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Perfumes que huelen a nuestros padres: el retorno de las fragancias masculinas clásicas

En tiempos recientes, la perfumería para hombre ha roto esquemas, utilizando ingredientes novedosos y derribando las barreas de género. Con la modernidad totalmente asimilada ha llegado el momento de mirar atrás y ponderar aquellas fragancias primigenias, recuerdo de una masculinidad de la que afortunadamente solo queda el olor

Imagen de una campaña de Eau Sauvage, lanzado por Dior en 1966.
Imagen de una campaña de Eau Sauvage, lanzado por Dior en 1966.
Carlos Primo

Si atendemos a las cifras de ventas, los niños que ahora corretean por los patios de los colegios de primaria han aprendido a montar en bicicleta guiados por usuarios de Invictus, de Paco Rabanne, o Sauvage, de Christian Dior, dos superventas de esta última década. Para la generación Z, la memoria paterna probablemente esté ligada a la limpieza enérgica de Acqua di Giò, de Armani, o L’Eau d’Issey Pour Homme. Pero para unos y otros, y especialmente para los mileniales y las generaciones que les preceden, el término “perfume de padre” evoca algo muy concreto: maderas, notas verdes, musgos, cítricos y toques almizclados. Olor a espuma de afeitar, a bosque y a especias, que es la amalgama olfativa que domina la perfumería masculina desde hace siglos.

Lo cierto es que la perfumería masculina tardó en nacer. En el bum cosmético de principios del siglo XX, que amplió la paleta de los perfumistas hasta límites extravagantes, los hombres apenas usaban ligeras colonias sin género. Ni almizcles, ni especias, ni moléculas complicadas. Uno de los primeros perfumes con pretexto masculino, Mouchoir de Monsieur (1904), de Guerlain, ni siquiera estaba concebido para ser utilizado en la piel, sino en el pañuelo que los dandis de la época llevaban en el bolsillo de la chaqueta. Cuando en los futuristas años treinta Ernest Daltroff se propuso crear el primer perfume masculino de la historia, utilizó notas sorprendentemente neutras: lavanda y vainilla. Pero precisamente por eso Pour un Homme, de Caron, sigue oliendo en 2023 prácticamente igual que en 1934: sus materias primas son tan sencillas que los vaivenes tecnológicos de la industria, que inventa moléculas con la misma velocidad con que las prohíbe, apenas la han rozado.

Habit Rouge, de Guerlain. Este perfume salió a la venta en 1965.
Habit Rouge, de Guerlain. Este perfume salió a la venta en 1965.

La lavanda, además de un ingrediente sencillo, también estaba disponible en grandes cantidades y a corta distancia, al menos en la región mediterránea. Lo mismo pasaba con los cítricos, con el Cistus labdanum (la flor de jara) y las hierbas aromáticas como el romero o el tomillo. En mayor o menor medida, cuenta Daniel Figuero, autor del ensayo Contraperfume (Editorial Superflua), estos ingredientes pasaron a conformar “una tradición ligada a las aguas de colonia de estirpe mediterránea”. Por ejemplo, Lavanda, de Puig (1940), un clásico unisex que hoy sigue a la venta. En el mundo anglosajón, mientras tanto, reinaban las notas almizcladas de Old Spice, un perfume tan enraizado en la hombría vintage que su publicidad, hace no tanto, jugaba con un eslogan provocativo: “Si tu abuelo no hubiera llevado este perfume, tú no existirías”, tal y como recuerda el perfumista y escritor Roja Dove, autor del ensayo The Essence of Perfume (2014) y fundador de la firma de lujo Roja Parfums. “Con una ligereza resistente y un cierto olor a ‘limpio’, Old Spice se construyó sobre una composición sensual de ingredientes aparentemente poco viriles, como vainilla, almizcle y ámbar”, explica el británico.

Sin embargo, que los hombres de mediados del siglo XX comenzaran a perfumarse sin complejos exigió el triunfo de un acorde olfativo tan monolítico como la masculinidad imperante entonces: el chipre, una mezcla de musgos y maderas con toques cítricos. “Este acorde desprende una imagen de autoridad sin fisuras debido a su estructura disciplinada, perfecta para el hombre que lleva la voz cantante en horario de oficina antes de llevar el pan a su nido”, detalla Dove.

El chipre, que había sido inventado por François Coty en 1917, sería a mediados del siglo XX la piedra angular de una generación de perfumes dirigidos al hombre. Por ejemplo, Chanel Pour Monsieur, un insólito chipre floral surgido en el seno de una marca que siempre había ­jugado al diálogo entre géneros. Pero casos así eran una excepción. A mediados de los años sesenta, lo único que un hombre podía comprarse en una tienda de Christian Dior era una corbata. Hasta que, en 1966, el perfumista Edmond Roudnitska creó Eau Sauvage. El punto de partida fue el Hedione, una molécula ligada al jazmín que aportaba notas oscuras e intensas a un ejercicio de jardinería olfativa basada en las notas mediterráneas. Por eso las ilustraciones que René Gruau elaboró para su lanzamiento recreaban el ritual de higiene mascu­lina —el baño, el afeitado, el albornoz, el espejo— para redescubrir el cuerpo del hombre desde la autoconsciencia.

Abajo, campaña del mítico Agua Brava, de Antonio Puig, que
revolucionó el mercado en 1968.
Abajo, campaña del mítico Agua Brava, de Antonio Puig, que revolucionó el mercado en 1968. Serge Mouraret (Alamy Stock)

A su vez, Jean-Paul Guerlain, heredero de la saga familiar, había ideado a finales de los cincuenta su formidable Vetiver. Pero su perfume más personal, Habit ­Rouge, surgió de un tipo distinto de paisajismo: el del bosque de Rambouillet recorrido a lomos de un caballo. A las notas vegetales y botánicas habituales añadió elementos especiados y almizclados que evocaban el olor del sudor, del caballo y de la guarnicionería. Había inventado, en palabras de la historiadora Elisabeth de Feydeau, “el primer perfume oriental para hombre con notas de madera, cuero y especias”. La paleta seguía creciendo y, en apenas cinco años, la perfumería masculina se había introducido en todos los terrenos que antes le estaban vedados. La formidable Agua Brava de Antonio Puig, un superventas internacional lanzado en 1968 e ideado por Rosendo Mateu y Marcel Carles, incorporaba una descarga multicolor de sándalo y pachulí al ya tradicional fougère mediterráneo. Triunfó igual que iconos ya olvidados como Tabac o Aramis. En 1974, Loewe Pour Homme marcaría el paso a la madurez de la perfumería clásica española. Su fórmula, aromática y mediterránea, era también lujosa y se dirigía a un público cada vez más informado. En las décadas siguientes, la perfumería masculina explotó y multiplicó sus ofertas, pero aquellas fragancias pioneras aguantaron el tipo.

Hoy, décadas después de su aparición, la perfumería masculina ha adoptado derroteros tan diversos —­notas orientales, tecnológicas, gourmand o directamente dulces— que en 2023 estos clásicos se pueden reivindicar con la misma falta de prejuicios con que nos enfrentamos a cualquier perfume unisex: con conocimiento, pero sin etiquetas. Y, por primera vez, sin género preestablecido.


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Sobre la firma

Carlos Primo
Redactor de ICON y ICON Design, donde coordina la redacción de moda, belleza y diseño. Escribe sobre cultura y estilo en EL PAÍS. Es Licenciado y Doctor en Periodismo por la UCM

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