Los últimos hortelanos
Los labradores son los últimos supervivientes de una cultura que desaparece. Cada año, las zonas rurales pierden alrededor de 45.000 habitantes, muchos de ellos trabajadores de la tierra. Un documental cuestiona como alimentar a las ciudades en el futuro
Exterminio silencioso. Así es como algunos se refieren a lo que está sucediendo en las zonas rurales con las prácticas hortelanas. Los hortelanos son los últimos supervivientes de una cultura que desaparece. Cada año, las zonas rurales pierden alrededor de 45.000 habitantes, entre ellos muchos trabajadores de la tierra. El éxodo rural hacia la expansión urbana, la centralización de la agricultura industrial, el crecimiento de la importación de productos agrícolas y los efectos del cambio climático ha puesto en jaque a este oficio milenario que al parecer está ya en vías de extinción.
Este es el tema escogido para el nuevo documental de Patxi Uriz, el galardonado al premio Goya en 2016 por el mejor corto documental Hijos de la Tierra. Los últimos de la Mejana, rebeldía y esperanza, aborda de manera sensible la necesidad de mantener viva una cultura que se encuentra en decadencia y abandono. A través de un lenguaje poético, conjuga la parte emocional de pérdida del legado de los hortelanos con la semilla de esperanza de la incorporación de nuevas generaciones para el cuidado de la tierra.
"Un país no es sostenible sin población en el medio rural y sin población produciendo alimentos", comenta Patxi Uriz desde su huerta en Pineda de Mar, donde practica activamente el cultivo del huerto con su hijo. "Por eso, a través de este nuevo documental quisimos enfatizar el valor de la agroecología como única esperanza para alimentar al mundo en el futuro de una manera ecológicamente sostenible, socialmente justa, culturalmente aceptable y económicamente viable".
El documental presenta la historia de Santi Cordón, cocinero tudelano e hijo de hortelano, que se lamenta de no haber compartido más tiempo de trabajo en el huerto con su padre, ya fallecido. Para subsanarlo, contacta con los últimos hortelanos de Tudela, una ciudad donde las verduras ostentan sello de calidad. En 1980 había en Tudela 1.500 hortelanos, hoy solo quedan 25. El mayor de ellos tiene 94 años y el más joven 70 años.
Con la intención de recuperar la huerta, ante esa carencia de relevo generacional, Santi Cordón crea la Fundación Mascotas Verdes, donde los niños aprenden a cultivar la tierra de una manera divertida. A través de esta institución se pone en valor tanto la dieta sostenible, como los valores de respeto a la tierra y la identidad cultural.
Los Últimos de la Mejana, en este sentido, visibiliza el trabajo de los últimos hortelanos de esta tierra de Tudela, capital de la Ribera de Navarra, que con su laboreo artesano aportan alimentos que contribuyen a preservar un concepto culinario que une la temporalidad de los productos con la alimentación saludable. A su vez, resalta el valor de cultivar un huerto propio, lo que fomenta la conciencia sobre el cuidado del medio ambiente y de la calidad de los alimentos.
Uno de los aspectos que plantea y cuestiona el documental es el futuro del sistema de alimentación de las ciudades. De hecho, se estima que entre 15% y 20% de los alimentos producidos en todo el mundo se cultiva en las ciudades (aunque ya más del 55% de la población es urbana). Si en Londres, los ciudadanos producen un 14 % de los alimentos consumidos, en La Habana el 50% de los vegetales consumidos se obtienen de huertos urbanos y ciudades como Berlín, proporcionan frutas y verduras frescas a un total de 500.000 personas.
En 1980 había en Tudela 1.500 hortelanos, hoy solo quedan 25. El mayor de ellos tiene 94 años y el más joven, 70 años
En España, el crecimiento de los huertos urbanos ha sido exponencial. Un estudio de la Universidad Politécnica de Madrid confirmaba que si en el año 2000 había nueve zonas asignadas a huertos urbanos, en el 2015 pasó a tener 508 (con una estimación de más de 20.000 huertos urbanos activos).
Es interesante constatar como el concepto de huerto urbano se ha asociado históricamente con prácticas de subsistencia en épocas de posguerra y crisis económicas; aunque estas últimas décadas han resurgido con fuerza adquiriendo una función tejedora de cohesión social, fomentando la participación ciudadana, el autoconsumo e incluso consolidándose como un mecanismo de formación y sensibilización medioambiental.
En este marco, el concepto de agroecología que el documental presenta y defiende, nace como respuesta a la degradación creciente del ecosistema y su principal objetivo es desarrollar una nueva ética de producción y consumo, más respetuosa con el medioambiente e inclusiva con la sociedad.
"A través de la agroecología se activan valores tan importantes como mejorar el medio ambiente, detener el cambio climático e incluso frenar el éxodo rural", contextualiza Santi Carrión, principal personaje del documental.
A pesar del deterioro del territorio y las amenazas constantes sobre la cultura hortelana, el guion muestra ciertas briznas verdes de esperanza: jóvenes que regresan al campo a retomar el relevo cultural de una agricultura más sostenible; asociaciones de jubilados, representada por Miguel Eskiroz, que promueve la distribución de productos frescos a colectivos desfavorecidos; llamamientos a un consumismo más activista y sostenible a través del libro de Brenda Chávez, autora de Tu consumo puede cambiar el mundo; y hasta aparece Ferrán Adrià, hablando de la complicidad necesaria entre calidad y proximidad para lograr una alimentación sana basada en la agroecología.
"Yo no solo quiero sembrar semillas, quiero sembrar cultura", acaba diciendo José Luis Beloqui, uno los personajes entrevistados del documental. Y de hecho es lo que Patxi Uriz ha hecho. Sembrar un nuevo documental que nos hace reflexionar sobre la manera en que nos alimentamos y sobre como podemos crear un sistema de producción de alimentos sostenible que no ponga en jaque nuestra relación futura con el ecosistema.
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