Empordà, el placer de andar entre ruinas, playas o museos
La Costa Brava cuenta con una red de caminos de ronda que invitan al sosiego, que no al descanso. Martí Sabrià, impulsor del turismo y la cultura de la zona, sugiere estas nueve excursiones

Utilizados primero por pescadores y guardias anticontrabando y hoy por senderistas, la Costa Brava cuenta con una red de caminos de ronda que invitan al sosiego, que no al descanso. Martí Sabrià, impulsor del turismo y la cultura de la zona, sugiere estas nueve excursiones en la Empordá, comarca histórica de Cataluña.
Nueve recorridos en los que el caminante podrá disfrutar de paisajes llenos de senderos costeros, playas de arena gruesa y aguas cristalina, pasando por una visita al primer restaurante del mundo convertido en museo, el Bulli1846 de Ferran Adrià, hasta pasar la noche en el más que recomendable El hostal Sa Tuna en Begur.
1. Paisaje pintoresco — S’Agaró → Sa Conca (2 kilómetros)

En 2024 se cumplió un siglo de la construcción de la exclusiva urbanización S’Agaró (Castell-Platja d’Aro) y unos 80 años de su sendero costero, diseñado por el arquitecto novecentista Francesc Folguera y declarado paisaje pintoresco. De generosa anchura y contadas escaleras, aporta la vertiente monumental al universo de los caminos de ronda en L’Empordà. Arranca en el hostal La Gavina, el primer alojamiento cinco estrellas de la Costa Brava, inaugurado en 1932. En esta recreación de pueblo catalán de blancas masías, entre pinos y tamarindos, descolla la sobriedad clásica de la logia de la Senya Blanca, mientras que en la plaza del Mirador surge el vistoso templete y la escultura de Josep Ensesa, creador de S’Agaró, a partir de fotografías con su pose característica. Si el buen tiempo acompaña, acabaremos tomando el sol de primavera en la estupenda Sa Conca, una playa de arena gruesa.
2. Roquedo de un rojo encendido — En Rovira → Ses Torretes (1,5 kilómetros)

Querer conocer las calas gerundenses exige un agotador subibaja: otra ventaja añadida a los caminos de ronda, como este que se cubre en 20 minutos a partir de la cala d’en Rovira (Castell-Platja d’Aro). Por Sa Cova se conoce una golosina en forma de cala con dosel de pinos y alguna barca, insuperable para el selfi. Tras unos tunelillos surge la cala del Pi, de la que se beneficia un hotel de cinco estrellas, y el islote Belladona Grossa, que nos encamina al centro neurálgico de la ruta (ya en el Ayuntamiento de Calonge i Sant Antoni), la cala Cap Roig, donde el cristal de feldespato otorga tonos rojizos a un islote arborizado (“de estampa japonesa”, según Josep Pla), evitándonos tener que negociar 147 escalones. La excursión no estará completa hasta sentarnos en la terraza Cala Gogo, en la playa de Ses Torretes.
3. S’Alguer y su paleta de colores —La Fosca → Castell (1,7 kilómetros)

Con el nombre de La Fosca se denomina, además de una playa de Palamós, la vivienda situada frente al hostal homónimo. Los amantes de la arquitectura moderna harán bien en rodear este conjunto de módulos agregados diseñados por el arquitecto Jordi Garcés. La pared de acero corten se convierte en ventanal cuando se giran las efigies diseñadas por el escultor Medina Campeny.
La Roca Fosca da nombre a la playa y su tómbolo parte el arenal en dos. Acto seguido ascendemos al promontorio en que se erigen los restos del castillo de Sant Esteve, origen de Palamós y que se beneficia de una visita mensual, guiada y gratuita, del Museu de la Pesca. Qué mejor visión del mar que sentados en el pinar d’en Gori, antes de bajar a S’Alguer, varadero rodeado de pinos y cuyas antiguas barracas de pescadores muestran distintos colores a fin de diferenciarse desde el mar. Luego pasamos por el alojamiento de verano de Mas Juny, en la que el pintor Josep Maria Sert concitaba el glamur internacional, desde Coco Chanel a Dalí. Ya en la playa de Castell seremos conscientes de la valía de este paraíso salvado del ladrillo por un referéndum en 1994.
4. En estado natural — Tamariu → Cala Pedrosa (1,5 kilómetros)

Los tramos sin urbanizar constituyen tesoros por descubrir. Como el camí de ronda de Tamariu (Palafrugell) a cala Pedrosa, que se cubre en 20 minutos. “Primero pasaremos por la secreta cala dels Liris, cuya barraca fue obra de 12 amigos del mundo del corcho, que se citaban para comer a la manera de un txoko vasco”, rememora Martí Sabrià. Al salir de la cala, con temporal, puede que haya que mojarse los pies. Enseguida nos rodea el gran pinar de la finca La Musclera, propiedad de lord Islington, gobernador británico de Nueva Zelanda en 1910. El olor de la pinaza nos acompaña por un sendero salvaje (conviene llevar buen calzado) hasta la bajada a la barraca (la valla de madera evita accidentes). En verano, es buena idea llevarse cangrejeras y equipo de esnórquel.
5. Camino a elBulli1846 — Rostella → Murtra (2 kilómetros)

En Roses existe un tramo de costa montañosa que moviliza imperiosamente la atención. Lo hace con dos caletas de oscura gravilla y trufadas de escollos (razón de su virginidad), en un escenario pinariego. La línea del horizonte solo es rota por el cabo Norfeu, con esa apariencia de Gibraltar a la catalana. Al encontrarse inmersas en el parque natural del Cabo de Creus, es importante no acudir en temporada alta, cuando el acceso a la cala Montjoi tiene horario restringido. Fuera de esas fechas lo suyo es aparcar en la cala Rostella o, si el aparcamiento junto a la carretera está lleno, hacerlo junto a elBulli1846 de Ferran Adrià, primer restaurante del mundo convertido en museo (entrada a 27,50 euros). La Murtra, además, suma su tradición nudista.
En temporada alta es buena idea tomar un taxi en el parking de la cala de l’Almadrava que nos deje en la cala Rostella, para regresar a pie a lo largo de cuatro kilómetros de costa natural. Es aconsejable también incluir en la logística el Almadraba Park Hotel.
6. Cañones y enoturismo — Garbet → Cañones de Colera (1,5 kilómetros)

Detrás de la playa de Garbet (Colera) se encuentra un portento enológico: la Finca Garbet, de Bodega Perelada, uno de los escasísimos viñedos situados junto al Mediterráneo. Aquí se cosechan dos vinos tintos (Finca Garbet y Aires de Garbet) cuya calidad justifica los 120 euros que cuesta la Experiencia Garbet, que incluye la visita al viñedo y la cata. De Garbet costearemos por un tramo pedregoso (quizá haya que descalzarse) hasta la playa Port de Sant Joan, rodeada de pinos, antaño de uso privado, como delatan la casita y el embarcadero. De ahí seguiremos hasta la playa d’en Carbassó, a fin de acercarnos (quizá mojándonos de nuevo) a un par de islotes muy pintones: la isla Petita y la isla Gran. Después ascenderemos la montaña para, en un escenario panorámico, tocar los cañones sin cureña que protegieron Colera durante la guerra de la Independencia.
7. Josep Pla en el recuerdo- Calella de Palafrugell → Llafranc (1,5 kilómetros)

De las clásicas Les Voltes del Port Bo (adonde regresaremos al atardecer), en Calella de Palafrugell, con sus barcas tradicionales, saltamos a la playa del Canadell. Ahí se conserva la casa en la que veraneaba la familia del escritor Josep Pla, quien tantas veces recorrió este delicioso camino que discurre después junto al bar Tres Pins (hoy solo quedan dos), no sin antes haber tomado asiento en el mirador Carlos Sentís. Espera después un curioso mirador natural sobre el acantilado. El murete se corta a intervalos para que quien lo desee baje a escudriñar la orilla. Luego, nos sentaremos en el mirador equipado con pérgola y bancos que homenajea al fotógrafo de la Costa Brava Xavier Miserachs. La magnífica estampa de la playa de Llafranc permanecerá en la retina hasta el restaurante Casamar, en el que la cocina de Quim Casellas es siempre un acierto. Brinda menús de 66 y 98 euros.
8. Paseo histórico — Rec → Sant Martí d’Empúries (1,8 kilómetros)

L’Escala alardea de paseo marítimo en el Alt Empordà, con un carril bici que pespunta su arqueológico litoral. Al final de la playa del Rec, en parte perruna, cambiamos el asfalto por una pasarela de madera que conduce al mirador de les Coves y al arco natural del Portitxol. El hostal Empúries, con spa y cuidada gastronomía, resulta idóneo para pernoctar o, al menos, disfrutar de su terraza antes de acceder al yacimiento, más concretamente a la Emporion griega (del siglo VI a.C.), que ocupa la ladera aledaña a la playa de Les Muscleres. El flujo humano quiere tocar después el Moll Grec (Muelle Griego), de donde ya no abandonaremos la orilla hasta Sant Martí d’Empúries, antigua isla y capital carolingia cuyas calles y plaza se recorren en un periquete. Pocos se resisten, de nuevo en el centro del pueblo, a darse un homenaje en el restaurante Molí de l’Escala.
9. Rosario de calas — Sa Tuna → Aiguafreda (1,2 kilómetros)

En la caleta de Sa Tuna (Begur) se encuentran arracimadas antiguas casas de pescadores alrededor de una torre vigía de moderna factura. Primero iremos en 10 minutos al mirador de madera sobre la cala S’Eixugador, cuya bajada al mar es muy resbaladiza. El paseo debe seguir a la cala de Aiguafreda por el camino de ronda rehabilitado, que permite apreciar lo abrupto del terreno y “cómo se perfila, cual popa de barco, el hotel Cap Sa Sal, erigido hace seis décadas por el doctor Andreu con el beneficio que le reportaron sus célebres pastillas Juanola”, según ilustra Martí Sabrià, gran impulsor del turismo costabravense. Algunos prefieren cubrir esta ruta nadando o en paddle surf. El hostal Sa Tuna es recomendable para hospedarse o comer.
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