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La ciencia es compleja

Mikel Jaso

La medicina es una ciencia que se basa en relaciones causa-efecto. Sin embargo, es difícil comprender la situación de un enfermo sin contar con los factores externos y emocionales que lo condicionan

Dicen que Newton observó cómo una manzana caía de un árbol y, a partir de ello, comenzó a definir la fuerza de la gravedad.

Hasta principios del siglo XX, la ciencia se ha regido por relaciones causa-efecto más o menos lineales. Desde los albores del siglo pasado otra ciencia se fue definiendo y, con ella, fue cambiando nuestro campo de conocimiento ampliándose no solo a lo desconocido, que sabemos que no sabemos, sino a lo que ni siquiera sabemos que no sabemos. Con Albert Einstein, el camino más rápido dejó de ser la línea recta.

Observábamos interferencias que intuíamos limitantes para el desarrollo del conocimiento científico desde un punto de vista teórico, y los científicos han demostrado que esas interferencias suponen límites al sueño del saber infinito, a la necesidad de certeza del ser humano.

La ciencia está ahora mismo limitada por la incertidumbre —no podemos conocer el lugar exacto de un punto y, al mismo tiempo, su velocidad—, pone a prueba nuestra capacidad de abstracción —un gato puede estar vivo y muerto a la vez— y nuestra frustración —el observador ejerce una influencia sobre el objeto a estudio y, por tanto, sobre el efecto observado, siendo imposible saber qué sucedería si no lo estuviéramos observando—.

Aparece el demonio de Laplace, lo desconocido. Nacen las ciencias de la complejidad. Tal vez la física cuántica sea la más popular de dichas ciencias. Una ciencia cuya verosimilitud es tan fácil de mostrar mediante experimentos como difícil de explicar y comprender. Nos resistimos a aceptar ese proceso de complejificación de la ciencia en las ciencias biológicas. En particular, en medicina. Seguimos empeñados en regirnos por la relación directa entre causa y efecto.

Desgraciadamente, la covid-19 nos ha obligado a aceptar los límites de la ciencia. La aparición de matices en enfermedades que creíamos conocer puede resultar mortal. La escasa capacidad de prevención de lo inesperado puede paralizar el mundo. Dábamos por sentado que a las ciencias biológicas se les podían pedir soluciones aquí y ahora, y arrastramos nuestras propias limitaciones.

Nos sorprende que quien nunca ha fumado tenga un tipo de cáncer de pulmón casi exclusivo de fumadores; que una persona que toda la vida ha cuidado su alimentación y no se ha expuesto a factores de riesgo —conocidos— tenga un cáncer de colon; que a un joven deportista le dé un infarto y que una persona con obesidad mórbida tenga unas analíticas de sangre perfectas. Consideramos milagrosas algunas curaciones y atribuimos al destino o al pecado procesos de enfermar que escapan a nuestro entendimiento. Nos sigue sorprendiendo el efecto placebo y el más desconocido efecto nocebo, que tantos quebraderos de cabeza dan a médicos y pacientes.

Una máxima clásica en medicina reza: “No existen enfermedades, sino enfermos”. Aceptamos dicha máxima, pero no abordamos la complejidad que evidencia. La relación causa-efecto es innegable en medicina, como innegable es que apenas conocemos factores causales directos e inevitables y los efectos e influencias de otros factores sobre el desarrollo o la evolución de una enfermedad.

Minimizamos el efecto del observador sobre los resultados de los estudios, utilizando técnicas de despiste como el doble ciego o la aleatoriedad. Sin embargo, todos los grupos de estudio comparten algo indiscutible: saben que están siendo observados, la bioética lo exige.

Necesitamos aplicar a la ciencia médica un nuevo factor: el factor humano. Aplicarlo obliga a observar y analizar todos los factores implicados en el vivir y el enfermar; en el flujo entre el bienestar, el malestar y la muerte.

Más pronto que tarde querremos olvidar lo que acabamos de vivir, y a esa amnesia la acompaña que nos instalemos en la sociedad del bienestar. Olvidaremos que no todo se sabe ni está bajo control. Que hay factores externos que impresionan a los sentidos y a quien los siente. Es la conciencia como conjunto de características intangibles del ser humano, con sus principios, virtudes, valores y defectos. La simpatía, la generosidad. El instante vital. La empatía, la compasión. La frustración, el dolor. La soledad. No existe enfermedad sin enfermo. Y no existe enfermo sin factor humano. No puede ser buen médico aquel que no observa, entiende y atiende el factor humano.

En medicina registramos numerosas relaciones directas de causa-efecto, pero la cantidad de factores causales, concausa, perpetuadores, cronificadores, beneficiosos, perjudiciales o influyentes en el proceso de enfermar y curar es infinita. Compleja. La capacidad de predicción basada en la cadena causal se está disolviendo, sustituida por alguna forma de asociación invariable y extraña que no se puede representar fácilmente en un gráfico, o en una ecuación matemática. Ni siquiera en los codiciados algoritmos.

Como sugiere el médico y pensador Jorge Trainini: “Sin el factor humano, individual y único, que es la mente y conciencia humana, la medicina no tiene destino ni el enfermo consuelo”.

Ha nacido la medicina de la complejidad. —eps

Lola Morón es psiquiatra y experta en neuropsiquiatría.

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