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La ‘otra alhambra’ está en Ciudad Real

José Antonio Gutiérrez lleva 22 años tratando de convertir su casa en la localidad de Villanueva de la Fuente en una interpretación de la Sala de las Camas del palacio granadino

Gutiérrez, en su manchega versión de la Alhambra.
Gutiérrez, en su manchega versión de la Alhambra.Alberto G. Palomo

Desde la penumbra, sentado sobre un colchón y unos cojines tapizados a medida, José Antonio Gutiérrez imagina el día en que pueda dormir aquí como un príncipe en su palacete. “Se ponen las cortinas y entra la luz. Pero, por la oscuridad de dentro, tú estás oculto”, explica, moviendo una ligera tela frente a un enorme portón de madera. Espera cumplir pronto ese noble sueño, a pesar de que aún suspira al pensar en lo que le falta: este hombre de 55 años ha empeñado miles de horas en transformar un inmueble a las afueras de Villanueva de la Fuente, en Ciudad Real. Pretende convertir el interior en una interpretación libre de la Sala de las Camas de la Alhambra de Granada.

Fue aquel complejo nazarí lo que le impulsó no solo a levantar el piso en este municipio manchego de unos 2.000 habitantes, sino a cambiar de vida. Gutiérrez descubrió la Alhambra hace unos 30 años gracias a Tere, su expareja, con quien tiene una hija. Se quedó tan impresionado que ha vuelto unas 500 veces. Allí merodeaba durante jornadas, tomando apuntes y fotos. Luego, ya en su pueblo, aprendía técnicas ancestrales de pintura, escultura o arquitectura para ensamblar la madera y crear esas formas hipnóticas de los mocárabes o para tallar en yeso enmarañadas figuras geométricas. Tanto se zambulló en la disciplina que saltó al gremio de la carpintería y la restauración de muebles: “Una vez sabes el oficio, ya eres capaz de innovar”, esgrime.

Pero su “proyecto vital” ha sido esta imitación del monumento andaluz. “Todo mi tiempo libre lo he empleado en esto”, afirma en medio de la estancia principal, que mide unos 140 metros cuadrados y se eleva por encima de los 11 de altura. Dividida en dos plantas, esta réplica es completamente artesanal. Cada artesonado se nutre de hasta 110 piezas cortadas a mano. Cada detalle en la escayola de los arcos o de las paredes se debe a su pericia con el pincel y el formón. Lo único manufacturado son los tapices y las lámparas metálicas o las piezas de mármol que componen el zócalo, el baño y las columnas. Gutiérrez ha estudiado en profundidad el arte andalusí para adoptarlo como una pasión inquebrantable.

Vendimió en Francia, recogió la oliva en temporadas por esta árida región donde creció y montó un bar cerca de su casa como negocio de futuro. Jamás se ha permitido un minuto de descanso desde que se sacó el graduado escolar. Aparte de las escapadas siguiendo a sus grupos favoritos de rock duro y de sus obligaciones laborales, su existencia ha estado marcada por la Alhambra. “Ahora tenemos más tecnología, pero antes eran más inteligentes”, cavila sobre la construcción del icono granadino, erigido en el siglo XIII y considerado patrimonio de la humanidad por la Unesco desde 1984. Lamenta, eso sí, que se haya transformado en “un parque de atracciones” debido a la cantidad de gente que recibe: en 2023 lo visitaron más de 2,6 millones de personas.

Gutiérrez calcula que ha invertido más de 110.000 euros y 22 años “a pulmón” en este pequeño homenaje. “Al principio dedicaba toda la tarde, hasta la madrugada. Ahora he bajado el ritmo. Me quiero encerrar los fines de semana. Aunque ya no tengo el mismo entusiasmo. Pero, como decía mi padre, la ilusión es muy atrevida”, reflexiona, mirando el rincón sombrío donde aspira a reposar tranquilo. “Lo voy a terminar. Solo me lo puede impedir la muerte”, sentencia, como buen soberano de su propio imperio, en las escaleras exteriores. En lugar del Generalife, varias casas bajas de ladrillo visto jalonan el horizonte.

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