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la zona fantasma
Columna
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¿Creen ustedes?

Javier Marías

No se sabe cuándo volverá a haber elecciones, pero les auguro un cataclismo a casi todos los partidos vigentes

A estas alturas de la epidemia, lo que más sorprende y enfada es la indiferencia o desdén esencial de nuestros políticos por la salud, la economía y, sobre todo, la percepción de los ciudadanos. Suelen estar fuera de la realidad, enfrascados en sus disputas y riñas, en sus ventajismos y en eso tan mezquino conocido como “tomar posiciones de cara al futuro”. Pero hay momentos de la realidad que no permiten salirse de ella, y el actual es uno larguísimo, que ya dura ocho meses. Y sin embargo, como si se hubieran aburrido del problema que nos afecta, cuanto más se demora, más desentendidos están. La sensación predominante en los españoles de cualquier región es que sus representantes, lejos de concentrarse en lo urgente y fundamental, y de protegernos y guiarnos en lo posible, nos han dicho: “Compónganselas como puedan, cada uno por su cuenta. Nosotros estamos absortos en asuntos más importantes”.

He escrito “de cualquier región” a conciencia, aunque sin duda habrá algunas Comunidades menos frívolas, irresponsables y dejadas que otras (no sé: Asturias quizá, no poseo información suficiente). A la cabeza de la frivolidad y la dejadez, el Gobierno central. Uno oye las intervenciones de sus miembros y le cuesta dar crédito. Carmen Calvo —luego Pedro Sánchez— largan interminables peroratas sobre el destino del Valle de los Caídos y una “Memoria Democrática” que pondrá las cosas en su sitio. ¿De verdad creen que, en medio de la catástrofe cotidiana, eso apremia y les importa a los ciudadanos, aparte de a unos centenares para los que sí resulta acuciante? ¿Cree Illa que nos preocupan extremadamente sus querellas con la Comunidad de Madrid, por mucho que las revista de algunas razones? ¿Cree Díaz Ayuso otro tanto, sólo que a la inversa, o que nos sulfura el acoso que sufre por parte del Ejecutivo y de los columnistas y tertulianos deseosos de servirle y congraciarse con él? No nos convencerá de ser Juana de Arco en la hoguera, porque en todo caso ella misma habría encendido su pira y de paso las de los demás. ¿De veras se persuade Casado de que sus cuitas y aspavientos estériles pesan más en nuestro ánimo que la necesidad de contar con unos Presupuestos sin los que la ayuda europea no podrá ni echar a andar? ¿Cree Abascal que hoy pueden inflamar a nadie sus ridículos exabruptos contra todo lo habido y por haber? Y los independentistas catalanes, ¿piensan que sus tormentos identitarios y judiciales están por encima del coronavirus y de la pobreza creciente? Bueno, ellos llevan un decenio no sólo fuera de la realidad, sino de la democracia más elemental. El alcalde de Madrid fue crítico acerbo de su predecesora Carmena, y ahora es el pupilo que la supera. ¿Cree Almeida que alguien lo va a aplaudir por cerrar al tráfico, en agosto y cuando apenas hay transeúntes, el único carrilito de Sol, vedándoselo incluso a los servicios públicos? Al contrario: hoy lo detestan todos los taxistas de Madrid y el barrio más afectado; los vecinos, que ya no podíamos salir por Bailén, ahora tampoco por Sol. Estamos no confinados, sino prisioneros. ¿Cree la alcaldesa Colau, de Barcelona, que alguien la admira por destrozar y convertir su ciudad en un caos con improvisadas zonas peatonales pintarrajeadas y carriles-bici por doquier?

Aún más delito tienen los ministros Iglesias y Montero Menor (sin segundas intenciones: la de Hacienda sería Montero Mayor), porque llevan años presumiendo de ser “la gente”, de preocuparse por ella y conocerla a la perfección. ¿Cree él que nos conmueven sus obsesivos ataques al Rey —al que prometió fidelidad hace unos meses— y sus francachelas con los independentistas y Bildu? ¿Cree ella que nos apasionan sus encuestas mal hechas y sus “estudios” sobre las series de televisión, que abogan por que las actrices sean menos guapas o se las afee, entre otras conclusiones cruciales para la población? ¿Creen los ministros Garzón, Campo y Castells que tenemos el alma en vilo por sus desaires a la monarquía, lo cree su jefe Sánchez? Todas estas declaraciones y decisiones suenan impertinentes e improcedentes hoy. Irritantes y ofensivas para la inmensa mayoría de los españoles, más allá de sus preferencias ideológicas o políticas.

Cuanto se aparte de las cuestiones vitales —plaga, la mejora de la Sanidad esquilmada por el PP y Convergència, las finanzas de cada individuo y del país— resulta contraproducente. Cuanto no sea esfuerzo y aplicación se percibe como cortina de humo u ornamento superfluo que cada dirigente se pone para comparecer en las redes o en televisión. No han entendido que ese tiempo pasó, o ha quedado aplazado mientras la emergencia siga en pie. Cualquier desvío de las amenazas reales es visto como negligencia, egoísmo, desatención y abuso de la paciencia común. No se sabe cuándo volverá a haber elecciones, pero, cuando quiera que sean, les auguro un cataclismo a casi todos los partidos vigentes, que no han querido enterarse de que sus afanes particulares —patrióticos, republicanos, independentistas o sólo ambiciosos—, sus cargos, sus incontables asesores a dedo, sus amplios sueldos que sufragamos, pasaban instantáneamente a segundo plano, o a tercero o cuarto o quinto, y no podían mantenerse ni un minuto en el primero en que aún están.

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