_
_
_
_
EL PAÍS que hacemos
Por Equipo de Comunicación
_

Y Felisa apareció

Las redes sociales ayudan a localizar a la antigua profesora de Manuel Gutiérrez Aragón, quien publicó una carta en 'El País Semanal' para encontrarla

Andrea Nogueira Calvar
Felisa Urtiaga, la primera a la izquierda, posa en Palencia en los años 70.
Felisa Urtiaga, la primera a la izquierda, posa en Palencia en los años 70.

Felisa apareció. Así, en cuestión de unas horas, el director de cine Manuel Gutiérrez Aragón, que había publicado una misiva en la sección Carta Blanca de El País Semanal para localizar a su antigua profesora, supo de su paradero. Los conocidos y desconocidos de las redes sociales le ayudaron a averiguar que se encuentra en una residencia de Palencia, a donde la trasladaron sus familiares hace tres meses. Felisa Urtiaga, de 94 años, catedrática de Griego y doctora en Derecho, sufrió una caída en su casa el pasado diciembre, días después de haber hablado por teléfono con Gutiérrez, con el que seguía en contacto. Ese accidente la ha ido sumiendo poco a poco en sus recuerdos, hasta hacerlos más vívidos que su propio presente.

La historia de esta profesora comienza en un pueblo de Santander, Villapresente, a principios de siglo XX y se enlaza con la de cientos de docentes que sirvieron de subterfugio a los valores de la Institución Libre de Enseñanza durante el régimen franquista. Urtiaga, la pequeña de 12 hermanos, se empeñó en estudiar, aunque su madre no la considerase la mejor idea. En cambio, su padre animó a sus hijos a formarse. “Mi abuelo era un hombre muy adelantado a su tiempo, muy involucrado en todo, en el pueblo, donde peleó para que llevaran la luz eléctrica; y así eran mis tías y mi madre: iban en bicicleta, Felisa andaba en una moto y después también tuvo un coche, estamos hablando de los años 40 y 50”, recapitula Pilar Vázquez, sobrina de Felisa, que nunca se casó ni tuvo hijos. “Creo que tuvo una ilusión de joven, pero nada más, siempre fue muy libre”.

Felisa, a la derecha, con su padre y una de sus hermanas.
Felisa, a la derecha, con su padre y una de sus hermanas.

Libre, extraordinaria, de una gran inteligencia, culta, respetuosa y con sentido del humor. Así la recuerdan sus amigas y familiares. Hay una anécdota de su juventud que todos coinciden en señalar porque marcó su carácter tenaz y resume la relación con su padre: para que pudiese estudiar, Felisa debía coger el tren desde su pueblo al vecino Torrelavega; su padre la acompañaba todos los días a las seis de la mañana para que llegase bien. Allí se encuentra el IES Marqués de Santillana, donde primero se formó y después ejerció de profesora, teniendo entre sus alumnos a Gutiérrez Aragón, del que estaba “muy orgullosa”, como coinciden en señalar sus allegados.

Felisa compartió claustro con Samuel Gili i Gaya. Como recuerda Gutiérrez en su carta, el franquismo castigó a brillantes profesores en un exilio interior y así llegó el lingüista a aquel pueblo santanderino. Esa convivencia provocó un trasvase de conocimientos y valores “de educación, rigor y también libertad” que Felisa procuró trasladar a sus estudiantes. “Yo era muy mal alumno de Griego, pero los valores de la España ilustrada pudieron llegar a nosotros gracias a maestros como ella”, incide el cineasta y novelista.

La profesora cambió Torrelavega por Palencia a mediados de los años 60. Recién llegada a la ciudad comenzó a involucrarse en un grupo de mujeres universitarias que celebraba asambleas periódicamente, pero aquellas charlas la desilusionaron rápidamente. En lugar de encontrar el ambiente académico que esperaba, se topó con charlas domésticas. “Ella venía con una apertura de pensamiento que chocaba con todo aquello”, recuerda una de sus compañeras, Carmen Fernández.

Ambas se encontraron algunos años más tarde como docentes del mismo instituto, el IES Alonso Berruguete. “En seguida me di cuenta que tenía algo especial, una cultura e inteligencia muy por encima”, reflexiona la profesora. La describe como comprometida políticamente, de humor inteligente y mordaz. Como catedrática, apoyó siempre, huelgas incluidas, a sus colegas. Otra de sus compañeras, la también catedrática y poeta Casilda Ordóñez, ya fallecida, la definió en un poema así: “Monolítico aguante en toda suerte/ discreción en el trato con la gente/ hondos interrogantes en la frente/ en la lucha a traición el brazo inerte”. Pero sobre todo Fernández destaca su preocupación y cercanía con el alumnado: “Fue profesora de mi hijo y él siempre me decía: todos deberían dar la clase como ella. Eso la define, los alumnos le tenían mucho cariño”.

Tanto es así que mantenía el contacto con algunos, como es el caso de Gutiérrez Aragón. Llamadas de teléfono y algunas visitas en momentos relevantes, como cuando este ingresó en la Academia de Bellas Artes o le pusieron su nombre a un instituto de secundaria, les permitieron prolongar su amistad.

Felisa, con Gutiérrez Aragón (derecha) en 1994.
Felisa, con Gutiérrez Aragón (derecha) en 1994.

Pero después del pasado diciembre, cuando hablaron por última vez, nada. Al otro lado del teléfono no respondía nadie. Llamó a algunos conocidos, pero no sabían de ella. A los correos tampoco contestaba. El pasado domingo quemó su último cartucho. Publicó una carta en El País Semanal que era un llamamiento a la vez que un homenaje a su profesora. Unas horas después las redes sociales, virtuales y también tradicionales, hicieron eso que le da sentido a su existencia y encontraron a Felisa.

Una noche de diciembre la profesora quiso ponerse el pijama. Felisa, que seguía viviendo sola, que había sido una excelente jugadora de tenis y esquiadora y salía a caminar cada mañana por la carretera de Palencia que lleva al monte El Viejo, tropezó y cayó. Pasó la noche en el suelo. A la mañana siguiente la encontró la chica que acudía regularmente a ayudarla. Felisa estaba consciente y fue ingresada, pero poco a poco su mente se ha ido deteriorando. Habla sobre la guerra y con algunos familiares que ya no están. Estos días, aislada por la crisis del coronavirus en una residencia, no siempre puede ponerse al teléfono para hablar con su sobrina. “Pero sé que la cuidan muy bien, llamo y me cuentan cómo va, cuando acabe esto volveré a verla, como el resto de mis primos”, asegura.

Quizás, perdida en esas batallas griegas que ayudaba a entender a sus alumnos, puede que ya no logre salir del mundo helénico. A Gutiérrez Aragón le queda el consuelo de saber dónde está. La recuerda como “una atleta olímpica” que sostuvo una antorcha, la de los principios institucionalistas, y vacila sobre si “nosotros seremos capaces de transmitir a las nuevas generaciones esos mismo valores”. Lo que parece claro es que Felisa ha sido antorcha para muchos que hoy piensan en ella con la esperanza del reencuentro.

Felisa celebrando su cumpleaños con amigas en Palencia.
Felisa celebrando su cumpleaños con amigas en Palencia.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Andrea Nogueira Calvar
Redactora en EL PAÍS desde 2015. Escribe sobre temas de corporativo, cultura y sociedad. Ha trabajado para Faro de Vigo y la editorial Lonely Planet, entre otros. Es licenciada en Filología Hispánica y máster en Periodismo por la Escuela de Periodismo UAM-EL PAÍS.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_