y ha dejado a Podemos un tanto enteco y en cuadro.

Puede ser algo más que un hecho casual que dos de sus secretarios de organización hayan volcado en sendos libros sus experiencias. Sergio Pascual lo fue entre el 15 de noviembre de 2014 hasta el 15 de marzo de 2016, en que lo reemplaza Pablo Echenique, dada la abierta disidencia errejonista de Pascual con respecto a la dirección. La mayoría de los libros testimoniales o memorialísticos no pueden ni quieren eludir la clave íntima del relato de la ruptura de Pablo Iglesias e Íñigo Errejón, probablemente cuajada en el momento fulgurante de la derrota por muy poco ante el PSOE el 20 de diciembre de 2015: algo menos de 350.000 votos frustraron el objetivo existencial de Podemos de superar al primer PSOE de Pedro Sánchez.

Fue un triunfo político sin precedentes, ni en España ni en Europa, que sin embargo se vivió en Podemos como fracaso y oportunidad perdida. La formación quedaba a 21 diputados de los socialistas en el Congreso y la hibris llevó a Iglesias (y a Podemos entero, con todos sus líderes junto al líder) a ofrecer una rueda de prensa en enero de 2016 (mientras Sánchez era recibido por el Rey) que cortocircuitaba cualquier posible gobierno de coalición, lo quisieran los socialistas o no. La prepotencia y la soberbia, mezcladas con la mala digestión de la derrota (pese al éxito alucinante de obtener más de cinco millones de votos) estallaron en esa rueda de prensa. Sánchez descubría a la salida de la Zarzuela la buena nueva de una sonrisa que le entregaba medio gobierno ya hecho, y él sin enterarse. La repetición electoral buscada por Podemos en segunda ronda, el 26 de junio de 2016, confirmó la insuficiencia de Unidas Podemos (ya con Izquierda Unida dentro) y aumentó ligeramente la distancia con los socialistas pero Podemos perdía un millón de votos con la unión y los socialistas perdían 100.000. Podemos no había servido para echar a Mariano Rajoy, que mantuvo el gobierno. Alguien se había equivocado de estrategia o el ensueño de la teoría se desmoronaba frente a la realidad social.

El corazón escindido

Porque en las obras de casi todos el otro tema central es la lectura política de las sucesivas etapas y el acierto o desacierto de la estrategia electoral: la transversalidad como horizonte (o “hipótesis nacional-populista” en el idioma de Errejón) significaba cambiar el eje izquierda/ derecha por el eje casta/ pueblo, aunque la percepción mayoritaria de la población situaba a Podemos en la izquierda. El objetivo era captar en clave populista el descontento social, entonces muy fuerte, bajo eslóganes que propiciasen la adhesión de múltiples segmentos sociales con intereses dispares. La incapacidad de superar al PSOE en 2015 y en 2016 abocaba a decidir si seguía siendo esa fantasía húmeda el objetivo de la formación o asumía el presumible papel secundario como socio de una potencial coalición de izquierdas, renunciando a la “hegemonía” (la otra palabra clave) que la sociedad española no otorgaba a Podemos. Fuera una o la otra la idea motor, la escisión interna entre pablismo y errejonismo empezó a fraguarse cuando se vislumbraba la inverosímil fuerza política que iba a conquistar el partido recién nacido. O dicho de otra manera: la escisión estuvo en el corazón de Podemos desde el momento de su fundación en 2014. La resignada ironía de Errejón muy al principio de Con todo debe llevar alguna dosis de verdad cuando dice que “no hemos empezado y ya soy el ala derecha de Podemos”.

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Entre las virtudes conjuntas de estos analistas/memorialistas está la transparencia con que abordan la dimensión humana, privada y hasta doméstica de un puñado de profesores treintañeros haciendo historia con plena conciencia de hacerla (y no es ironía): desde el victimismo justificado y a la vez sobreactuado de Pablo Iglesias en Verdades a la cara (2022) hasta la metódica discriminación de hechos, causas y papeles de Sergio Pascual en Un cadáver en el Congreso (2022); desde la articulación ideológica y el arrasamiento de la vida personal que viven todos y subraya Íñigo Errejón en Con todo (2021) hasta la brillante comicidad con que cuenta Pablo Echenique en Memorias de un piloto de combate (2023) sus protocolos de vida, transporte, indumentaria y sentimentalidad. Ninguno elude el ámbito privado para contar una peripecia colectiva, pero es Iglesias quien más rotunda y afectadamente subraya que “el éxito colectivo” fue “una desgracia personal”, quizá porque en nadie se cebó el acoso personal y mediático como contra la pareja que lidera Podemos casi desde el principio. En todos está desnudamente expuesta la exultante voluntad de dedicar todas las horas del día y de la noche a la batalla política, a creer en sus posibilidades y a hacerlas crecer, a sacudirse la incredulidad ante los éxitos y transformaciones en marcha, a digerir la sorpresa de condicionar la agenda y hasta la indumentaria de los demás.

Lo cuento así porque el paso del tiempo ha tendido sobre la aventura espectacular de Podemos la neblina del melancólico desengaño: pesan más los errores y las peleas que el valor revulsivo que tuvieron durante unos pocos años y del que no queda nada apenas, como si su ciclo vital estuviese clausurado y extinto. Pesa más en la memoria (y en el presente) la evidencia de las venganzas, las traiciones o los errores de táctica, estrategia (y tactoestrategia, si eso existe), y parece disolverse en el aire el genuino, poderoso impulso que hizo que un puñado de universitarios con buena formación se lanzase a la aventura de poner en práctica lo que habían estudiado en los libros (y lo que muchos habían vivido en sus potentes experiencias latinoamericanas).

Entre lo más impactante de las relecturas desde hoy está la extensa lista de agradecimientos que incluye Pablo Iglesias en el prólogo a su primer libro de materiales políticos, Una nueva transición (2015). En su inmensa mayoría han desaparecido de su entorno, como si la cercanía a Pablo Iglesias se hubiese convertido en un ácido corrosivo: o están fuera de la política o han abandonado Podemos. El inventario de deserciones va desde fundadores como Carolina Bescansa (“cuyas capacidades e inteligencia no dejan de impresionarme”, escribe Iglesias en los agradecimientos de su tesis doctoral en 2008), Luis Alegre o la misma Yolanda Díaz (amiga personal desde 2012) hasta el dubitativo Juan Carlos Monedero de la actualidad, pasando por Errejón, Pablo Bustinduy o Sergio Pascual. Pero ese prólogo de Iglesias está fechado en noviembre de 2015: tras la conquista de los Ayuntamientos del cambio en mayo, se disponía a corregir que “el cielo no se toma por consenso sino por asalto”, como había dicho en octubre de 2014. Dado que “el país entero ha cambiado”, ya podrían hacerlo “llamando al timbre” o incluso “caminando tranquilamente”.

Sin Pablo Iglesias no existiría Podemos como alternativa creíble en 2015 pero con él el destino de Podemos estaba inscrito en las rutas del centralismo democrático de vieja tradición comunista

Hoy sabemos que para entonces —a pocos días de las primeras elecciones generales de Podemos el 20 de diciembre de 2015— la quiebra de la confianza en el núcleo duro era una realidad empírica. Las disputas y recelos entre los de Iglesias (ya con nuevas incorporaciones procedentes de las Juventudes comunistas, como Irene Montero, Rafael Mayoral o Juanma del Olmo) y los de Íñigo Errejón formaban parte del día a día en el que la presunta nueva política aceleraba sin freno hacia la política sin más. La expectativa del poder fue el combustible de ese acelerón. Todos compartían la convicción de estar ante una “crisis de régimen” y, sobre todo, dispuestos a aprovechar una “estructura de oportunidad política inédita”. Esta abstrusa frase que Iglesias repite solo significaba que el único objetivo aceptable era superar al PSOE y pasokizarlo como condición de un posible acuerdo de gobierno: o Podemos adelantaba al PSOE o no habría acuerdo. El momento era ahora, y ahora es diciembre de 2015, según escribe Iglesias en noviembre (y entonces comparten todos).

Hoy sabemos que incluso antes de los más de 5 millones de votos de 2015 en el núcleo duro de Podemos se había quebrado ya la confianza política y la fraternidad entre los dos líderes principales, Iglesias y Errejón.

Lo más parecido al libro de memorias que Pablo Iglesias no ha podido escribir aún, según cuenta él mismo, es la extensa conversación editada por Aitor Rivero, Verdades a la cara, a instancias de los editores de Navona, Ernest Folch y Jaume Roures. Le “convencieron de que el acoso que había vivido desde que entré al Gobierno [noviembre de 2019] había que contarlo”. La brutalidad e impunidad de aquellos ataques en la calle, fabricados en los medios y en despachos oficiales, prevalecen sobre el compromiso de explicar su propia versión. Ni la trayectoria ni los cambios en Podemos han contado con su testimonio o su análisis. Sí expuso ampliamente sus propuestas en la extensa conversación de Iglesias con Enric Juliana, destinada a dotar de respetabilidad pública al líder revoltoso, Nudo España, y donde Juliana adivinaba en Iglesias sobre todo un periodista, aunque eso solo podría verse “con mayor claridad en los próximos tiempos”, escribía en octubre de 2018.

En Verdades a la cara, sin embargo, una y otra vez el relato de Iglesias se modula con palabras victimistas de abnegación y sacrificio sin compensación o gratificación alguna. Su renuncia a la política institucional se explica en 2021 para dar fin a los siete años de “situación no deseada” y frenar así tanto el acoso personal a él y su pareja, Irene Montero, en su domicilio de Galapagar como el reguero de imputaciones y procesos legales que en ningún caso han llegado a ningún sitio penal. La tentación del abandono había estado presente ya antes, exactamente el 26 de enero de 2019, pero no duró más de una mañana. Una llamada de Echenique indujo a la pareja a revertir la decisión de hacer una “vida más llevadera, sin tanta presión y sin la amargura permanente de las traiciones y las luchas internas”.

Contra lo que es habitual en otras familias políticas, como subraya Rodríguez Teruel en el mismo número de TintaLibre en el que también se encuentra este artículo, en las memorias de Podemos se analiza hasta la minucia la tramoya interna del partido y sus choques de poderes. Tanto Sergio Pascual como Pablo Echenique han dedicado muchas páginas a ese análisis desde “trincheras” opuestas dentro de Podemos (la expresión es de Echenique), y tampoco elude la anatomía cruda de la pelea por el poder en el partido Íñigo Errejón en Con todo. Trincheras casi literales, a la vista de la incapacidad confesada de Echenique de distinguir los informativos de la SER y de la Cope en los momentos más críticos de 2017 en Cataluña o ante la declaración espontánea de que saberse “en la misma orilla del río que Julio Anguita es —para mí— una garantía absoluta de que no me estoy equivocando”. Algo de este mismo empecinamiento resuena en los discursos políticos del actual Podemos: una suerte de vuelta a la casa de la vieja Izquierda Unida articulada sobre la estructura del PCE (que en cambio está hoy en Sumar).

Reconstrucción del infierno

La minuciosa reconstrucción del infierno, y con acusaciones equiparables, aborda de lleno la lucha por la conquista del control del partido por parte de las dos facciones: el eurodiputado en Bruselas Pablo Iglesias siente que el partido lo controla Errejón en Madrid y Errejón siente que Iglesias se está haciendo con el control del partido. “En la crítica que dice que nosotros no éramos obedientes al partido hay una gran parte de verdad”, explica sin remilgos Errejón. Buena parte de esos choques se emitieron en directo a través de las redes —cruces de tuits, de declaraciones, silencios presuntamente elocuentes, debates crípticos dirigidos a la militancia e incomprensibles para el resto— y se vuelven a contar ahora desde el ángulo de cada cual, con despliegue lujurioso de cadenas de wasap o de mensajes de Telegram, incluidos los que evidenciaban conspiraciones internas para limitar o desbordar el poder de Pablo Iglesias (aunque nunca llegó Errejón a dar el paso de disputar abiertamente la secretaría general de Podemos).

Nadie elude la crudeza al ubicar al otro. Mientras Echenique reprocha falta de ética, “malas artes” y “mala praxis” a Errejón en 2019, Sergio Pascual describe las precoces funciones de comisario político de Monedero para imponer una “espiral de silencio” que acabó degenerando en “omertà” sin atisbo de democracia o discusión interna (y todo antes de su destitución en marzo de 2016). Pero ese diagnóstico arranca asombrosamente ya en el encierro fundacional en Ávila en agosto de 2014, de donde Pascual sale convencido de que Iglesias “no admitiría no poder dirigir con total libertad su propio partido”. Ni siquiera se ha constituido Podemos formalmente, y es así como se llega a la “schmittiana acclamatio” de Iglesias en Vistalegre 1, como escribe Pascual con exquisita pedantería, y arremete ya después sin tanta finura contra “el sectarismo y el matonismo” que se adueñó de la dirección del partido para dejar huérfana de proyecto político a una generación entre 2016 y 2019.

La fantasía teórica de una “transversalidad” o “hipótesis nacional-populista”, como le gusta decir al Errejón más saturado de razón teórica, duraría lo que durase pero sus resonancias idealizantes funcionaron en un plazo de tiempo muy breve y muy dictado por la impugnación, la protesta, la rabia y la indignación que explotó en el 15M de 2011. Evoca de algún modo la quimera unamuniana de una intrahistoria como auténtico fondo de la nación silenciada y humillada: Podemos había de ser “el instrumento político del país subterráneo”, cuenta Errejón. En la realidad, la hipótesis populista naufraga no ante el pueblo de España sino en el mismo pueblo que más cerca tienen, la militancia de Podemos, dividida como mínimo en dos bandos desde el origen. Paradójicamente, es el mismo Errejón quien reconoce que “la hipótesis populista rima más con sistemas presidencialistas”, que es precisamente el modelo que impone la disciplina y la verticalidad jerárquica en Podemos, vestidas de lealtad inquebrantable. La pérdida de apoyos desde 2016 fue correlativa a la reconstrucción de un nuevo liderazgo socialista en la figura de Pedro Sánchez —tras el fracaso de la primera operación renove, que fue Carme Chacón en 2012—, y olvidan a veces estos libros un tanto endogámicos y ensimismados que su oportunidad estuvo vitalmente vinculada al desfondamiento del PSOE y su fracasado primer intento de reanimación vital con Sánchez desde 2016 (antes de regresar a la secretaría general). Buena parte del voto de Podemos en diciembre de 2015 llevaba grabada la exigencia de echar a Mariano Rajoy, sin importar a la inmensa mayoría de sus votantes si superaban electoralmente o no a los socialistas.

La pulsión caudillista en el partido ha sido obvia y probablemente condición necesaria de su emergencia: sin ella no habría saltado Pablo Iglesias a las audiencias masivas como saltó en apenas unos meses, pero fue esa misma baza la que capó en origen la pluralidad, la confianza y la discusión interna en Podemos. Sin Pablo Iglesias no existiría Podemos como alternativa creíble en 2015 pero con él el destino de Podemos estaba inscrito en las rutas del centralismo democrático de vieja tradición comunista: descapitalización intelectual, rigidez discursiva, atrincheramiento en la posición y desdén del resto del planeta. Al menos esos ingredientes condenaban a la jibarización política y al actual numantinismo resistente. Asombra la naturalidad no sé si desafiante con la que formula Iglesias en 2015 una variación de uno de los axiomas clásicos de la militancia comunista según el cual es “mejor equivocarnos juntos que acertar por separado”, además de una lealtad granítica “por encima de cualquier cosa”. La historia del PCE tiene momentos estelares que encarnan ese diktat, tras el cual tantas veces se vislumbran, como probablemente sucedió en Podemos, pulsiones y enfrentamientos personales antes que discrepancias ideológicas. Ese control férreo de la dirección política se puso en marcha en cuanto la expectativa de poder no fue solo una ilusión sino una evidencia primero demoscópica y después matemática. La melancolía por saberse reproduciendo las prácticas de la que llamaron “vieja política”, ya desde el éxito de diciembre de 2015, empapa los libros de Pascual y Errejón pero nada escapa tampoco a la evidencia de un choque de múltiples egos (Pablo Iglesias, Íñigo Errejón, Juan Carlos Monedero, Irene Montero y Yolanda Díaz, como mínimo) expuesto a la luz del día, y a menudo para estupefacción de su propio electorado.

Paradójicamente, el cruce de las distintas versiones acaba arrojando una trama muy creíble de las razones que hundieron a Podemos en la más previsible política de siempre: la lucha por el poder. No solo ofrecieron así munición letal a sus múltiples y poderosos adversarios sino que proyectaron un desencanto galopante en votantes que asistían a enfrentamientos que relegaban o complicaban el acceso al poder de verdad: el poder de gobernar. Sigue siendo una historia de éxito fascinante pero ratifica una vez más que no hay éxito al que no espere su derrota, a veces tan celosamente autodestructiva como la que encarna la actual agonía de Podemos.

Libros citados

Pablo Echenique, Memorias de un piloto de combate, Barcelona, Arpa, 2023. Íñigo Errejón, Con Todo. De los años veloces al futuro, Barcelona, Planeta, 2021. Pablo Iglesias, Una nueva transición. Materiales del año del cambio, Madrid, Akal, 2015, prólogo de Enric Juliana. Pablo Iglesias y Enric Juliana, Nudo España, Barcelona, Arpa, 2018. Pablo Iglesias, Verdades a la cara. Recuerdos de los años salvajes, Edición de Aitor Rivera, Barcelona, Navona, 2022. Sergio Pascual Peña, Un cadáver en el Congreso. Del sí se puede al no se quiere, prólogo de Mariela Rubio, Madrid, Altamarea, 2022.

Este artículo forma parte de la revista ‘TintaLibre’ de febrero, disponible en quioscos y para sus suscriptores. Los lectores que deseen suscribirse a EL PAÍS conjuntamente con ‘TintaLibre’ pueden hacerlo a través de este enlace. Las personas que ya son suscriptoras del diario deben consultar la oferta disponible para la inclusión de la revista en el centro de atención al suscriptor (suscripciones@elpais.es o 914 400 135).

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Jordi Gracia
Es adjunto a la directora de EL PAÍS y codirector de 'TintaLibre'. Antes fue subdirector de Opinión. Llegó a la Redacción desde la vida apacible de la universidad, donde es catedrático de literatura. Pese a haber escrito sobre Javier Pradera, nada podía hacerle imaginar que la realidad real era así: ingobernable y adictiva.
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