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Descubriendo Texas, Nuevo México y Arizona desde la Ruta 66

La extravagancia es la seña de identidad de la llamada Carretera Madre de EE UU, y más aún en su paso por estos tres Estados. En marcha por un tramo histórico donde se suceden neones, dinosaurios, cráteres, restaurantes o moteles de película

Texas Ruta 66
Cadillac Ranch, una instalación de la Ruta 66 cerca de la localidad de Amarillo, en Texas (EE UU).Alamy Stock Photo

La Ruta 66 es el viaje por carretera en Estados Unidos más emblemático. Apodada la Carretera Madre, esta sucesión de calles principales entre pequeñas poblaciones y de carreteras comarcales se convirtió en noviembre 1926 en el primer trazado que unía los rascacielos de Chicago con las palmeras de Los Ángeles. La Ruta 66 actual es la mejor carretera para sumergirse en la cultura popular retro estadounidense o simplemente para disfrutar de sus paisajes. Y en el camino, podremos codearnos con granjeros en Illinois y estrellas del country en Misuri, escuchar historias de indios y vaqueros en Oklahoma y descubrir las tradiciones de los indios americanos en las naciones tribales y los pueblos del suroeste. Y, por supuesto, seguir los pasos de mineros y forajidos en el Salvaje Oeste, antes de culminar el recorrido en las soleadas playas del Pacífico del sur de California.

En principio, la ruta estaba diseñada para unir un conjunto de poblaciones y vías secundarias a su paso por ocho Estados. Se hizo famosa durante la Gran Depresión, cuando campesinos migrantes la recorrieron hacia el oeste desde las Grandes Llanuras, afectadas por el llamado Dust Bowl, unas tormentas de polvo que las convirtieron en un desierto que en los años treinta arrasaron el centro de Estados Unidos. Entonces, se contrató a jóvenes desempleados para asfaltar los tramos finales de lo que en aquella época no era más que una carretera fangosa. Las obras terminaron justo antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial. Las cosas mejoraron en la década de los cincuenta, cuando la prosperidad recién recuperada animó a muchos estadounidenses a echarse a la carretera. Desafortunadamente, cuando todo parecía ir sobre ruedas, el Gobierno implantó una nueva red de autopistas interestatales, que, a la postre, supuso el certificado de defunción de la Carretera Madre, que es como la había bautizado John Steinbeck en 1939 en su novela Las uvas de la ira, el gran relato de viajes por esta carretera durante el Dust Bowl.

Tal vez su tramo más auténtico sea el que atraviesa los Estados del suroeste, Texas, Nuevo México y Arizona, con paradas míticas no exentas de un punto kitch en lugares como McLean, Amarillo, Cadillac Ranch o Tucumcari. Y, por supuesto, Albuquerque, el Bosque Petrificado, la ciudad universitaria de Flagstaff con aires del Salvaje Oeste o sitios genuinamente americanos de carretera, como Seligman o Hackberry.

El suroeste es un poco como el patio de recreo nacional, destino predilecto de aventureros que acuden por sus paisajes de piedra rojiza, las leyendas de vaqueros y toda la herencia hispana que deja una América diferente, aderezada con mucho más chile que el resto del país.

Más información en la guía Ruta 66 de Lonely Planet y en lonelyplanet.es.

Partimos, con mucho polvo y recuerdos, en la marchita McLean

McLean puede ser un punto de partida para hacer este tramo de la Ruta 66. Lejos de la civilización se extienden las llanuras de Texas, con solo algún que otro molino de viento y el inconfundible olor de los cebaderos de ganado. Las extensas llanuras fueron en su día pastos libres para el ganado que junto con sus vaqueros vagaban a sus anchas. Hasta la década de 1880, cuando la aparición del alambre espino propició la división de las tierras en parcelas privadas. Así lo cuenta el Devil’s Rope Museum, en la marchita McLean (salida 141 de la R66), que contiene también una estrafalaria sala dedicada a la Ruta 66 con un detallado mapa de la carretera a su paso por Texas, además de explicaciones e imágenes estremecedoras del Dust Bown y otros desastres ecológicos en la zona.

Mural de la Ruta 66 en McLean (Texas).
Mural de la Ruta 66 en McLean (Texas).Alamy Stock Photo

Nos adentramos desde aquí en el Estado de Texas, enorme, diverso y acogedor, mayor incluso que muchos países y con una mezcla de sofisticación urbana, sencillez provinciana, excursiones por las tierras altas y hasta playas de arena blanca.

Amarillo, la ciudad de la ternera y los vaqueros

Esta ciudad de vaqueros está repleta de lugares relacionados con la Ruta 66, como The Big Texan Steak Ranch, la histórica subasta de ganado o el barrio de San Jacinto, que aún cuenta con negocios originales de la ruta. Aunque un poco cursi, el Big Texan es todo un clásico de los años sesenta. Su principal gancho es su famoso bistec de ternera de dos kilos, gratis para quienes sean capaces de engullírselo, junto con sus copiosas guarniciones, en menos de una hora. Para suerte del restaurante, menos del 10 % supera el reto. Atracones al margen, el rancho es un sitio estupendo para comer y la carne es magnífica.

The Big Texan Steak Ranch, un restaurante mítico de Amarillo (Texas).
The Big Texan Steak Ranch, un restaurante mítico de Amarillo (Texas).Alamy Stock Photo

Amarillo es una población a medio camino entre Chicago y Los Ángeles en la antigua Ruta 66, evitada durante mucho tiempo como parada. Pero hay suficientes motivos para hacer un alto en el camino. Aquí, todo gira en torno a la industria local: la ternera. Y el Big Texan no es ese el único restaurante donde probar algunas de las mejores hamburguesas americanas, también está el GoldenLight Cafe & Cantina, un modesto local de ladrillo que lleva desde 1946 deleitando a turistas con sus clásicas hamburguesas de queso y su estofado de chiles verdes, y todo amenizado muchas veces con música country y rock en directo.

Aparte de comer, se puede visitar el American Quarter Horse: el quarter horse, una de las razas de caballo favoritas de la Texas rural, fue bautizado así por su valentía al correr en los hipódromos americanos, que en su día medían exactamente esto: un cuarto de milla (401 metros). Este museo es un homenaje a estos animales y explica tanto su papel en las carreras como en las labores del rancho. Y luego, hay otras atracciones típicamente americanas, como el Don Harrington Discovery Center, sobre la industria del gas helio que en su momento fue muy importante en Amarillo. Además de la experiencia de inhalar helio y hablar como el Pato Donald, hay acuarios, un planetario y exposiciones científicas.

Cadillac Ranch, una foto imprescindible

Dos niñas pintan los coches de Cadillac Ranch, una instalación a las a fueras de la localidad de Amarillo.
Dos niñas pintan los coches de Cadillac Ranch, una instalación a las a fueras de la localidad de Amarillo.The Washington Post (The Washington Post via Getty Im)

Es casi imposible hacer la Ruta 66 y no pararse a hacerse una foto en el famoso Cadillac Ranch. En 1974 un controvertido multimillonario local, Stanley March, plantó los chasis de 10 cadillacs en un terreno desértico al oeste de Amarillo: una instalación conocida como Cadillac Ranch, como un homenaje a la edad de oro de los viajes en automóvil. Estos vehículos de los años cincuenta permanecen plantados en medio del desierto, y los visitantes suelen dejar su importa en los coches con un espray, lidiando con el viento que habitualmente sopla sin cesar en este lugar.

Tucumcari: murales y dinosaurios

Al entrar en el Estados de Nuevo México espera Tucumcari, encajonada entre las mesetas y las llanuras, y con uno de los tramos mejor conservados de la Ruta 66. Conviene cruzarla de noche, cuando brillan decenas de letreros de neón, reliquias del antiguo esplendor de la Carretera Madre. El legado automovilístico de la Ruta 66 y otros hitos regionales aparecen plasmados en 35 murales enormes repartidos por Tucumari; la obra de los artistas Doug y Sharon Quarles es un recorrido fantástico pora descubrir.

Teepee Curios, ubicado en la Ruta 66 a su paso por Tucumcari (Nuevo México).
Teepee Curios, ubicado en la Ruta 66 a su paso por Tucumcari (Nuevo México).Josh Brasted (Getty Images)

El otro hito del lugar es el fascinante Mesalands Dinosaur Museum, un museo que atesora huesos auténticos de dinosaurio y atrae a los más pequeños con sus exposiciones interactivas.

Albuquerque, museos y los escenarios de ‘Breaking Bad’

Así, sin la R que sí lleva su ciudad hermana extremeña, Albuquerque es el lugar ideal para que el motor descanse y dedicar unos días a explorar los paisajes de los alrededores. Es la ciudad del bosque de álamos del río Grande, de los dinners de la Ruta 66, pero es también una encrucijada de lo más transitada y la ciudad más grande grande de Nuevo México, donde el atardecer se ve en tonos rosados sobre los cercanos montes Sandia y todavía se pueden oír los aullidos de los coyotes cuando se pone el sol.

Muchos viajeros pasan sin detenerse, camino de Santa Fe, la capital del Estado, pero Albuquerque tiene muchos atractivos infravalorados bajo su triste fachada urbana. En las afueras hay buenas pistas de senderismo y de ciclismo de montaña, y en sus modernos museos se explora la cultura de los indios pueblo y el arte y la cultura neomexicana. Es un buen sitio para dejar el coche y dar un paseo entre los petroglifos del desierto.

Su casco viejo mantiene algunos de los edificios de adobe originales, que fueron las casas particulares de las 15 familias españolas que se instalaron aquí en 1706 y que la bautizaron como Alburquerque, aunque la R terminó desapareciendo. Hasta la llegada del ferrocarril, en 1880, la antigua plaza del pueblo era el centro de la vida diaria. Hoy, con museos, galerías de arte y edificios antiguos, es la principal zona turística de la ciudad e invita a imaginar cómo era cuando solo vivían aquí unas pocas familias agradecidas por haber sobrevivido a la larguísima travesía por el desierto.

El Centro Cultural de los Indios Pueblo, en forma de media luna, está gestionado conjuntamente por los 19 asentamientos indios pueblo de Nuevo México. Una parada obligada para entender su historia colectiva y las tradiciones artísticas individuales. Muy recomendable: su café, con buena tienda de regalos. Pero hay más visitas, como el Museo de Historia Natural y Ciencia de Nuevo México, un enorme y moderno museo que les encanta a los niños y a los fanáticos de los dinosaurios, con particular énfasis en los efectos del cambio climático. Y en un imaginativo edificio cerca del histórico barrio de Barelas, cerca del río, se encuentra el Centro Cultural National Hispánico, dedicado a las artes escénicas visuales y literarias hispanas.

Al oeste del río Grande, muy cerca de Albuquerque, se extiende el Monumento Nacional Petroglifo, un gran parque desértico cuyos campos de lava reúnen más de 20.000 petroglifos que se remontan hasta el año 1.000 antes de Cristo. Hay varios senderos para admirarlos: el Boca Negra Canyon es el más transitado, el Piedras Marcadas es muy interesante (pasa por 300 petroglifos) y el Rinconada Canyon es un agradable sendero circular por el desierto de 3,5 kilómetros en el que se ven menos petroglifos.

Visitantes en el el Monumento Nacional Petroglifo, en el Estado de Nuevo México (EE UU).
Visitantes en el el Monumento Nacional Petroglifo, en el Estado de Nuevo México (EE UU).Alamy Stock Photo

La otra salida verde de la zona es el Paseo del Bosque, una senda de 26 kilómetros en paralelo al río Grande. Los entusiastas de la montaña o del ciclismo pueden también lanzarse por los largos descensos de la estación de esquí de Sandia Peak Mountain Biking. Se puede alquilar una bici al pie de la estación o subir en telesilla hasta la cima con la bicicleta propia.

Miles de seguidores peregrinan cada año a Albuquerque tras los pasos del protagonista de la serie Breaking Bad, Walter White (alias Heisenberg), un profesor de Química con cáncer de pulmón que decide vender metanfetamina para mantener a su familia. Los paisajes neomexicanos constituyen un inolvidable telón de fondo para el desarrollo de la exitosa acción. Pero, para muchos, lo más interesante son los lugares emble­máticos de la ciudad. Muchos recordarán el Octopus Car Wash o iconos de la Ruta 66, como el Dog House Drive In. Pero, quizá, el más accesible de todos sea el Java Joe’s, una fantástica cafetería del centro, inmediatamente reconocible como el cuartel general de Tuco, que Heisen­berg hace saltar por los aires mientras negocian. Es también una de las muchas microcervecerías que han proliferado y han dado vidilla a la restauración local, tradicionalmente enfocada en el cen­tro y Nob Hill. Lanzado al estrellato tras su aparición en la serie, este agradable local sigue siendo un buen alto para reponer fuerzas con un café o con un cuenco del chile más picante del lugar.

El Octopus Car Wash, uno de los escenarios de la serie 'Breaking Bad' en Albuquerque.
El Octopus Car Wash, uno de los escenarios de la serie 'Breaking Bad' en Albuquerque.Steve Snowden (Getty Images)

Hay varios circuitos dedicados a Breaking Bad que van más allá, profundizando en los rincones menos conocidos de Albuquerque, donde tras varias manzanas monótonas podemos toparnos con la casa o el trabajo de un personaje importante, o la inolvidable escena de un tiroteo.

Desvío a Santa Fe

Santa Fe es un oasis de arte y cultura a 2.133 metros sobre el nivel del mar (es la capital de Estado más alta de EE UU), con la sierra de la Sangre de Cristo como telón de fondo. Por ella pasaba la Ruta 66 hasta que, en 1937, un cambio de trazado la excluyó. Merece la pena el desvío, aunque solo sea por ver el museo de Georgia O’Keeffe —una de las artistas que mejor refleja el ambiente de estos lugares—, degustar platos picantes en buenos restaurantes —que sirven desde los típicos platos picantes del suroeste americano hasta cocina vanguardista— y recorrer sus iglesias y galerías. Solo con dar una vuelta por sus barrios de adobe o por la animada Santa Fe Plaza uno descubre el aire atemporal y sencillo de esta ciudad de ambiente artístico: posee más grandes museos y galerías de las que podrían verse en una úni­ca visita. Su situación al pie de la sierra de la Sangre de Cristo la convierte además en una base fantástica para la práctica de senderismo, ciclismo de montaña y esquí.

Vista de la ciudad de Santa Fe, capital del Estado de Nuevo México (EE UU).
Vista de la ciudad de Santa Fe, capital del Estado de Nuevo México (EE UU).Alamy Stock Photo

La Plaza es desde hace 400 años el centro de Santa Fe. En un principio era el extremo norte del mexicano Camino Real. Más tarde, paraban aquí las carretas con emigrantes, con rumbo oeste por el camino de Santa Fe. Y hoy es una plaza cubierta de césped repleta de tu­ristas que van y vienen entre museos y mar­garitas, vendedores callejeros, jóvenes en monopatín y músicos callejeros. Bajo el pórtico del Palace of the Governors, en el flanco norte, indios pueblo llegados de comunidades a más de 300 kilómetros venden cerámica y su preciosa orfebrería artesanal. La tradición se remonta a la década de 1880, cuando artesanos tesuque recibían a los primeros trenes con toda clase de artículos. Hoy, más de 1.200 representantes de casi todas las tribus neomexicanas se sortean cada mañana los 76 espacios disponibles. Hay pulseras, fetiches, alianzas de plata… expuestos sobre mantas de vivos colores. Lo mejor es la joyería clásica en playa y turquesa. Aquí no hay regateo: se considera una ofensa.

Aquí encontramos también el Museum of International Folk Art, el museo local más insólito. Gira en torno a la mayor colección de arte popular del mundo, y su enorme sala principal exhibe objetos singulares de más de un centenar de países. Diminutas figuras humanas desempeñan sus actividades coti­dianas en escenas de pueblos y ciudades con todo lujo de detalles, y de las paredes cuel­gan muñecas, máscaras, juguetes y prendas. Otro formidable museo es el Museum of Indian Arts & Culture, que esboza los orígenes y la historia de los distintos pueblos originarios de toda la re­gión suroeste: indios pueblo, navajo y apache describen la realidad actual a la que se enfrentan. Y, por supuesto, el Georgia O’Keeffe Museum, con 10 salas de her­mosa iluminación en un laberíntico edificio de adobe del siglo XX, que reúne la ma­yor colección de obras de esta artista que se hizo famosa por sus lu­minosos paisajes de Nuevo México, aunque sus obras más importantes están repartidas por grandes colecciones de todo el mundo.

Una de las obras de Georgia Okeeffe expuestas en el museo dedicado a la artista en Santa Fe.
Una de las obras de Georgia Okeeffe expuestas en el museo dedicado a la artista en Santa Fe.Alamy Stock Photo

Y a las afueras de la ciudad se encuentra una de las mejores zonas para el senderismo en Nuevo México: las tierras vírgenes de Pecos Wil­derness, en el corazón del Santa Fe Na­tional Forest, incluyen unos 1.600 kilómetros de senderos que discurren entre bosques de pí­ceas y álamos, atraviesan praderas alpinas y ascienden a varios picos por encima de los 3.650 metros.

El Bosque Petrificado y un recuerdo de The Eagles

Con un llamativo nombre y en plena Ruta 66, el original parque nacional del Bosque Petrificado, ya en Arizona, se compone de troncos fragmentados y fosilizados hace 25 millones de años y esparcidos por una amplia zona árida. Los árboles llegaron hasta aquí arrastrados durante grandes inundaciones y después quedaron sepultados bajo cenizas volcánicas. El trabajo de las aguas subterráneas a lo largo de los siglos hizo que al final quedaran los troncos cristalizados en sólidos y brillantes pedazos de cuarzo mezclado con hierro, carbón, magnesio y otros minerales. La erosión hizo el resto. El parque se extiende a ambos lados de la carretera, con varias salidas comunicadas por Rark Rd. Una lánguida ruta panorámica asfaltada de 45 kilómetros.

Dos senderistas atravesando el parque nacional del Bosque Petrificado (Arizona).
Dos senderistas atravesando el parque nacional del Bosque Petrificado (Arizona).Alamy Stock Photo

Para la siguiente parada en la Ruta 66 conviene poner música: gracias al famoso tema de The Eagles Take It Easy (su primer single de 1972), la tranquila Winslow es hoy una parada turística. Es obligado posar junto a la estatua de bronce de un autoestopista con un trampantojo de la famosa chica de la canción, como telón de fondo, al volante de una camioneta Ford.

'Standin' on the Corner Park', en Winslow (Arizona), es una escultura en homenaje a Jackson Browne y Glenn Frey, y su canción 'Take it Easy'.
'Standin' on the Corner Park', en Winslow (Arizona), es una escultura en homenaje a Jackson Browne y Glenn Frey, y su canción 'Take it Easy'.Alamy Stock Photo

Arizona es probablemente el mejor lugar para un viaje por carretera, con grandes reclamos (Monument Valley, el Gran Cañón, Cathedral Rock…), pero lo que quedará sobre todo en el recuerdo será el larguísimo y romántico trayecto bajo un cielo interminable.

Y un poco más adelante una parada para otra foto imprescindible en una de las joyas de la ruta: el cráter Barringer (Meteor Crater), fruto de un asteroide que se estrelló en este lugar hace unos 50.000 años. Tiene más de 170 metros de profundidad y un kilómetro y medio de diámetro. Este cráter es hoy de propiedad privada, pero es uno de los reclamos turísticos de la zona, con exposiciones sobre meteoritos, la geología de los cráteres e incluso de los astronautas del Apollo, que se entrenaron en su superficie antes de ir a la Luna. Hay unos cuantos miradores e incluso un trozo de fuselaje de un avión que colisionó contra el cráter.

Vista aérea del cráter Barringer (Meteor Crater), cerca de Winslow.
Vista aérea del cráter Barringer (Meteor Crater), cerca de Winslow.Chris Saulit (Getty Images)

Flagstaff: universitarios en el Salvaje Oeste

Esta ciudad de Arizona, culta y universitaria, conserva su esencia del Salvaje Oeste. Flagstaff tiene sus encantos, desde un centro histórico peatonal con arquitectura local muy ecláctica y neones de época, hasta caminos para disfrutar del senderismo y el esquí por el mayor bosque de pinos ponderosa del país. Aquí el ciclismo tiene cada vez más tirón y los músicos callejeros aparecen en cada rincón. Todo esto tiene mucho que ver con su universidad, la Northern Arizona University, que aporta ambiente estudiantil, y también con un pasado ferroviario muy enraizado en la identidad local. El punto final lo pone el gusto por la cerveza artesanal, el buen café recién tostado y un ambiente festivo permanente.

Una señal de la Ruta 66 en la estación de tren de Flagstaff.
Una señal de la Ruta 66 en la estación de tren de Flagstaff.Alamy Stock Photo

En lo alto de un cerro, a unos 30 kilómetros de Flagstaff, se alza el Observatorio Lowell, un monumento histórico nacional famoso porque aquí se produjo el primer avistamiento de Plutón el 18 de febrero de 1930. Se puede visitar y contemplar el firmamento con sus telescopios. Otro museo curioso es el Monumento Nacional del Cráter del Volcán Sunset: hacia el año 1064, un volcán entró en erupción en este lugar y cubrió de cenciza 1.287 kilómetros cuadrados, escupiendo un río de lava y obligando a los agricultores a abandonar las tierras que venían cultivando desde hacía 400 años. Hoy el Sunset Crater está adormecido y senderos kilométricos discurren por la colada de lava Bonito (formada hacia el 1180) y suben al cráter Lenos (2.140 metros). Los senderistas y ciclistas más osados pueden ascender al monte O’Leary (2.732 metros).

Y nos quedaría por ver el cañón Walnut, donde las viviendas del antiguo pueblo sinagua están excavadas en las cercanas paredes verticales de un pequeño cuello volcánico de caliza, entre este espectacular cañón en medio del bosque. El Island Trail (1,6 kilómetros) desciende abruptamente y pasa por 25 salas construidas bajo los salientes naturales de este cañón. El lugar está asolo 13 kilómetros de Flagstaff y merece la pena, aunque uno no esté especialmente interesado en la historia del pueblo sinagua, que lo abandonaron hace 700 años.

Viviendas del antiguo pueblo sinagua en el monumento nacional Walnut Canyon, cerca de Flagstaff (Arizona).
Viviendas del antiguo pueblo sinagua en el monumento nacional Walnut Canyon, cerca de Flagstaff (Arizona).Alamy Stock Photo

Camino de California

Sigue la ruta, volante en mano, en dirección a California, pero todavía quedan paradas en Arizona. Entre ellas Seligman, donde se toman muy en serio el legado de la Ruta 66, en parte gracias a los hermanos Delgadillo, los mayores defensores durante décadas del espíritu de la Carretera Madre. Todavía vive uno de los hermanos, que regenta el Angel & Vilma Delgadillo’s Original Route 66 Gift Shop, un buen lugar para comprar recuerdos y admirar matrículas enviadas por seguidores de la ruta de todo el mundo. El Delgadillo’s Snow Cap Drive-In, otra institución de la Ruta 66, está dirigida por otros miembros de esta misma familia y es famoso por sus hamburguesas, helados y por su ambiente relajado.

Y no hay que ir muy lejos para encontrar otro de esos hitos en los que paran todos: el Grand Canyon Caverns & Inn. Es un ascensor que nos lleva 65 metros bajo tierra hasta unas cuevas iluminadas artificialmente y los restos del esqueleto de un perezoso terrestre prehistórico. Y si nos apetece hacer noche, se puede dormir también aquí (aunque no es barato), en una habitación subterránea con dos camas grandes y sala de estar.

Y ya llegando al final de este viaje, pasamos por Hackberry, una aletargada población que es uno de los pocos asentamientos que aún perdura en este tramo de la carretera original. Dentro de una gasolinera de 1935, excéntricamente remodelada, la Hackberry General Store resulta una tienda fantástica para tomar algo y comprar recuerdos.

Una de las tiendas más clásicas en la Ruta 66 a su paso por Hackberry.
Una de las tiendas más clásicas en la Ruta 66 a su paso por Hackberry.Alamy Stock Photo

A pocos kilómetros, Kingman es hoy un lugar tranquilo, popular entre los entusiastas de la Ruta 66 por sus moteles bien conservados y por la arquitectura de su edad de oro. El centro de visitantes está en una planta eléctrica de 1907, e incluso hay un pequeño museo de la Ruta 66. Vale la pena también visitar la antigua iglesia metodista donde en 1939 se casaron Clark Gable y Carole Lombard, antes de lanzarse a ver los alrededores y llegar, entre peñascos y cactus, a las escarpadas Black Mountain para descender hacia la antigua población minera de Oatman, ya en la frontera con California. Desde que las vetas de mineral se agotaron en 1942, esta localidad se ha reinventado como decorado de películas y visita turística al estilo del Salvaje Oeste, donde no faltan los duelos de pistoleros. Acurrucado entre tiendas encontraremos el Oatman Hotel, una casita soprendentemente precaria de 1902 donde Gable y Lombard pasaron su noche de bodas. Pero cuidado: estamos en pleno desierto y en verano el calor es tan sofocante que hay un concurso de huevos fritos en plena calle cada 4 de julio.

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