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Maneras de vivir
Columna
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Una de relojes

A todos los chupópteros les da por lo mismo: en cuanto sacan unas cuantas perras, se atizan el pelucón en la muñeca

La presidenta de Perú, Dina Boluarte, muestra sus joyas en una rueda de prensa el pasado 5 de abril, en Lima (Perú).
La presidenta de Perú, Dina Boluarte, muestra sus joyas en una rueda de prensa el pasado 5 de abril, en Lima (Perú).EFE
Rosa Montero

Una de las historias más desopilantes de la vida política en los últimos tiempos es el caso de los relojes de la presidenta de Perú, Dina Boluarte. A mí, por lo menos, me tiene turulata. Déjenme que les refresque el asunto: la noche del Viernes Santo, que también tiene su gracia la coincidencia de fechas, la policía irrumpió en el domicilio de Boluarte. Llevaban una orden de allanamiento y no había nadie, así es que entraron por la fuerza. Estaban investigando una colección de relojes de lujo que la presidenta poseía y que no había mencionado en su declaración de bienes ni justificado de forma adecuada. Los relojes en debate son por lo visto 15, entre ellos varios Rolex, uno de ellos un megamodelo rosado de 19.000 dólares. Ahora bien, resulta que Boluarte, de 61 años, abogada y funcionaria del Registro Nacional de Identificación, entró en la política hace poco. En 2021 salió elegida vicepresidenta del Gobierno de Castillo, y cuando éste fue destituido por el Congreso, asumió la presidencia por sucesión constitucional. Y resulta también que, al parecer, antes de 2021, con su trabajo en el Registro, apenas ganaba 15.000 dólares al año, de modo que tenía un pasar más bien apretadito en lo económico. Pero al llegar por carambola a la presidencia empezó a lucir en su muñeca una flipante colección de relojazos. Un cambio llamativo, porque antes, en sus tiempos funcionariales, según comentó un testigo con una precisión en el detalle casi conmovedora, incluso usaba relojes de plástico.

No deja de sorprenderme que la gente se fije en esas cosas. Que miren con semejante ahínco las joyas que lleva la señora. Me pregunto quién o quiénes habrán ido haciendo la lista oprobiosa; me los imagino analizando cada vídeo, cada foto, haciendo zoom, buscando los modelos. Una ingeniosa vía para fiscalizar los ingresos de los representantes públicos. Y han hecho muy bien, han cazado in fraganti a la supuesta infractora, aunque me parece que, para que esta vía sea útil, se ha de partir de cierta penuria anterior del investigado. Para poder comparar con los relojes de plástico. Creo que los ricos antiguos son capaces de disimular mejor las chorizadas. “Este Rolex me lo regaló mi abuela en mi primera comunión”, podría argumentar el menda en cuestión, pongo por caso, y quedarse tan pancho. Se diría que ser rico lo facilita todo, incluso robar.

Una semana después del allanamiento, la presidenta declaró que la colección de relojazos era un préstamo del gobernador de Ayacucho y que, al no ser suyos, no tenía que declararlos; que se equivocó al aceptar el préstamo y que ya los había devuelto. Wilfredo Oscorima, el gobernador (que sería como la abuela de la primera comunión pero menos eficaz), es un amante de los Rolex y, en efecto, según un registro de ventas, compró el 31 de mayo de 2023 un modelo exacto al patatón de oro rosa que lució la mandataria y que costaba 19.000 dólares. Y resulta que justo ese 31 de mayo Baluarte cumplía 60 años. No me digan que este culebrón relojil, conocido en Perú como el Rolexgate, no es formidable (todos los datos salen de los estupendos reportajes de Renzo Gómez Vega en EL PAÍS).

No sé en qué acabarán las supuestas irregularidades de Boluarte, pero el caso me ha hecho recordar la afición que la gente de torcido vivir parece tener por los relojes carísimos. A todos los chupópteros les da por lo mismo: en cuanto sacan unas cuantas perras, se atizan el pelucón en la muñeca. Podríamos seguir los pasos de los peruanos y hacer una labor de hemeroteca para ver qué relojes usaban los españoles condenados por corrupción de las últimas décadas. Apuesto a que todos costaban más que un coche utilitario (y sin la ventaja de poder transportarte de un sitio a otro). Lo que demuestra varias cosas: que los de las empresas relojeras son muy listos y más que fabricar relojes venden estatus; y que los malos carecen por completo de personalidad e imaginación y son muy tontos. Porque, aunque todos sabemos (las películas de atracos nos lo han enseñado una y mil veces) que lo peor que puede hacer un ladrón cuando ladronea es ser ostentoso, a la inmensa mayoría de los corruptos les pierde la vanidad, y se lanzan de cabeza a las marisquerías a pelar bogavantes con las camisas remangadas y gran exhibición de sus relojes de lujo. Pero qué panolis. Hay que seguir llevándolos de plástico.

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