Condenado a 43 años por un doble asesinato motivado por una deuda de 50 euros de una obra casera
Las víctimas, una mujer de 80 años y su hijo, de 50 años, fueron atacadas con un martillo por un vecino en su casa de Orihuela
Un hombre de 50 años, con un grado de discapacidad que le dificultaba andar, recibió la visita de un vecino de 30 años que le había instalado una reja en la ventana. Eran las 23.40 de la sofocante noche del 6 de junio de 2022. Tras discutir porque la obra no le había sido abonada, el joven volvió a su casa, situada a apenas unos minutos, en la calle San Antonio de Padua de Orihuela (Alicante, 80.784 habitantes). Veinte minutos más tarde, regresó, armado con una maza y con las manos protegidas con guantes de plástico. Aprovechó que la puerta del domicilio estaba abierta por el calor, se dirigió a la cocina y golpeó con el martillo varias veces en la cabeza al hombre, que falleció en pocos minutos. Después pasó al salón, en el que dormitaba la madre de la víctima, de 80 años, y la golpeó repetidas veces, también en la cabeza, para que no lo delatara. La mujer murió mes y medio después en el Hospital Vega Baja del municipio alicantino. Un jurado popular ha encontrado culpable al agresor por dos delitos de asesinato y la Audiencia Provincial de Alicante, en su sede de Elche, lo ha condenado a 43 años de cárcel. La sentencia recoge que la deuda contraída era “aparentemente de 50 euros”.
La sentencia, de este lunes, sitúa los hechos en “una casa de planta baja con la entrada a pie de calle” en “uno de los barrios más antiguos” de Orihuela, donde, durante las noches calurosas, los vecinos suelen tener las ventanas y las puertas de las viviendas abiertas. Bajo estas circunstancias fue como se descubrió el crimen, ya que la vecina de enfrente de las víctimas oyó hablar al asesino y su primera víctima “en tono alto”. Poco más de una hora después, la madre de esta testigo escuchó “un sonido que la alarmó, como de alguien que se estaba ahogando”. Preocupada por la edad avanzada de la segunda víctima, se acercó a la casa. Se cruzó con el atacante, que achacó los ruidos a “unos gatos”, por lo que regresó a su hogar. Pero el lamento continuaba, por lo que, junto a otro vecino, miraron por la ventana, vieron a la octogenaria “con mucha sangre” y alertaron a los servicios de emergencia.
Dos policías locales acudieron al escenario del crimen. Descubrieron al hombre en el suelo de la cocina junto a una mancha de sangre en la pared. Sentada en su sillón estaba la madre, todavía con vida. Fue ingresada en el hospital, aunque con pocas posibilidades “de que saliera adelante”, según declaró en el juicio la médico que la atendió. Ninguna de las dos víctimas mostraba heridas que indicaran que hubieran podido defenderse.
En el exterior de la vivienda, entre los vecinos que se acercaron a ver lo que pasaba, estaba el agresor. Cuando llegó el agente de la Policía Nacional encargado de la investigación, “le resultó sospechoso” que el asesino insistiera “en señalar que el autor probablemente era un vecino que acababa de salir de prisión”, hecho que fue descartado tras varias comprobaciones, y que se mantuviera siempre cerca de los agentes. Según el relato de la sentencia, el ahora condenado estuvo “insistiendo en conversar y mirando hacia el interior de la vivienda de las víctimas de forma pertinaz”. Este comportamiento, continúa el relato judicial, condujo a que le citaran como sospechoso al día siguiente para tomarle declaración.
“Nerviosismo fuera de control”
Durante su testimonio, el criminal sudaba tanto que los agentes “tuvieron que pasar la fregona, evidenciando un nerviosismo totalmente fuera de control”, recoge el escrito. Le pidieron permiso para registrar su casa y accedió. Una vez allí, los agentes hallaron “en el lavadero y dentro de la lavadora que se encontraba en programa fin varias prendas de ropa”. Después, en “en el garaje encontraron una bolsa de plástico color blanco” en cuyo interior había “otra bolsa manchada de sangre fresca que contenía dos guantes negros y dos guantes de plástico transparente manchados de sangre. Tras el hallazgo, “preguntaron al acusado si había algo más”.
El asesino señaló “debajo del lavabo del mismo lavadero un armario donde se localizó una maza tipo martillo”. El análisis de ADN reveló que en todos estos elementos había rastros de las dos víctimas. Pese a que la defensa del agresor trató de alegar que en el momento de los hechos se encontraba bajo los efectos del alcohol y sustancias estupefacientes, el informe psicológico y la declaración de varios testigos descartaron, según el jurado, que “el acusado tuviera completamente anuladas o afectadas su capacidad para entender lo que hacía”.
Tras la vista oral, que se celebró entre el 16 y el 19 de octubre, la magistrada de la Audiencia, “de conformidad con el veredicto del jurado popular”, ha establecido una condena para el atacante de dos penas, una de 20 y otra de 23 años de cárcel. Sin embargo, tal como establece el Código Penal, “el máximo de cumplimiento efectivo de la condena será de 40 años”. También se le ha impuesto una orden de alejamiento de 300 metros respecto a los familiares de las víctimas, a los que deberá indemnizar con 130.000 euros. La sentencia puede recurrirse ante el Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana.
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