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Versace celebra el exceso sin remordimientos

La firma impacta al fusionar Sicilia y la Rusia soviética en una conservadora Semana de la Moda de Milán

Diseños de Versace en la Semana de la Moda de Milán.
Diseños de Versace en la Semana de la Moda de Milán.Daniel Dal Zennaro (EFE)
Carmen Mañana
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¿Qué es lo que se espera de una colección y un desfile de moda? Las expectativas, como la industria misma, han ido variando a lo largo de los últimos años. Vender, aunque pudiera parecer obvio, no es siempre la primera opción. Existen otras: generar ruido y contenido en las redes sociales. Demostrar —con una gran escenografía y una selección de grandes modelos— la grandeur de la marca. Reforzar su imagen de exclusividad para impulsar otras líneas de negocio —como la cosmética—. Y sorprender. Entretener.

A juzgar por lo visto hasta ahora en la Semana de la Moda de Milán, ninguno de estos dos últimos objetivos están entre los prioritarios para las firmas que han mostrado sus colecciones para el próximo otoño-invierno. Con la salvedad de los desfiles de Gucci y Versace, que no dejó a nadie indiferente con su oda al exceso soviético-siciliano. También Marni fue una excepción, aunque por razones opuestas a las anteriores. La firma dirigida por Francesco Risso presentó una colección supuestamente inspirada en el arte abstracto, llena de brochazos y patchwork hecho girones, donde lo único interesante eran los abrigos de alfombra cortada al bies.

De Etro y sus magníficos tejidos artesanales, a Tod's y su exquisito trabajo de la piel, pasando por Armani y su defensa de la sastrería de corte oriental. Todos parecen de acuerdo en el mismo lema profesional: hagamos lo que mejor sabemos hacer. El problema es que las cosas bien hechas importan, pero no siempre emocionan. Y al final, la razón última de este inmenso y carísimo circo de la moda es generar deseo: deseo de compra, de pertenencia, de posesión.

Las fórmulas para desencadenarlo son tantas como firmas. Toda la pared que recorría la pasarela de Versace era una enorme pantalla que proyectaba miles de Donatellas Versace y otros símbolos de la casa italiana, como la Medusa. Frente a ella, desfilaba lo que la diseñadora italiana interpreta como industrial: botas con tacón de 12 centímetros, puntera de goma y suela dentada; chándales de enormes cuellos y cremalleras sobredimensionadas; abrigos de corte militar acompañados por gorros rusos de astracán: la URSS de 1979 vista desde la Sicilia de 1987. El KGB y el italodisco. Un cruce de culturas y estéticas que solo puede devenir en pantalones de rayas de distintas pieles exóticas, mocasines blancos y logos, muchos logos. También en una estricta e interesante sastrería negra. El exceso sin remordimientos y sin disimulos.

De izquierda a derecha, desfiles de Sportmax, Moschino y Etro en Milán.
De izquierda a derecha, desfiles de Sportmax, Moschino y Etro en Milán.Daniele Venturelli/Victor Virgile/L'Estrop (Getty Images)

En el extremo opuesto del arco creativo, Emporio Armani presentó su colección con un juego de siamesas: las modelos salían a la pasarela de dos en dos con estilismos cromáticamente complementarios; unas propuestas a través de las que el diseñador iba declinando los códigos eternos de la marca: pantalones anchos de terciopelo con tops decorados con rosetones de gasa; minivestidos de lentejuelas combinados con toreras de mohair; vestidos capa rematadas en volantes. Todos, con zapatos bajos. Mientras, unas enormes pantallas lanzaban un mensaje: “Digo sí al reciclaje”.

Dos diseños de Emporio Armani en Milán.
Dos diseños de Emporio Armani en Milán.Vittorio Zunino Celotto (Getty Images)

Esta temporada, en Tod's, el protagonismo del trabajo en piel —seña de identidad de la firma italiana— fue mucho menor que en colecciones anteriores. Bajo una apariencia de sencillez y clasicismo se escondían discretos guiños urbanos, que recordaban al espectador (y al comprador) que está en 2020 y no en 2002: abrigos edredón, americanas que se ciñen en la espalda con gomas elásticas, faldas plisadas que se apoyan sobre la parte más baja de la cadera y pantalones de cuadros príncipe de gales combinados con corpillos de cuero y camisas de seda.

Marco de Vincenzo —que salió a saludar tras el desfile con la cara más triste que jamás ha visto una pasarela— apostó por una colección articulada en torno al punto y que recordaba a sus años como miembro del equipo de diseño Prada.

Jeremy Scott aportó en Moschino lo que se espera de él: entretenimiento y diversión. El diseñador toma esta temporada como referencia la María Antonietta de Sofia Coppola y despliega sobre la pasarela un amplio catálogo de miriñaques y guardainfantes en versión minifaldera, corsés combinados con chaquetas perfecto y estampadas con motivos de porcelana clásica, levitas en terciopelo rosa chicle y vestidos con forma de tarta de varios pisos. No es nuevo —Versalles ya había sido reinterpretado por John Galliano y Jean Paul Gaultier— ni provocador. Pero, gracias también a su siempre espectacular selección de modelos, cumple su función de acaparar stories de Instagram. Aunque tampoco tanto como solía.

En Sportmax todo gira en torno a los tejidos y a las texturas. De los vestidos de mohair con mangas jamón, a los pantalones de tela metalizada y los diseños de seda microplisada. La firma abandona sus códigos deportivos en favor de una propuesta que busca fusionar, durante la primera parte del desfile, elementos medievales como las capas, blasones o pecheras de esgrima con otras piezas atemporales como chaquetones marineros o gabardinas de piel. El ejercicio, aunque ambicioso en su planteamiento, no termina de cuajar; especialmente, cuando en la última parte de la colección la marca apuesta por una serie de esmóquines y piezas de noche bordadas con una especie de fuegos artificiales, que resulta difícil vincular estética y conceptualmente con la primera parte.

Etro, por su parte, se inspira en la cultura indígena americana para declinar su colección de ponchos, abrigos de manta, cazadoras vaqueras y botas de piel en un desfile donde la presencia de las tops Eva Herzigoba, Doutzen Kroes, Irina Shayk acaparó todo el protagonismo.

Jil Sander, un sueño real

La funcionalidad es un concepto ambiguo en la industria de la moda. Debería ser un requisito sine quanom de cualquier buen diseño, pero muchas veces es una cualidad que se interpreta como sinónimo de falta de creatividad o directamente aburrimiento. Jil Sander consigue la cuadratura del círculo al ofrecer una colección que resulta femenina y pragmática. De una exquisita delicadeza y a la vez cartesiana en cuanto al patronaje. Sobre la pasarela, los coreográficos vestidos de largos flecos daban paso a una serie de americanas y abrigos sobrimensionados y con los hombros trapezoidales, bajo cuyos puños asomaban las mangas de contable de blusas de organza. Un trabajo que supone un salto adelante en la trayectoria de Luke and Lucie Meier, los directores creativos de la firma desde hace tres años.

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