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El clan de La Pinilla, la matriarca que corrompió una barriada modesta de Sanlúcar, sigue activo

La policía acumula operaciones contra la compulsiva actividad de menudeo de la familia de la narco, mientras vecinos y Ayuntamiento claman ayuda

Jesús A. Cañas
La Pinilla
Policías nacionales vigilan el barrio Huerta de San Cayetano de Sanlúcar de Barrameda, lugar donde menudea con droga el clan La Pinilla.Juan Carlos Toro

Pepa —nombre supuesto, por su seguridad— ha sufrido “más que el señor en la cruz”. Tanto que, de no dormir, creyó volverse loca. Hasta que un día ya no pudo más y rompió el silencio, impuesto a base de voluntades compradas y miedo. Agarró su bolso y se plantó en la comisaría de Sanlúcar de Barrameda: “Vengo porque esto no lo aguanto más, ¿dónde está la justicia?”. Pepa estaba harta de ver el macabro desfile, día y noche, de drogadictos en el límite de sus fuerzas cerca de la puerta de su casa, de las reyertas, de ver su barrio consumido durante décadas por las drogas. La artífice de toda esa corrupción era una vecina de la propia anciana, Dolores, La Pinilla, una de los 50 inquilinos que se mudaron a principios de los años 90 a las viviendas sociales de la Huerta de San Cayetano. “Esto era un encanto, hasta que ella lo quemó todo y el barrio se llenó de desgraciaítos matándose en vida”, denuncia la sanluqueña, apenada.

De aquella visita “hace ya varios años”, según asegura la vecina sin dar más pistas. A ella le siguieron más y más vecinos, según confirman desde la policía sanluqueña. Ninguno desveló nada que los agentes no supiesen ya de la compulsiva actividad de menudeo de la narca y su familia, a los que siguen los pasos desde hace una década. Pero sí han sido esenciales para comenzar a derribar el tabú que aún domina en los alrededores de la calle de la Siembra, 32, el último narcopiso desmantelado al clan de La Pinilla, hasta hace unos días regentado por su yerno, conocido como El Batalla. Hace apenas una semana que la enésima investigación contra la banda familiar se ha llevado por delante a él y a otros cuatro colaboradores y en la vía reina una calma chicha que nadie quiere agitar. El poíta —un viejo conocido en Sanlúcar por sus bailes en la calle y por los agentes por sus líos de hurtos— camina con la camiseta en la mano como alma que lleva el demonio, como si buscase algo que no encuentra. Una vecina que está justo enfrente del portal, hoy cerrado con una puerta antiokupas, contempla la escena, pero no entra al trapo: “Yo no me meto en nada, cada uno tendrá sus necesidades”.

Las mismas que llevaron al hijo de esa mujer que hoy guarda silencio a acabar detenido en esta última redada, acusado de ayudar a El Batalla. “Un tipo sin antecedentes al que han estado utilizando, aunque sabía dónde se metía”, asegura Jose Manuel, el inspector jefe de la Policía Judicial de Sanlúcar, mientras visita la zona. Ella, con su vástago ya en prisión, prefiere no recordar y solo abre la boca para reconocer paradójicamente que en el barrio han sufrido lo suyo a cuentas de la droga: “Lo hemos pasado mal”. La última vez, hace apenas unos meses, cuando la policía de Sanlúcar detectó que la familia de La Pinilla estaba de nuevo inundando las calles de picos de cocaína, heroína y rebujito, una adictiva mezcla de las dos anteriores, cuyo precio oscila entre los 10 y 15 euros la papelina. No se equivocaban, en la redada policial del pasado 5 de julio, hasta 804 papelas atadas con hilos de colores —marca de la casa habitual— y 16 gramos de MMDA. La compulsión de la banda por el menudeo es tal que el último palo ya es la cuarta fase de una misma operación, llamada Alacrán, que en algo más de un año le ha decomisado 2.207 dosis, 1.057 gramos de cocaína, 338 kilogramos de marihuana, 42.423 euros, siete vehículos y varias armas de fuego.

Hace años que La Pinilla asegura estar retirada, en la última operación de esta semana la policía ha detenido a su yerno, conocido como 'El batalla'
Hace años que La Pinilla asegura estar retirada, en la última operación de esta semana la policía ha detenido a su yerno, conocido como 'El batalla'

Hace ya años que La Pinilla, de 61 años, cedió el testigo de la primera línea del negocio a, al menos, dos de sus cinco hijas, una casada con El Batalla. “Ella ya está tranquilita en su casa, con mi padre en la mar”, asegura al inspector Jose Manuel una de sus descendientes, sentada a la fresca con la vecina de la calle Siembra y que la policía descarta que esté ahora vinculada al menudeo familiar. Atrás quedaron los tiempos en los que la propia Dolores controlaba de primera mano el narcopiso blindado con rejas en el que ella convirtió su vivienda social, en el número 20 de esa misma vía. Corría la primera década de los años 2000 y la narca era capaz de vender 1.500 papelas al día con beneficios de hasta 7.000 euros diarios. “La degradación del barrio era absoluta, se hizo famoso y venían hasta traficantes de Córdoba a comprar aquí”, explica el inspector jefe. A La Pinilla le iba tan bien que dejó su piso social y compró una hilera de chalés en la calle Puerto para ella y su gente. “Su nivel de vida era absolutamente obsceno”, añade el investigador.

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Dolores ya no era esa humilde vecina que vendía lotería que, en los años 90, fue concesionaria de una de esas viviendas sociales en una urbanización conocida como Cruz de Mayo. “Era una promoción de viviendas construidas entre 1986 y 1990 para familias en exclusión social”, rememora la alcaldesa, Carmen Álvarez (IU), recién aterrizada en el Ayuntamiento. Entre esos nuevos vecinos, La Pinilla era “una más”, como asegura Pepa, hasta que se torció cuando entró en contacto con un narco de la época que le enseñó que el camino ilícito era más pingüe y rápido. Los picos de La Pinilla se hicieron famosos “por su buen precio y calidad”, apunta el jefe de Judicial, y las calles del barrio entraron en la peligrosa espiral del ir y venir constante de drogadictos en busca de su dosis. La mudanza de la narca y los suyos a sus chalés aceleró la degradación. Ya no necesitaban el piso para vivir, así que se convirtió en un punto de venta 24 horas. El negocio escaló tanto que consiguieron ocupar ilegalmente el número 32 de la misma vía y unas viviendas nunca entregadas en la calle Higuereta, que convirtieron en criaderos de marihuana y puntos de producción de los picos.

El número 32 de la calle Siembra, en la barriada de Cruz de Mayo en Sanlúcar de Barrameda, es el último narcopiso desmantelado en La Pinilla.
El número 32 de la calle Siembra, en la barriada de Cruz de Mayo en Sanlúcar de Barrameda, es el último narcopiso desmantelado en La Pinilla. Juan Carlos Toro

Las redadas policiales contra La Pinilla y su gente se hicieron constantes. El inspector jefe Jose Manuel pierde ya la cuenta: 2011, 2014, 2021, 2022 y esta última. Los juicios y las condenas, algunas de conformidad, han hecho que ella y los suyos anden entrando y saliendo de prisión. Para suplir sus ausencias han ido interponiendo a otros hijos, yernos y hasta nietos en el negocio. Mientras, el barrio callaba, preso de la connivencia en forma de regalos entre quien nada tiene y del miedo. Aunque quizás con lo que La Pinilla no contaba era con que los propios vecinos iban a reaccionar. “Aquí somos una mayoría de gente humilde, no somos como ellos y estamos hartos”, denuncia uno de ellos. Tanto, que el inspector jefe Jose Manuel ya está acostumbrado a recibir a vecinos que se quejan de la degradación del barrio: “Le han dado la vuelta al sistema y han conseguido que entre todos les paguemos la fiesta de tener pisos públicos dedicados a la droga y cargarse un barrio mientras ellos se hacían de oro”.

Los años más tenebrosos de la barriada Cruz de Mayo y de la zona Huerta de San Cayetano ya quedaron atrás. Quedan viviendas okupadas y drogadictos que deambulan a la caza de un pico que meterse, pero “la cosa va mejorcita”, como explica Pepa. Ahora el problema está en que La Pinilla y los suyos no vuelvan a tomar el control de sus narcopisos, como ya han hecho hasta en tres ocasiones. “La Junta no consigue recolocar las viviendas, ni dar con nadie que se atreva a vivir en ellas”, apunta el inspector jefe. Álvarez conoce el problema: “La Junta tiene que poner pie en pared y revisar las condiciones para que no haya viviendas sociales sin gente que las necesita. Tenemos 1.200 demandantes de viviendas. Nos personaremos para pedirles una solución”. Y la regidora, además, asume el reto que se le viene: “Queremos barrios unidos, no guetos, y vamos a trabajar por una barriada popular y obrera que nos duele mucho. Pero necesitamos medios para poder luchar contra el narco, planes de empleo y de formación. Sanlúcar tiene una mayoría social de familias buenas y trabajadoras y hay que sacarla de los rankings de pobreza y exclusión”.

Una agente de la Policía Judicial de Sanlúcar inspecciona una de las viviendas okupadas en la calle de la Higuereta.
Una agente de la Policía Judicial de Sanlúcar inspecciona una de las viviendas okupadas en la calle de la Higuereta. Juan Carlos Toro

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Sobre la firma

Jesús A. Cañas
Es corresponsal de EL PAÍS en Cádiz desde 2016. Antes trabajó para periódicos del grupo Vocento. Se licenció en Periodismo por la Universidad de Sevilla y es Máster de Arquitectura y Patrimonio Histórico por la US y el IAPH. En 2019, recibió el premio Cádiz de Periodismo por uno de sus trabajos sobre el narcotráfico en el Estrecho de Gibraltar.

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