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Segura acaba con una tradición de 300 años: las campanas duermen de noche

La queja de un vecino consigue que el Ayuntamiento haga prevalecer el descanso sobre una de las costumbres más arraigadas en este pueblo de Gipuzkoa

Laureano Telleria, campanero de Segura durante 42 años, posa ante la iglesia de la localidad guipuzcoana.
Laureano Telleria, campanero de Segura durante 42 años, posa ante la iglesia de la localidad guipuzcoana.Javier Hernandez Juantegui
Mikel Ormazabal

Duermen las campanas de la iglesia de Segura (Gipuzkoa). Ya no suenan de noche, como ha sucedido desde hace 300 años, según los lugareños. Se pierde una tradición secular en un municipio donde sus vecinos (1.430 habitantes) tratan de conservar las costumbres allende los tiempos. Una denuncia anónima ha obligado al Ayuntamiento a ordenar que las campanadas dejen de sonar desde las 23.01 hasta las 6.59. Se imponen ocho horas de silencio nocturno, una decisión que no ha sentado bien en la mayoría de los residentes porque se pone fin a una práctica centenaria que es “un distintivo del pueblo”, afirma Laureano Telleria, de 88 años, durante más de cuatro décadas el último campanero de Segura: “Estamos muy tristes. Es una pena porque el sonido de las campanas es algo que llevamos muy dentro”.

Segura se construyó entre murallas para vigilar la frontera con Navarra. Fue fundada en 1256, al concederle el rey Alfonso X El Sabio el fuero de Vitoria. Aún conserva una morfología medieval y se atisban lo que antaño fueron fosos, puentes levadizos y torreones defensivos. Su principal reliquia arquitectónica es la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, de aire catedralicio y originariamente de estilo gótico, aunque fue adquiriendo elementos del barroco, como su retablo construido en 1743. Es una villa rural donde reina la tranquilidad. Este municipio del Goierri no ha digerido aún la determinación del consistorio de prohibir el tañido de las campanas durante la noche. “Nos han robado el ritmo ferroso que era parte del paisaje acústico de nuestra aldea”, se lamenta el joven Elur.

Un denunciante exigió que las campanas dejaran de sonar durante las horas de sueño. Primero acudió al Ayuntamiento y después tramitó su queja ante el Ararteko (Defensor del Pueblo vasco). Se realizaron mediciones durante las campanadas y se comprobó que los decibelios que estas emitían superaban la normativa municipal de ruido. “No conocemos quién ha presentado la denuncia. Nadie sabe quién es. Está, como se suele decir, bajo secreto de sumario”, comenta Telleria. En su escrito, el denunciante argumenta que “el sueño y el descanso son fundamentales para el bienestar físico y emocional de las personas, según la Organización Mundial de la Salud”. Añade que el tilín-talán de las campanas, repetido cada 15 minutos, “perjudica el descanso” de los vecinos y que es una práctica que ha dejado cumplir la misión que tenía en el pasado.

Entre las ocho de la noche y las ocho de la mañana, las campanas daban 179 golpes, dice el Ayuntamiento en una nota informativa. El tintineo se sucede cada cuarto de hora. Se contactó con la empresa encargada del mantenimiento del reloj que regula el repique y se le propuso rebajar el volumen de las campanas, pero esta opción se descartó porque de día el sonido sería inapreciable “en muchas zonas del pueblo”. Teniendo en cuenta todo y “dando prioridad a la convivencia entre todos los vecinos”, dice el comunicado oficial, se acordó “cumplir la normativa y silenciar las campanas entre las 23.00 y las 7.00″. Así ocurre desde finales de diciembre pasado.

Laureano Telleria se dedicó desde 1977 hasta 2019 a subir dos o tres veces a la semana a lo alto del campanario de la iglesia para dar cuerda al reloj. “Son 160 escaleras y calculo que habré subido unas 5.200 veces en esos 42 años”, afirma. Está apenado porque “se acaba una tradición muy bonita”. Las campanas siempre han cumplido la función de informar a la gente, sobre todo de los principales oficios religiosos, cuenta Telleria al detallar la riqueza del lenguaje de las campanas. Cuando sonaban a difunto todos se enteraban de que había un fallecido, y se daba un toque diferente si el muerto era hombre, mujer o un niño. El repique de agonía comunicaba que alguien estaba a punto de morir. Se tocaban rogativas para pedir que lloviese, había un toque especial para anunciar tormentas o fuego, también se solía informar de una compraventa de terrenos. De día también se toca a la hora del Ángelus, para anunciar el Ave María matinal o vespertino, los avisos de las misas... Él aprendió esta técnica de su padre y después de su hermano. La monja María Lezeta le enseñó hasta 16 modos distintos de hacer sonar las campanas. “Siempre lo hice de balde, sin recibir nada a cambio”, quiere precisar.

Hace cuatro años Telleria dejó de ascender la escalera de caracol hasta la torre. Como no encontró relevo, desde entonces las campanas de Segura suenan de forma automática. Una aplicación informática permite activar el reloj (es propiedad del Ayuntamiento) desde el teléfono móvil, y unos altavoces expanden el sonido del volteo a los cuatro vientos. Suenan a una altura de 200 metros, desde una atalaya eclesial donde hay cinco campanas, la mayor de las cuales pesa 1.950 kilos y tiene más de un metro de altura.

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Las campanas de la iglesia Nuestra Señora de la Asunción de Segura (Gipuzkoa).
Las campanas de la iglesia Nuestra Señora de la Asunción de Segura (Gipuzkoa).Javier Hernandez Juantegui

El vecino que pidió acabar con el repique nocturno sostiene, según consta en su escrito enviado al Ayuntamiento, que “el argumento de la tradición se ha empleado para mantener costumbres inapropiadas o que van en contra de los derechos humanos” y cita como ejemplos la prohibición de que las mujeres entren en las sociedades gastronómicas, la fiesta del ganso de Lekeitio, el Alarde de Irún y Hondarribia (el desfile de armas donde no se permite que las mujeres actúan en igualdad de condiciones que los hombres) o las corridas de toros. “Por suerte”, añade esta persona, “tradiciones inaceptables que existían hasta hace poco han ido desapareciendo gracias a que la sociedad ha ido madurando”.

Elur discrepa frontalmente y considera “un exceso” equiparar las campanadas de la noche con el machismo o los toros: “La mayoría de la población que ha crecido con el repique de las campanas está a favor de que sigan sonando. Las noches son más tristes ahora”, agrega al echar en falta la música que llega del campanario, su frecuencia acústica. “Se ha perdido algo distintivo de Segura”, dice Telleria apenado. Está convencido de que “más del 90% de los vecinos estarían a favor de que suenen las campanas de noche si se hace una consulta popular en el pueblo”. Esteban, otro vecino, prefiere no entrar en la polémica, aunque reconoce que para él “no supone ningún problema que se escuchen las campanas”.

La tradición tiene mucho peso aquí. Esta localidad y Hondarribia son las únicas de Gipuzkoa que mantienen las procesiones de Semana Santa a la antigua usanza. También se celebra con fervor la festividad de San Nicolás en diciembre, conocida como “la fiesta del obispillo” y que consiste en nombrar obispo de la Iglesia a un niño o una niña de seis años que recorre las calles de Segura con la indumentaria de adviento de un prelado. Prácticamente todas las casas del pueblo tienen colocada en la entrada una rama de espino bendecida que, según los paisanos, sirve para ahuyentar las maldiciones.

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Sobre la firma

Mikel Ormazabal
Corresponsal de EL PAÍS en el País Vasco, tarea que viene desempeñando durante los últimos 25 años. Se ocupa de la información sobre la actualidad política, económica y cultural vasca. Se licenció en Periodismo por la Universidad de Navarra en 1988. Comenzó su carrera profesional en Radiocadena Española y el diario Deia. Vive en San Sebastián.
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