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Los aplausos no bastaron

Ana Alfageme

Trabajar en cualquier labor sanitaria ya era heroico en España antes de la pandemia: un oficio precarizado y mal pagado. Pero el virus planteó además un reto físico, mental y anímico

<b>Un momento de reposo en plena batalla.</b> Una sanitaria se toma un breve descanso en el gimnasio del hospital de La Paz, en Madrid, reconvertido en sala de urgencias. La fotografía fue tomada el 3 de abril, en los momentos más duros de la primera oleada de la pandemia, y formó parte de un reportaje de 'El País Semanal' que relataba cómo los profesionales sanitarios vivían una crisis de dimensiones desconocidas y descomunales. Pasamos tres días con ellos en La Paz. “Este gesto de agotamiento era como un símbolo de la situación de la lucha en los hospitales. Es el reportaje más especial y duro que he hecho este año, el poder estar tres días en uno de los epicentros de la pandemia”, dice Samuel Sánchez, el fotógrafo, sobre la imagen
Un momento de reposo en plena batalla. Una sanitaria se toma un breve descanso en el gimnasio del hospital de La Paz, en Madrid, reconvertido en sala de urgencias. La fotografía fue tomada el 3 de abril, en los momentos más duros de la primera oleada de la pandemia, y formó parte de un reportaje de 'El País Semanal' que relataba cómo los profesionales sanitarios vivían una crisis de dimensiones desconocidas y descomunales. Pasamos tres días con ellos en La Paz. “Este gesto de agotamiento era como un símbolo de la situación de la lucha en los hospitales. Es el reportaje más especial y duro que he hecho este año, el poder estar tres días en uno de los epicentros de la pandemia”, dice Samuel Sánchez, el fotógrafo, sobre la imagenSamuel Sánchez

En la primavera de 2020, de los balcones de la España confinada surgían aplausos a las ocho de la tarde. Los ciudadanos animaban a los hombres y mujeres que cuidaban a los que acudían en un aluvión imparable a ambulatorios y hospitales. Si tenían un respiro, esos médicos, enfermeras, auxiliares y celadores, exhaustos y desprotegidos, salían a escuchar el homenaje. A tomar fuerza. A aplaudirse. Sus días transcurrían mirando a los ojos a la muerte, siendo la única mano que sostenía a sus pacientes aislados, temiendo contagiarse —y contagiar a los suyos— de la nueva peste. Fueron los más golpeados en esos negros meses. Uno de cada cinco enfermos era sanitario. A finales de abril habían sido infectados más de 35.000.

Los aplausos han sido uno de sus pocos bálsamos. Los aplausos, que son gratis. Han tenido voz en los homenajes a las víctimas. Y les han dado el premio Princesa de Asturias de la Concordia. Pero su mayor sostén ha sido, según cuentan, esos compañeros que arrimaron el hombro, que se organizaron para hacer circuitos diferenciados en los centros de salud o montaron equipos para enfrentarse al mayor desafío profesional que vivirán nunca. Un desafío también “físico, mental y anímico”, como dice Santiago Moreno, jefe de enfermedades infecciosas del hospital Ramón y Cajal, de Madrid, que pasó por la UCI durante la primera oleada y relató su experiencia como paciente en estas páginas.

Ser sanitario en este país era ya heroico antes del coronavirus. Mal pagados y precarizados —un 28% trabaja con contrato temporal en los centros públicos—, sostenían un sistema crónicamente infrafinanciado —por un gasto inferior a la media de la UE— y empobrecido a causa de los recortes posteriores al batacazo económico de hace una década. Éramos y somos los mejores del mundo en trasplantes, pero los sueldos de los médicos que los hacen realidad son irrisorios.

La mayor crisis de salud en un siglo les sorprendió sin batas, pruebas diagnósticas ni respiradores. También ciegos de conocimiento frente a una enfermedad nueva. Actualizaban a diario las guías de tratamiento en grupos de WhatsApp, lloraban en el cambio de turno y dormían pocas horas, muchos de ellos recluidos en un hotel o aislados en una habitación de su propia casa. Como María Cruz Martín Delgado, jefa de medicina intensiva del hospital de Torrejón de Ardoz, en Madrid. Ella, que cuidó en su UCI al primer caso grave de España, enfermó en marzo. Estuvo tres meses sin poder abrazar a su hija pequeña. “La primera ola fue algo muy brusco e impactante en todos los sentidos. No pudimos dar atención de calidad ni ingresar a todo el que lo necesitaba”, dice. Fueron legión las enfermeras que dejaron de cuidar a niños o de ser instrumentistas quirúrgicas, y los médicos que aparcaron el bisturí, el otoscopio o la anestesia para atender a los pacientes que llenaban las plantas o que se les iban de las manos en unidades de críticos montadas en ­quirófanos o gimnasios.

Cuando enfermaban, ansiaban volver. No querían dejar a sus compañeros solos. Aguantaron a base de lágrimas y adrenalina, rezando para que no se repitiese el envite que volvió sus hospitales del revés. Más de la mitad ya sufrían en esos primeros meses síntomas de estrés postraumático. Lanzaban tuits rogando prudencia a los ciudadanos que les aplaudían, pero que luego se lanzaron a vivir el verano sin mirar atrás.

<b>Entre la UCI y el mar.</b> Francisco España estuvo 52 días en la UCI. Al salir, los médicos del hospital del Mar de Barcelona decidieron darle 10 minutos diarios frente al mar como parte de su terapia.
Entre la UCI y el mar. Francisco España estuvo 52 días en la UCI. Al salir, los médicos del hospital del Mar de Barcelona decidieron darle 10 minutos diarios frente al mar como parte de su terapia.Emilio Morenatti (AP)

También en verano, la Comisión para la Reconstrucción parlamentaria diagnosticó y prescribió un tratamiento para sus males. Hay que pagarles mejor, mucho mejor, porque en los países de nuestro entorno los médicos ganan más del doble, y en algunos, como el Reino Unido, cuatro veces más. Hay que hacerles contratos fijos. Y más atractiva su carrera profesional. Hay que reforzar la atención primaria y la salud pública. Hay que invertir más, en definitiva. Pero esos mismos gobernantes, esos mismos partidos que apoyaron el dictamen sobre sanidad —todos excepto Vox— se han movido poco. En julio, cuando la incidencia de la enfermedad había amainado, España tenía menos de la mitad de rastreadores de lo que debería. Cuando llegaron era tarde: la segunda ola se elevaba aún más amenazante que la primera.

La atención primaria, muy tensionada antes de la pandemia, no se reforzó y los centros de salud colapsaron en verano y otoño teniendo que acometer las tareas de rastreo y ocuparse a la vez de esas otras dolencias desatendidas en primavera. Sus agendas se llenaron hasta con 60 pacientes diarios por médico. Así lo cuenta Salvador Tranche, presidente de la Sociedad Española de Medicina Familiar y Comunitaria (­Semfyc): “Los políticos y responsables públicos siempre están con el discurso de que la atención primaria es muy importante, pero son solo palabras”. Ejerce en un centro de salud de Asturias, casi la única comunidad que respiró en primavera, pero que ha estado boqueando en la segunda ola. Ahora atiende a la mayoría de sus pacientes por teléfono. “Esto es como una montaña rusa y cuando estás en medio del follón no ves la salida”, dice. Contratar más médicos de familia no es sencillo. En parte porque, como la mayoría de sus colegas que acaban el MIR, creen que su futuro está fuera de España. El año pasado pidieron el certificado para emigrar en busca de mejores condiciones de trabajo 4.100 médicos, el máximo histórico. Y se han ido 8.000 enfermeras en nueve años.

Cuando acaba 2020, siguen en ese camino largo y cansado, según la intensivista Martín Delgado. Las UCI han tenido que volver a expandirse, pero no hay suficientes sanitarios especializados para trabajar en ellas. Los hospitales son un ente dividido con enfermos de coronavirus y de esas patologías graves que tuvieron que aguardar. Y a más pacientes covid, menos disponibilidad para paliar ese otro desastre, lo que les angustia más aún. “Hay mucho cansancio y cierto grado de enfado, porque la gente no se ha portado y no se ha reforzado el rastreo”, asegura Moreno. Agotados también están los médicos de familia, sobrellevando la crispación social y sintiendo que no hacen bien su trabajo.

Así están los sanitarios de este país, esperando esos cambios tan anunciados que no llegan. Aún empapados por la segunda ola de covid, temiendo la tercera. Han enfermado ya casi 90.000. Han muerto 63 hasta principios de junio. Queda por saber cómo de hondas serán sus otras heridas.

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Sobre la firma

Ana Alfageme
Es reportera de El País Semanal. Sus intereses profesionales giran en torno a los derechos sociales, la salud, el feminismo y la cultura. Ha desarrollado su carrera en EL PAÍS, donde ha sido redactora jefa de Madrid, Proyectos Especiales y Redes Sociales. Ejerció como médica antes de ingresar en el Máster de Periodismo de la UAM y EL PAÍS.

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