El nudo en la garganta
He aquí un eclipse total. Se diría que no es para tanto, pero millones de personas salieron a contemplarlo y vieron lo de la foto: un punto seguido gramatical aureolado por el foco de luz que ese punto ocultaba. Quizá muchos de los que asistieron a esta puesta en escena cósmica esperaban ver un punto final, pues los eclipses, desde el principio de los tiempos, se han relacionado con alguna forma de apocalipsis. Y que se haga de noche en pleno día es como para pensar que algo se ha roto, desde luego. Ahora sabemos que no, que no se rompe nada, que es la Luna al interponerse, en su recorrido, entre el Sol y la Tierra. Un fenómeno natural, en fin, si el universo fuera natural, que nos tememos que no, que el universo es una monstruosidad inexplicable, igual que quienes lo habitamos.
Ahí estaban, pues, el 8 de abril, millones y millones de personas, desde México a EE UU y Canadá, armadas de unas gafas especiales o de pedazos de radiografía, observando religiosamente el fenómeno sobrecogedor. Muchas de esas radiografías utilizadas para protegerse los ojos serían de los propios pulmones de sus usuarios, es decir, que se veían por dentro al tiempo de examinar lo que sucedía fuera. Tal vez había algo especular en esa forma de asomarse al prodigio. Es posible que la oscuridad sobrevenida en el cielo reflejara un poco la oscuridad de nuestros corazones cuando nos atenazan el pánico o la duda. Aquella atmósfera crepuscular evocaba, en fin, las sombras del alma cuando la noche oscura de los místicos o cuando el nudo en la garganta de los ascéticos como usted y como yo.
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