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El auge de los auriculares y la cancelación del mundo

Analizamos si la escucha de 'podcast' con auriculares prefiguran la narrativa del contenido.

MaskFone es la marca con la que se ha comercializado un invento que promete ser transformador: una mascarilla facial inteligente que permite recibir llamadas y escuchar música o podcasts sin quitársela, es decir, mascarilla con auriculares incorporados. También tiene un micrófono que ofrece audio nítido para las conversaciones telefónicas y unos botones a través de los cuales no hace falta tocar el teléfono para colgar, subir el volumen del podcasts o cambiar de canción. Las tecnologías sin contacto llevadas a su máxima expresión y, por qué no decirlo, mínima funcionalidad.

Neuralink, la compañía de Elon Musk que desarrolla interfaces cerebro-máquina, ya trabaja en una que permitirá a los usuarios transmitir música de forma directa a su cerebro a través de los chips que se introducirán directamente en sus cabezas. Musk comentó que están viendo el modo de evitar los vasos sanguíneos en la implantación de los chips, ya que aspiran a conseguir que el cerebro no se inflame al recibir un cuerpo extraño, una minimáquina.

Esta semana Apple ha lanzado los AirPod Max, los nuevos auriculares inalámbricos circumaurales con cancelación de ruido y un chip insertado en cada extremo del auricular. Se trata de H1, un chip que contiene 10 núcleos de audio y con capacidad para 9.000 millones de operaciones por segundo. Es lo que se conoce como "audio computacional", es decir, escuchar música o podcasts como si estuvieran sucediendo a tu alrededor, en tu misma estancia. Además, el audio computacional va a permitir que los AirPod Max analicen lo que escuchamos y ajusten frecuencias dependiendo de cómo estén colocadas las almohadillas.

El "audio espacial" que incoporan estos AirPod Max permitirá un ambiente de sonido que va más allá de las pistas izquierda y derecha, creando un "campo de sonido" y propiciando una experiencia absolutamente inmersiva que tendrá como grandes beneficiados, por supuesto, a los podcasts. Los AirPod Max han salido a la venta por 629 euros y ya hay lista de espera para hacerse con ellos.

Estos tres artefactos tecnológicos —hermosos, extraños, científicos— que acabo de describir sofisticarán todavía más la experiencia de escucha, al tiempo que nos convertirán en algo parecido a robots sónicos. La pregunta se hace evidente: si tomamos los auriculares como una extensión maquinal de nuestro cuerpo y cancelamos el ruido —pero también todos los sonidos de la vida—, ¿qué vamos a escuchar? ¿No viviremos acaso en burbujas sonoras? ¿No habitaremos confinados en unos auriculares?

La generación que escucha con auriculares

Explicaba la BBC en su famoso decálogo del verano de 2018 en el que intentaba distinguir entre podcast y radio que, "los podcasts se construyen para la generación que usa auriculares". Y después añadía: “Sé respetuoso, cálido y amable dentro de sus cabezas”. Ese mismo decálogo afirmaba que los podcasts son formas visualmente poderosas —como la gran literatura, por otra parte—; los podcasts “pueden ser cine para los oídos”. Qué duda cabe que la forma de consumir audio incide en la forma de escribir, de narrar, de diseñar sonido. Es imposible que la escucha colectiva de la radio más tradicional se parezca algo a la escucha individual de podcasts en la actualidad, excepto si hablamos de podcasts conversacionales. Pero ¿podría un podcast como Guerra 3 o De eso no se habla ser degustado sonoramente del mismo modo si no se escuchara a través de auriculares? Alguna vez he reconocido —no sin cierta ironía— que hay una prueba irrefutable para saber si un diseño sonoro funciona: si se perciben todos los matices escuchando ese episodio en los auriculares que regalan en trenes y autobuses, estamos ante un buen trabajo.

Explica Ramón Andrés, autor de un extraordinario libro llamado Filosofía y consuelo de la música (Acantilado) que la consecuencia más inmediata de ir por el mundo con los auriculares puestos es la artificialidad, la desorientación: “Si no escuchamos lo que ocurre a nuestro alrededor nunca podremos tener un sentido afinado de la realidad. Y en la realidad está el prójimo. El aislamiento crónico, en este caso auditivo, ha producido y produce mentes tiránicas. Es difícil tener empatía si no atiendes la palabra del otro, de lo otro. Y en cuanto al ruido, aislarse con música puede entenderse como una legítima autodefensa, pero debemos saber quitarnos los auriculares a tiempo para no acabar siendo nosotros mismos un ruido peor, que es el del egoísmo”. Sus palabras sabias nos recuerdan al título de una de las obras clásicas del universo sónico: El paisaje sonoro y la afinación del mundo, de Murray Schaffer. En ese libro el autor afirma que no existe el silencio para los vivos: “No tenemos párpados en los oídos. Estamos condenados a oír”. ¿Y si los auriculares fueran ese párpado sonoro y ciborg? El camino que va desde la compra de los nuevos AirPod Max hasta la implantación de chips de Nauralink es más corto de lo que pensamos. Se trata de la "humanidad aumentada" de la que habla Éric Sadin en su libro de idéntico título publicado en Caja Negra Editores: “Si el trasplante de prótesis artificiales corresponde a un movimiento iniciado por lo menos hace medio siglo según procedimientos que no dejan de sofisticarse, no representa de ninguna manera el clímax emblemático del entrecruzamiento actual entre humanidad y técnica”. Es decir, la miniaturización creciente de objetos electrónicos y chips favorece de forma implacable la expansión continua de la economía digital, también en la era de la audificación.

La estética sónica

La estética de los streamers, cantantes de rap o trap, de los youtubers y podcasters parece siempre bascular alrededor de quien los tiene más grandes. Los auriculares, naturalmente. Parece existir una competición secreta entre lucir los auriculares más grandes —también los vemos en futbolistas que bajan del autobús camino del estadio—, como símbolo de lujo pero también de cierta autonomía, de una determinada fortaleza. El último videoclip de la cantante Nathy Peluso y Bizarrap abunda en este idea: el auricular como ornamento, al mismo nivel que los collares de oro y la ropa cara.

Charlie Harding, uno de los coautores del podcast Switched On Pop ha afirmado en varias ocasiones que escuchar música a través de unos auriculares es distinto a hacerlo en unos altavoces, puesto que hay una diferencia espacial y temporal entre tú y la música. En el caso de los podcasts, Harding creía que el hecho de usar auriculares había ayudado a crear una sensación de proximidad entre el narrador y el oyente. Sin duda, la producción musical pero también la del podcast dependen del contexto tecnológico. El mismo Harding afirmaba que no era casualidad que cantantes como Billie Eilish o Selena Gómez susurraran en vez de cantar. Ese clase de voz en un tema musical hubiera sido imposible de percibir plenamente si la música hubiera salido de un transistor o de un tocadiscos.

El ruido del mundo

Vivimos en un mundo repleto de ruidos. Solo la pandemia impuso cierto silencio. En la ciudad de Madrid se colocaron 33 sonómetros repartidos por diferentes barrios. La conclusión fue asombrosa: la presión sonora en las calles más ruidosas de la capital cayó hasta 30 decibelios. Algunos vecinos lo calificaron como un "silencio sísmico".

Y lo cierto es que cada vez hay más ruido digital, más sonidos provocados por máquinas. Es imposible ir a un dentista, a un supermercado o a un restaurante sin que haya un hilo musical. En este sentido, por cierto, es curiosa la tradición de los restaurantes de tempura en Japón. Los dueños jamás ponen música que pueda distraer a sus comensales del sonido más importante de ese lugar: el sonido del aceite crepitando cuando entra en contacto con la masa y los alimentos. Ese sonido forma parte de rito, de la tradición.

Charles Spencer, profesor de psicología experimental en la Universidad de Oxford y autor del libro Gastrofísica: la nueva ciencia de la comida, sostiene que si la música está demasiado alta puede enmascarar ciertos sabores. Uno de los conceptos más interesantes que aborda es el de los “condimentos sónicos”, es decir, cómo el sonido puede ayudar a resaltar un determinado sabor. Los sonidos agudos, por ejemplo, están relacionados con lo dulce, y los tonos bajos se relacionan con lo amargo. En este mismo sentido ahonda Qian Janice Wang, psicóloga experimental e informática que trabaja como profesora asistente en el Departamento de Ciencias de los Alimentos de la Universidad de Aarhus (Dinamarca). Su investigación examina la percepción y preferencia de sabores multisensoriales, en cómo los factores ambientales (la música y los sonidos de fondo) pueden modificar y mejorar la forma en que percibimos la comida y la bebida. ¿Su especialidad? El vino.

Desde Google ya trabajan en dispositivos que permitan silenciar a personas a las que no queremos escuchar cuando estemos con un grupo de gente. Se trata de un sistema de inteligencia artificial capaz de analizar una conversación y dividir las voces para que podamos seleccionar lo que nos interesa. Es decir, una persona podrá eliminar la voz de una tercera persona apretando un simple botón. Google pretende trasladar el llamado “efecto cóctel” (la capacidad natural humana de enfocar nuestra atención a una persona concreta en mitad del ruido y de otras voces) al mundo tecnológico a través de la inteligencia artificial bajo un modelo que han denominado Looking to listen at the Cocktail Party.

Imaginen si este modelo pasa de las videollamadas a las conversaciones reales. Como apuntaba antes Ramón Andrés, el riesgo inmediato es que nos aislemos y dejemos de interactuar con el resto de seres humanos. O peor aún, que se haga realidad una de las tramas que ya ensayó Black Mirror en la ficción en un episodio del año 2014: una tecnología que nos permita bloquear en la vida real, tal y como hacemos en la digital, a personas que no nos interesen, que no piensen como nosotros. Esta realidad kafkiana parece más verosímil que nunca.

Por cierto, Kafka tiene un precioso relato titulado El gran ruido en el que describe con precisión y belleza los sonidos de su habitación: "Estoy sentado en mi habitación, en el cuartel general del ruido de toda la casa. Oigo cómo se cierran todas las puertas; el ruido que hacen al cerrarse evita que oiga los pasos de los que las atraviesan, aunque todavía oigo cómo se cierra el horno en la cocina. Padre echa abajo la puerta de mi habitación y la atraviesa arrastrando su bata; en la habitación contigua atizan las cenizas de la calefacción; Valli pregunta, gritando desde el recibidor palabra por palabra, si ya se ha limpiado el sombrero de padre; un borboteo, que me parece familiar, eleva el griterío de una voz que responde. Llaman a la puerta de la casa y hace el mismo ruido que una garganta acatarrada, se abre la puerta con el canturreo de una voz femenina y se cierra con una sacudida despiadada. Padre se ha ido, ahora comienza el ruido suave, disperso, desesperanzado, iniciado por el canto de los dos canarios. Ya hace tiempo pensé, con los canarios se me vuelve a ocurrir, si no podría abrir un poco la puerta, arrastrarme como una serpiente hasta la habitación contigua y desde el suelo pedir a mi hermana y a su institutriz un poco de silencio".

Apple vendió una cifra estimada de 60 millones de pares de sus AirPods inalámbricos en 2019. En la Era de la audificación absorbemos más contenido a través de nuestros oídos que nunca. Es posible que conforme los auriculares se hagan más inteligentes, nuestros oídos, en lugar de nuestros ojos, puedan convertirse en la forma principal en la que vivamos en el mundo digital. El sonido llega a lugares a los que la vista no puede, se zambulle debajo de superficies y llega al núcleo, al corazón al centro de nuestros cuerpos. Y los tecnólogos lo saben. El audio ha entrado de lleno en el capitalismo: auriculares a precio de bolsos de firmas de lujo. Decía T. S. Elliot que el mundo no terminará con una explosión, sino con un gemido. Y, seguramente, lo escucharemos a través de unos auriculares.

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