El Torcal tiene un tornillo
Una ruta por los palacios y conventos de Antequera, en Málaga, y por el cercano paisaje kárstico de formas caprichosas como el camello, la jarra o la esfinge
Si usted ve un selfie con un grupo de personas que apoya la mano izquierda extendida sobre el puño derecho cerrado, no está asistiendo a una convención de fans de cualquier serie, al estilo klingon (los humanoides del universo Star Treck), sino a un acto reivindicativo en el que se pide que el conjunto arqueológico de los dólmenes de Antequera sea declarado patrimonio mundial. El Romeral, Viera y Menga lo merecen. El primero se encuentra un poco alejado. Los otros dos, situados en un acceso a la ciudad, están actualmente en obras; pero a Menga se puede entrar y el viajero se anonada ante la solidez y el equilibrio de este monumento funerario de la Edad de Cobre.
El paseo por el parque de los dólmenes no es un mal comienzo para la visita a esta ciudad de 41.000 habitantes nunca lo suficientemente ponderada. Desde la plaza de Santa María y la de los Escribanos, la peña de los Enamorados parece más que nunca el perfil de un indio: la imagen de la piedra antropomórfica constituye un símbolo de Antequera. Desde el mismo emplazamiento se distinguen unos baños romanos que permiten calibrar la importancia clásica de una población cuyo topónimo es una transformación de la palabra antiqua.
Dentro de la colegiata de Santa María sobresalen las decoraciones de pomas, en sus arcos, y de piñas, en una de sus capillas laterales. Al lado queda la entrada a La Alcazaba: los tejados del caserío antequerano parecen capas de arena entre las que se alzan estilizadas torres como la de San Sebastián, de ladrillo y coronada por una veleta, El Angelote. Muy cerca de allí, en la fuente del Toro, sorprenden un sol y la famosa inscripción “Que nos salga el sol por Antequera…” No tienen desperdicio plazas como la del Coso, blanca, abierta, con palmeras y distintos niveles, donde se sitúa el palacio de Nájera, hoy Museo de la Ciudad; la de las Descalzas o la de Santiago. Los palacios y conventos —el de Belén, los Remedios—, las puertas y los restos de la muralla son también puntos culminantes de una ciudad que, sin embargo, se conoce sobre todo por un parque natural cercano: el Torcal.
Yo les invito a que no pasen de largo por Antequera. A que recorran sus cuestas abajo y arriba, y disfruten del toque mudéjar de sus construcciones de ladrillo. Su plateresco, su barroco. A que prueben su nutritiva porra antequerana (una variante del salmorejo cordobés) antes o después de subir al Torcal, un lugar asombroso donde tal vez sí habiten los klingon en compañía de las cabras montesas.
Guía
Información
El Torcal de Antequera (torcaldeantequera.com; 952 24 33 24). El Torcal se encuentra a 12 kilómetros de Antequera.
Oficina de Turismo de Antequera (turismo.antequera.es).
Turismo de la Costa del Sol (www.visitacostadelsol.com).
Turismo de Andalucía (www.andalucia.org).
En el Torcal la naturaleza se disuelve. Esta urbe de piedra emergida del océano es uno de los ejemplos de relieve kárstico más importantes de la península ibérica. El paisaje, de una singularidad extraordinaria, se puede recorrer siguiendo dos rutas: la verde, de menor dificultad, y la amarilla, más larga. Veo a gente bien equipada para transitar por el Torcal; yo, bastante desprevenida, lo cruzo con unos mocasines y un bolsito. Más que una experiencia atlética es una experiencia estética; por el camino, el viajero contempla reverencialmente las esculturas que la erosión ha ido creando en la caliza: el tornillo, el camello, la jarra, la esfinge, las agujas, los prismáticos…
Más allá de la manía visual de sacarle parecido a todo —a las nubes, a los perros y sus dueños, a peñas como la del indio…—, sobrecoge el esplendor de la piedra gris, depositada, lámina a lámina, imponente en recodos que se abren y nos muestran, a través de miradores, los extensos campos de olivo y vid. Yo visité el Torcal de día, pero me cuentan que es punto estratégico de avistamiento de ovnis. En ciertas noches, con o sin naves espaciales, con o sin klingons, el cielo se te echa encima por la sobrecarga de estrellas.
Vendimia en Mollina
A unos 15 kilómetros de Antequera se sitúa Mollina, un pueblo cada vez más conocido por la calidad de sus caldos y por sus fiestas de la vendimia. La feria se inicia con un pregón literario: Alberti, Caballero Bonald, Quiñones, García Montero, Rossetti o Regás han leído sus pregones en Mollina. Toda la ciudad está adornada con azulejos que recuerdan sus palabras. Por su toque cultural, y por la presencia de una colonia de casi un millar de británicos, el pueblo tiene un agradable toque a lo Amanece que no es poco…
Es obligada la visita a las bodegas. Cada una tiene un olor característico: La Fuente; la Virgen de la Oliva, que es la cooperativa y huele a caramelo; y La Capuchina, un cortijo instalado en un antiguo convento. Los pavos reales se ocultan entre las vides, el jardín es fresco y verde, los cipreses altos, los interiores están encaladísimos y la panorámica de la sierra de la Camorra esconde, además, otros alicientes: rutas de senderismo por la cueva de la Tinaja, la Araña o Los órganos. Por el punto geodésico donde se divisan cuatro de las provincias andaluzas. También se puede hacer una ruta a la búsqueda de los restos romanos del mausoleo de la Capuchina, donde se han hallado muestras de un ajuar funerario. Hay más testimonios del paso de la civilización romana por estas tierras, fértiles y hermosas, como el castellum y el mosaico de Arroyo de Santillán, la cerámica imbricada del cementerio de Mollina o el cerro de la Fuente.
De vuelta, en la plaza de Atenas, en la confluencia de la calle de La Unión con Lima, se sirven unas tapas XL por dos euros: caballa con tomate, carne en salsa, boquerones, ensaladilla... El precio incluye la caña.
Marta Sanz es autora de la novela Daniela Astor y la caja negra (Anagrama).
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