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Usos de una biblioteca aparte de sentarse delante de un libro y leer

La Biblioteca Expandida Deslocalizada es un proyecto valenciano de reinvención del espacio bibliotecario.

bibliotecas
Molinero (izquierda) y Mir, en el Centre del Carme de Valencia.Raúl Belinchón

Las bibliotecas del siglo XXI ya no tienen por qué ser solo un espacio en el que se guarden libros que estén a disposición de los lectores. Tampoco tienen que ser únicamente el refugio solemne para el estudiante de bachillerato o el opositor. Néstor Mir y Javier Molinero quieren desacralizarlas. “Para que subsistan han de reinventarse”, apunta Mir, músico, escritor y dramaturgo que trabajó en una pública. “Todo el mundo quiere las bibliotecas”, prosigue, “pero la mayoría no las visita”. Molinero, arquitecto, siempre ha sido un fiel. “En lugar de apuntar a mi hijo a una actividad extraescolar, lo que hacía era llevarlo a la biblioteca. Él leía cómics y yo trabajaba”. Iban a la de Mir. Allí se hicieron amigos. Un día Mir le preguntó a Molinero si a su hijo le gustaría montar un club de manga. Así empezaron a intercambiar ideas acerca de los posibles usos de lugares como aquel.

Cinco años después, las charlas han cristalizado en un proyecto que han bautizado como BED (Biblioteca Expandida Deslocalizada), que han ido desarrollando en pedanías y centros de arte de Valencia, ciudad en la que residen. “Buscamos convertir estos puntos de encuentro en espacios donde puedan coexistir las actuales inquietudes de los individuos”, explica Molinero. Durante un viaje que ambos realizaron a Montreal se interesaron por la evolución de estos edificios, donde el libro y la lectura ya no conformaban el único centro de actividad. “Allí la gente también va a investigar posibilidades que sean enriquecedoras para el barrio o la comunidad; acuden para encontrarse, plantear actividades o, simplemente, para hablar y escuchar”.

Molinero (izquierda) y Mir, en el Centre del Carme de Valencia. Las butacas son parte del mobiliario.
Molinero (izquierda) y Mir, en el Centre del Carme de Valencia. Las butacas son parte del mobiliario. Raúl Belinchón

Por el momento, Valencia marca su radio de acción. Cuando llamaron a las puertas de varias instituciones locales, las primeras reacciones con las que se encontraron fueron de asombro o de recelo. “Nos decían que Montreal estaba muy lejos, que en Canadá o en el norte de Europa son de otra manera”, recuerda Molinero. “Pero iniciativas como el Medialab de San Sebastián o la Biblioteca Gabriel García Márquez, que recientemente ha obtenido el Premio Ciudad de Barcelona, han ayudado a que se entienda nuestra propuesta”.

En el último año han tenido la oportunidad de poner en práctica su idea creando bibliotecas expandidas deslocalizadas, concebidas como “laboratorios ciudadanos” en los que puede participar toda aquella persona interesada en debatir sobre las posibilidades que albergan estos centros. Sus impulsores insisten siempre en que este nuevo concepto no busca eliminar los libros; solo quiere cambiar la idea que tenemos de esos espacios culturales.

“Se trata, por ejemplo, de replantear el lenguaje del mobiliario”, explica Mir. “Buscamos introducir elementos que no sean solamente sillas, mesas o mostradores, muebles que nosotros aportamos para que envíen otros mensajes, que indiquen que estamos en sitios donde se pueden intercambiar ideas, hacer música o, simplemente, descansar y pensar”. En diciembre del año pasado concluyó su experiencia más ambiciosa hasta la fecha, el laboratorio que crearon en el Centre del Carme Cultura Contemporània, en Valencia. Si nada se tuerce, la biblioteca expandida deslocalizada volverá a llevarse a cabo en este mismo lugar. “Esperamos volver para decirle a la gente: ‘Este espacio es vuestro, en él puede pasar lo que queramos que pase”, dice Mir. Y añade Molinero: “Es una apropiación del espacio por parte de la ciudadanía. Las bibliotecas están hechas para que suceda eso”.

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