Megalitos y noches de blues en Antequera
Los fascinantes monumentos prehistóricos de Menga y El Romeral, el bello Efebo del Museo de la Ciudad, una contundente cocina y buena música en una antigua fábrica de la localidad malagueña
Lady Louisa Tenison llegó a Antequera en 1852 buscando “un templo druida” del que había tenido noticias gracias a una publicación del arquitecto Rafael Mitjana, quien aseguró que lo que los vecinos tenían por la cueva de Menga era una construcción humana. Tenison, que narró su peripecia por España en el libro Castile and Andalucia, fue la primera en reparar en la excepcional orientación del dolmen de Menga, un dato clave para su declaración como patrimonio mundial en 2016, en una dirección diferente a la de la salida del sol, como lo están las construcciones megalíticas del Mediterráneo. Tras analizar más de 4.000 de estas construcciones, el arqueoastrónomo Michael Hoskin ha concluido que dos de los tres megalitos del conjunto arqueológico Dólmenes de Antequera, los de Menga y El Romeral, son excepcionales por su orientación a dos referencias únicas que han marcado el carácter de la ciudad: la montaña Peña de los Enamorados, hacia la que mira Menga, y el macizo kárstico de El Torcal, que marca la dirección del tholos de El Romeral.
9.00. Entrada por la puerta de Estepa
La visita a esta ciudad señorial que siempre se ha mirado más en el espejo de Sevilla que en el de Málaga, a cuya provincia pertenece, puede comenzar por el paseo Real (1). Este jardín es uno de los que rodea la omnipresente plaza de toros, levantada a mediados del siglo XIX, que, además de corridas, alberga un restaurante, un museo taurino y conciertos. La puerta de Estepa (2) da paso a la calle del Infante Don Fernando, la principal arteria de Antequera. Pero antes de recorrerla es conveniente desayunar en el café A La Fuerza (3) (Alameda de Andalucía, 32). Sus molletes del horno de San Roque son imprescindibles, pero los tejeringos (churros) no se quedan atrás. La vía está jalonada por casas señoriales e iglesias, como la de los Remedios —cuyo convento alberga el Ayuntamiento— o la de San Agustín, y termina en la bella plaza de San Sebastián, con el templo del mismo nombre del siglo XVI, convertido después en colegiata y ampliado en el XIX. Su torre barroca de ladrillo está coronada por el Angelote, una veleta de cobre que es una de las figuras más populares de la villa.
11.00. De palacios y bares
Hay casi tantos bares como iglesias y conventos, o eso dicen. En una esquina de la plaza de San Sebastián está la Tasca Frasquita (4), donde tomar un vermú o un vino. Después, por la calle de la Encarnación, se llega a la plaza del Coso Viejo (5), donde el imponente palacio de Nájera (XVI-XVIII), construido con piedra caliza roja de El Torcal, acoge los tesoros de Antequera en el Museo de la Ciudad. Un recorrido desde la prehistoria hasta el siglo XX con piezas clave como la tumba de Acilia Plecusa, esclava liberta que llegó a ser muy influyente en el vecino municipio de Singilia Barba en el siglo II; el mármol griego de la Venus de Antequera o el Efebo, el famoso bronce de tamaño real considerado de los más bellos ejemplos de la escultura romana en España.
13.00. El Arco de los Gigantes
En la torre barroca de la iglesia de San Sebastián está el Angelote, una de las figuras más populares de la villa
Cerca queda uno de los rincones más bonitos de la ciudad, la plazuela de Santo Domingo (6), y cuesta arriba por la calle del Rastro se llega ante el monumental Arco de los Gigantes o de Hércules (7), una construcción renacentista de 1585 a la que se incorporaron lápidas y esculturas romanas halladas en la villa y que se considera uno de los primeros museos públicos de España. La puerta da acceso a la plaza de Santa María (8) y la Real Colegiata de Santa María la Mayor, hoy desacralizada y abierta al público tanto para las visitas como para el espectáculo-cena sensorial que realiza Paladares de Andalucía. Mandada construir por los Reyes Católicos en 1503, conserva su armoniosa fachada de Diego de Siloe de 1550, pero su ubicación de difícil acceso y la expansión de la ciudad hizo que el Cabildo trasladara esta colegiata, con todos sus enseres, a la iglesia de San Sebastián (9) en 1692. Lo que queda de las termas romanas puede apreciarse desde el balcón de la plaza y junto a ella está la Alcazaba (10), con su torre del Homenaje.
14.00. Una mesa con vistas
En una casita tradicional con unas vistas envidiables de la ciudad y del perfil aguileño de la Peña de los Enamorados desde su terraza, el restaurante Bienmesabe (11) (plaza de los Escribanos, 11) sirve productos de temporada cocinados de forma original sin olvidar los sabores tradicionales. Después llega el momento crucial del día: hay que abandonar el centro para realizar un viaje en el tiempo.
16.00. Viaje al Neolítico
La visita a la cueva de Menga (12) le generó a la curiosa Louisa Tenison un montón de interrogantes, algunos de los cuales no han sido aún resueltos a pesar de los muchos estudios realizados sobre los tres grandes monumentos del conjunto arqueológico Dólmenes de Antequera (13) (carretera de Málaga, 5). “Gracias a Michael Hoskin sabemos que Menga y El Romeral constituyen una de las primeras integraciones conscientes de arquitectura y paisaje monumental de la prehistoria europea”, explica Bartolomé Ruiz, director del sitio. Ingresar en estos espacios creados con enormes piedras hace que uno quiera saber más de esos hombres que 6.000 años atrás hicieron un tremendo esfuerzo para transmitirnos algo que aún no alcanzamos a comprender. Tras la experiencia, queda la visita al paraje natural de El Torcal (14), a 16 kilómetros de la ciudad. La sierra ofrece varias rutas senderistas y ver atardecer entre sus caprichosas formas rocosas es muy recomendable.
20.00. Manjares antequeranos
De vuelta a Antequera merece la pena parar en el Cambayá Club (15), un estudio de grabación y pequeña sala de conciertos que funciona desde hace tres décadas en las naves de un antiguo ingenio azucarero y se ha convertido en el paraíso de los amantes del blues. Para cenar hay que volver al centro y acercarse a Arte de Cozina (16) (Calzada, 27), una posada con todo el encanto del suelo de barro resquebrajado y la chimenea con un buen fuego. En invierno, si el cliente tiene frío, colocan un brasero de ascuas bajo las faldas de la mesa para así poder dar cuenta, a gusto, de platos tan antequeranos como la porra, la humilde sopa de maimones o el lomo de orza. Y si llegan las fuerzas para una copa, la cercana calle de la Calzada está repleta de bares, como Los 80s (17).
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