_
_
_
_
_

El futuro será ‘phygital’, una mezcla entre físico y digital

Varios estudios sostienen que, para ciertas cosas, aún son mejores el lápiz, el papel y el contacto humano. Hay un revival de la Polaroid y ya se venden más vinilos que cd’s. Lo analógico resiste y, según los expertos, se ha asegurado un lugar en el mundo actual a pesar de los intentos de lo digital por enterrarlo definitivamente.

Alumnas de la Escuela Internacional de Azafatas Tunon, en París, toman apuntes en una clase en 1981.
Alumnas de la Escuela Internacional de Azafatas Tunon, en París, toman apuntes en una clase en 1981.Guy Le Querrec (Magnum Photos / Contacto)
Karelia Vázquez

En los tiempos de Google Calendar hay gente, y no hablamos de venerables ancianos, que se entiende mejor con una agenda de papel. Que siente, cuando tacha con vehemencia una tarea con un boli de tinta roja, una liberación que no le da el anuario digital. En un mundo donde la palabra de orden es digitalización, lo analógico no solo se resiste a desaparecer, sino que adquiere connotación de fetiche y lujo. Para apuntalar la fuerte relación que se está construyendo entre la distinción y la exclusividad y los objetos físicos —ahí están las invitaciones impresas en papel de alto gramaje y con exquisita caligrafía, el éxito de los vinilos y el renacer de la Polaroid—, varios académicos se han dedicado a demostrar también la superioridad de la vieja tecnología analógica en determinadas zonas que se creían tomadas por la conveniencia digital.

Una de esas zonas de resistencia es la persuasión. Un estudio del Instituto Kellogg asociado a la Universidad de Northwestern lo demostró con un experimento. Los investigadores pidieron por la calle a varios desconocidos que completaran una encuesta inventada; después debían dejar su e-mail. A una mitad se le dio lápiz y papel, y a la otra, un ipad. Aquellos que habían usado lápiz y papel fueron más propensos a dejar su correo electrónico.

Los investigadores también observaron diferencias en el comportamiento cuando pidieron a unos estudiantes universitarios que hicieran una selección de títulos en una nueva librería. Los que habían rellenado la petición con lápiz y papel escogieron libros de un mayor perfil intelectual que aquellos que usaban una tableta. Los investigadores apuntaron en sus conclusiones que se tomaban decisiones más “virtuosas” y conscientes sobre el papel porque la gente las sentía como un reflejo de su personalidad y creía, por tanto, que debía ser más consecuente con ellas. Los que seleccionaron sus libros en una pantalla no se lo tomaban tan en serio.

Lo analógico también resiste en un territorio absolutamente abducido por lo digital: la productividad y la eficiencia. En algunas circunstancias, aseguran otros trabajos, el papel puede hacernos más productivos. Un estudio conjunto de la Escuela de Negocios de la Universidad de Columbia, la Universidad de Drexel y la Universidad Pública de California analizó la diferencia de comportamientos que generaba trabajar con un calendario de papel o con uno digital. Los que preferían desplegar todas sus actividades del mes en un formato físico solían ser más prolijos en sus proyectos, improvisaban menos y cumplían su agenda con mayor frecuencia que aquellos que usaban una aplicación. La dimensión física del calendario tenía su impacto en la conducta. La capacidad de poder examinar de un vistazo todo el mes con sus tareas diarias les ayudaba a ser realistas y más organizados.

Un tercer experimento atestiguó que se otorga más valor y prestigio a los objetos físicos que a sus convenientes versiones digitales. En 2017 varias investigaciones demostraron que los compradores estaban dispuestos a pagar más por libros, pelícu­las y discos que podían guardarse o coleccionarse que por sus versiones descargables.

Lo físico sigue siendo un poderoso imán para los humanos. Las prestaciones del mundo analógico que incluyen el tacto, el olor, la textura o el ruido de las páginas de un libro conforman una experiencia multisensorial que nos ayuda a recordar mejor lo que leemos y escuchamos. En un ereader o en Spotify, las letras y la música se suceden automáticamente sin que ningún ritual o referencia física le confiera un carácter especial a cada pieza o la vincu­le a algún momento de nuestras vidas. Todo se distribuye en un interminable y monótono hilo de contenidos que se olvida demasiado rápido.

Ese atractivo por lo analógico podría explicar la extraña salud que conservan los catálogos de papel en algunos mercados. El profesor Jonathan Zhang, de la Universidad Pública de Colorado, demostró en un estudio que los compradores que reciben catálogos impresos gastan más que los que solo se exponen al marketing por e-mail. El papel es, sobre todo, muy eficaz, señala la investigación, para vender “productos caros y menos funcionales”. Es decir, caprichos y lujo.

Los expertos creen que la fuerza de lo analógico será más arrolladora a medida que se perfeccionen los sistemas de inteligencia artificial que crean textos, imágenes y sonidos. The Economist opina que, a medida que las máquinas vayan siendo mejores generando contenidos, habrá más exámenes presenciales escritos con lápiz y papel. “Solo por asegurarnos de a quién estamos evaluando”, aclara el semanario.

El futuro no será, por tanto, absolutamente digital; si acaso, viviremos en una extraña mezcla que ya está aquí y que se conoce como phygital (conjunción de los términos physical y digital). Su máxima expresión, según The New York Times, puede verse en la vuelta de las viejas cámaras digitales de los años dos mil. La generación Z las ha rescatado de los cajones de sus padres y las exhibe como trofeos Y2K en ­TikTok, donde el hashtag #digitalcamera supera los 185 millones de visualizaciones. Aunque las fotografías ya eran digitales, utilizar estos objetos conecta con el espíritu consciente de una experiencia con el mundo físico.

Además, las fotos imperfectas de esas primeras cámaras digitales, con menos píxeles y menor resolución, son percibidas como una “nueva estética más auténtica”, “una capa de personalidad que no tienen las imágenes tomadas con un teléfono”, precisa el diario. Un beneficio inesperado que agradece la generación Z es que no hay barra libre, debe pensarse cada disparo. Por cada foto tomada en una cámara, ellos calculan que habrían hecho cinco disparos en un smartphone. La escasez les obliga a ser selectivos. Lo efímero nos hace gracia, pero la justa. Será difícil hacernos dimitir del mundo físico.

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites
_

Sobre la firma

Karelia Vázquez
Escribe desde 2002 en El País Semanal, el suplemento Ideas y la secciones de Tecnología y Salud. Ganadora de una beca internacional J.S. Knigt de la Universidad de Stanford para investigar los nexos entre tecnología y filosofía y los cambios sociales que genera internet. Autora del ensayo 'Aquí sí hay brotes verdes: Españoles en Palo Alto'.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_