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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Nos espera un futuro más sombrío debido a las armas biológicas?

Si la pandemia de la covid-19 ha dejado algo claro es cuan valiosas son las medidas internacionales más coordinadas y con mejores recursos para luchar contra la propagación de las enfermedades

Scott Rodgerson (Unsplash)

Durante la Guerra Fría, muchas de las principales potencias militares, entre ellas los Estados Unidos y la Unión Soviética, invirtieron considerablemente en sus programas de armas biológicas. Aun así, enfrentaron problemas para desarrollar armas funcionales, capaces de tolerar diversas condiciones medioambientales y mucho menos de ser de utilidad estratégica. La producción de armas biológicas con efectos significativos y predecibles —en vez de simples esfuerzos oportunistas para propagar patógenos— sigue siendo una tarea compleja. La mayoría de los países del mundo acabaron por renunciar a esas capacidades y se sumaron a la Convención sobre las Armas Biológicas de 1972.

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En las últimas décadas, los grandes adelantos en biología plantean la posibilidad de avances técnicos que mejorarían la efectividad de las armas biológicas de la época de la Guerra Fría o facilitarían una nueva generación de este tipo de armas más fácil de dirigir. Por otra parte, las muertes masivas, la disrupción y el enorme coste financiero que ha ocasionado la pandemia de la covid-19 ponen de relieve el potencial de la biología para causar daños a escala mundial. Así pues, en el ambiente actual de competencia por el poder y tensiones en aumento, no se puede excluir la posibilidad de que ciertos Estados decidan explotar la biología con fines hostiles.

No obstante, no sería acertado concluir que el siglo XXI será el siglo de las armas biológicas, y debemos evitar caer en la trampa del determinismo tecnológico. Los programas de armas biológicas útiles para fines militares aún requieren de una organización sofisticada, que incluye financiación, contratos, equipos, instalaciones y experiencia considerable. Tales programas no están al alcance de la mayoría de los actores no estatales y requieren apoyo estatal. Así pues, conviene examinar los incentivos y los obstáculos que pueden guiar las decisiones estratégicas de los Estados.

Existen varios caminos que pueden llevar a la reducción sustancial de los incentivos (y al aumento de los obstáculos) para el desarrollarlas en las próximas décadas. Estos caminos implican que los Gobiernos trabajen a nivel nacional con la industria, la academia y la sociedad civil para tejer una red de prevención contra ellas, pero esto se debe complementar con mecanismos globales con autoridad técnica en tres áreas específicas.

En primer lugar, la mayoría de los expertos en salud pública y guerras biológicas están de acuerdo en que es esencial crear y empoderar mecanismos para la vigilancia, la detección y el informe de las enfermedades y la respuesta a estas, de forma colaborativa y coordinada. Para esto es esencial el Reglamento Sanitario Internacional (RSI), diseñado por los Estados para “prevenir la propagación internacional de enfermedades, proteger contra esa propagación, controlarla y darle una respuesta de salud pública”. En ocasiones, no ha sido adecuada, conforme a este reglamento, la producción de informes nacionales sobre los brotes de enfermedades. La solución no se trata de prescindir de estas herramientas, sino de hacerlas más efectivas, por ejemplo, mejorando la “rapidez, regularidad y exhaustividad” de los informes de los estados sobre las enfermedades. Como demuestra la pandemia de la covid-19, la vigilancia y la capacidad de respuesta de los sistemas de salud pública minimizan el efecto de los brotes de la enfermedad, independientemente de si su origen es deliberado o natural.

La ONU necesita equipos de expertos capacitados que puedan investigar las denuncias de armas biológicas y los brotes sospechosos de enfermedades

En segundo lugar, los Estados deben fortalecer la prohibición internacional de las armas biológicas. La Convención sobre las Armas Biológicas, que prohíbe su desarrollo, producción, adquisición y uso, ha sido ratificada por 183 Estados. Pese a los esfuerzos internacionales en los años noventa, todavía no incluye una disposición efectiva para evaluar el cumplimiento o investigar las denuncias sobre su desarrollo. Además, el nivel de transparencia de los Estados con respecto a las actividades de “biodefensa” sigue siendo limitado y voluntario.

La siguiente Conferencia de Examen de la Convención sobre las Armas Biológicas que se celebrará a finales de 2021 brinda a los Estados la oportunidad de rectificar estas deficiencias. Para esto será necesario un esfuerzo renovado y dirigido a desarrollar sistemas de evaluación del cumplimiento, teniendo en cuenta los múltiples avances científicos y tecnológicos desarrollados desde los años noventa. Los Estados pueden además aprovechar esta oportunidad para revitalizar las medidas dirigidas a mejorar la transparencia, mediante la actualización de las Medidas de Fomento de la Confianza actuales y el estímulo de un mayor sometimiento a estas medidas y análisis de las mismas. Los avances también requerirán el fomento de la cooperación internacional en biotecnología y la construcción de redes mundiales de expertos para detectar el uso de armas biológicas y responder a él. Este paso podría atenuar los efectos de aquellas que llegasen a emplearse.

En tercer lugar, las Naciones Unidas necesitan equipos de expertos capacitados con competencias técnicas y geográficamente representativos, que puedan investigar las denuncias de armas biológicas y los brotes sospechosos de enfermedades, incluso en los territorios de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad, si fuera necesario. Desde 2006, se han logrado avances a este respecto con la creación del Mecanismo del Secretario General de las Naciones Unidas para la Investigación del Presunto Empleo de Armas Químicas, Biológicas o Toxínicas. Actualmente este mecanismo solo investiga las denuncias de su presunto empleo (y de las químicas). No está facultado para investigar los brotes de enfermedades ni el presunto desarrollo y producción. Sin embargo, estas funciones investigativas serían valiosas tanto para disuadir y detectar a aquellos que se dedican al desarrollo de armas biológicas, como para disipar las percepciones y la información erróneas con respecto a las actividades legítimas de investigación biológica y los brotes naturales de enfermedades. Si dichos mecanismos hubiesen estado listos, podrían haber ayudado a esclarecer de forma independiente los méritos de las acusaciones sin fundamento sobre el origen de la covid-19.

El fortalecimiento de los acuerdos multilaterales y el fomento de la cooperación entre estas instituciones requerirá de tiempo y recursos, pero el precio de invertir en estos instrumentos globales es tan solo una fracción del trágico coste humano de la covid-19, por no mencionar el coste estimado de un billón de dólares para la economía global en 2020.

El enfoque múltiple aquí descrito no logrará por sí solo evitar el desarrollo de armas biológicas, pero contribuirá sustancialmente a mejorar las probabilidades de detectar el incumplimiento de la norma establecida contra ellas, así como a mayores esfuerzos para crear instituciones eficaces, responsables e inclusivas y contribuir con la lucha contra las enfermedades infecciosas de acuerdo con los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Si la pandemia de la covid-19 ha dejado algo claro, es cuan valiosas son las medidas internacionales más coordinadas y con mejores recursos para luchar contra la propagación de las enfermedades, independientemente de su origen.

James Revill es Investigador del Programa de Armas de Destrucción en Masa y Otras Armas Estratégicas del Instituto de las Naciones Unidas de Investigación sobre el Desarme (UNIDIR).

John Borrie es Dirigente del Programa de Armas de Destrucción en Masa y Otras Armas Estratégicas del Instituto de las Naciones Unidas de Investigación sobre el Desarme (UNIDIR)

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