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Puedes cambiar de repente el argumento de tu existencia, no estás obligado a ser siempre el mismo

Una ruptura, una alteración importante en los hábitos, como dejar la bebida o el tabaco... hay varias formas de reinventar quiénes somos, como han hecho varios personajes célebres a lo largo de la historia

Cambiar de opinión
Juárez Casanova

“Nunca me pregunté lo que significaba la libertad hasta el día en que abracé a Stalin”, así empieza la autobiografía Libre, de la albanesa Lea Ypi. Su protagonista es una niña de Tirana que ve cómo el régimen comunista en el que ha crecido y creído se viene abajo en 1990.

La decapitación de la estatua de Stalin, a la que ella abrazaba, encarna un mundo que ha dejado de existir. A partir de aquí habrá distintos puntos de giro en la vida de Lea, que acabará como profesora de Teoría Política en la London School of Economics. En este caso, los acontecimientos abruptos de la historia propiciarán un cambio de argumento vital para esta escritora, así como para millones de habitantes del este de Europa. En muchos otros casos, sin embargo, es la persona quien decide emprender un cambio radical, movida por algún descubrimiento exterior o interior. Este fue repetidas veces el caso de Limónov, cuya biografía escribió Emmanuel Carrère, con un biopic estrenado en el pasado Festival de Cannes.

Este ruso obsesionado por la fama se crio en Ucrania, hijo de un oficial soviético. En su adolescencia decide ser un delincuente callejero hasta que, en un giro inesperado, se le ocurre que tiene que ser poeta. Para ello se hace amante de una mujer judía que reúne en su casa a los literatos de su ciudad. Está con ella para poder ser él quien abra la puerta a estos escritores a los que quiere parecerse. En su camino de trepa, se mudará a Moscú para poder codearse con escritores mucho más importantes. No contento con esto, acaba emigrando a Nueva York, donde hará de mayordomo de un millonario, además de ofrecer su cuerpo a hombres desconocidos. En 1982 se instala en París con una modelo y artista rusa. En la capital francesa empezará a ser conocido como escritor, aunque su vida sufrirá aún muchos vuelcos disparatados, como su participación en la guerra de los Balcanes o su regreso a Rusia, donde funda un partido que es prohibido y acaba en la cárcel, acusado de tentativa de golpe de Estado. Entre barrotes se convierte en místico y, una vez liberado, ejerce una osada oposición a Putin.

Si no fuera porque sabemos que es real, tacharíamos esta historia de inverosímil. Quizás nos parece así porque estamos acostumbrados a contemplar existencias que siguen caminos trillados. No obstante, si se miran de cerca, en todas las vidas hay momentos en los que todo cambia y el argumento de las cosas se vuelve imprevisible. En una novela, el punto de giro tiene lugar cuando la acción normal se ha agotado y se necesita un cambio de rasante para despertar al lector. Lo mismo sucede en las historias que se desarrollan fuera de los libros. La llamada “crisis de la mediana edad”, por ejemplo, se produce en personas que, tras haber alcanzado la estabilidad, necesitan agitar su mundo cotidiano para volver a sentirse vivas.

Sin embargo, ese no es el único momento de nuestra trayectoria en el que puede haber un punto de giro. De hecho, a lo largo de la vida tomaremos distintas decisiones cruciales que nos llevarán a vivir un capítulo nuevo. El psicólogo Antoni Bolinches calcula que, en la mayoría de las personas, hay siete u ocho determinaciones de este calado a lo largo de su andadura por el mundo.

Algunos ejemplos comunes:

Podríamos poner muchos ejemplos más. Por definición, las decisiones cruciales son aquellas que marcan un antes y un después, es decir, que transforman nuestro día a día de forma relevante. Y, cuando no nos obligan las circunstancias, sabremos que nuestro argumento necesita un giro si nos sentimos mortalmente aburridos, o bien hemos descubierto una pasión por la que merece la pena apostarlo todo. Nada está escrito. Como decía el orientalista y divulgador Alan Watts: “No tienes la obligación de ser la misma persona que eras hace cinco minutos”.

Las cinco vidas de Kim Ki-duk

Antes de fallecer a los 59 años por covid, el director de cine surcoreano se reinventó una y otra vez:

  • Agricultor. Nacido en 1960, empezó a estudiar para dedicarse al campo, pero a los 17 años cambió de idea.
  • Obrero. Kim Ki-duk decidió trabajar en una fábrica para tener autonomía financiera. Pero se cansó de ello.
  • Militar. Tres años después se alistaba en la Infantería de Marina, donde llegó a ser suboficial.
  • Pintor. A los 25 años se instala en París como pintor.
  • Cineasta. En París decide ser director de cine. Regresa a Corea, donde acaba rodando obras como Hierro 3.

Francesc Miralles es escritor y periodista experto en psicología

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