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Tribuna
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El futuro

El mundo occidental empieza a darse cuenta de que su modo de vida está aniquilando el planeta

Jordi Soler
Manifestación contra el cambio climático en el paseo de gracia en septiembre.
Manifestación contra el cambio climático en el paseo de gracia en septiembre.Albert Garcia (EL PAÍS)

San Martín Tilcajete, un modesto pueblo de Oaxaca, México, ofrece a quien lo visita, si observa con atención, la inquietante idea de que nuestra especie ha equivocado el rumbo, una idea que resuena, cada vez con más fuerza, en las cumbres del clima y en la legión de activistas que hoy encabeza Greta Thunberg.

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Un gran porcentaje de la emisión de gases de efecto invernadero, del cambio climático, se debe a la huella de carbono que dejan los alimentos, que es el saldo de polución que producen estos desde que eran brote, o cría, hasta que llegan a la mesa del consumidor. El grupo social de los climatarians combate esa huella consumiendo los alimentos que produce su comunidad, y utilizando los enseres y servicios que provee su entorno. El proyecto de los climatarians puede implementarse en una pequeña colectividad, pero es difícil de aplicar a gran escala porque implica la reconfiguración de los sistemas de producción, de transporte y de buena parte de la economía del planeta que se echó a andar con la Revolución Industrial.

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El climatarian no compra productos en empaques de plástico, cuando va a hacer la compra lleva sus canastas y sus recipientes de vidrio al mercado. Comprar en estas condiciones es mucho más complicado, y requiere más tiempo y más esfuerzo; se trata de un sistema que va a contrapelo de la modernidad, donde todo es cada vez más rápido y más fácil.

En el tiempo y el esfuerzo que invierte un climatarian en su batalla contra el cambio climático está uno de los conflictos de este modo de vida, que se extiende desde luego más allá del ámbito alimenticio; ¿quién está dispuesto a hacer ese esfuerzo, a invertir ese tiempo, y el dinero que cuesta la producción de alimentos a pequeña escala, para salvar al planeta?

Y en el plano industrial, ¿qué Estado u organismo va a desmontar las granjas, los establos y los plantíos deslocalizados, y las redes de distribución internacional de todos los alimentos que producen huella de carbono? Es probable que los climatarians terminen como los jipis, sensibilizando al planeta, concientizándolo para que todo siga exactamente igual.

El pueblo de San Martín Tilcajete nos enseña a los habitantes de Occidente que otra forma de vida es posible, que el tiempo no es necesariamente una flecha que corre de enero a diciembre a toda velocidad, que la urgencia con la que vive el habitante del siglo XXI, que todo lo necesita, y lo obtiene, de manera inmediata, no era el único camino hacia el futuro.

La productividad y el progreso tienen en ese pueblo de Oaxaca, que se dedica a la producción artesanal de alebrijes, otra dirección y otra manera de manifestarse. El alebrije es una figura de madera, producto de la asombrosa imaginación oaxaqueña, compuesta a partir de la síntesis de dos animales de distinta especie, que coincide con el concepto que estableció André Breton para definir al objeto surrealista: la aproximación de dos realidades distintas, cuanto más distintas sean, más rica será la realidad que producen. Cito a Breton porque su concepto se ajusta al alebrije, sin perder de vista que el surrealismo es una corriente artística del siglo XX, mientras que el arte oaxaqueño es la expresión milenaria de un pueblo.

El artesano de San Martín Tilcajete tarda varios meses en crear un alebrije, consigue un trozo de madera de los árboles que crecen alrededor de su casa, le quita la corteza y luego empieza a escarbar y a tallar la combinación de animales que ha imaginado, un jaguar-serpiente, un mono-lagarto. Una vez que le ha dado forma al alebrije comienza a pintarlo, a un ritmo prohibitivo, y ya desconocido, para la industria occidental, con los colores que salen de los elementos que encuentra alrededor de su casa, cochinilla, añil, miel, limón, cáscara de naranja o de granada; estas pinturas no llevan sustancias conservadoras, se descomponen rápidamente, lo cual obliga al artesano a ir haciendo los colores conforme los va necesitando.

La pieza que sale de ese larguísimo proceso ha sido creada con los elementos que el artesano ha encontrado alrededor de su casa, en ese entorno que también provee lo que come y lo que viste, lo cual nos lleva a considerar lo siguiente: el mundo occidental, después de siglos de progresar solo hacia adelante, empieza a darse cuenta de que ese sistema de vida va a terminar aniquilando al planeta y a sus habitantes; en las cumbres del clima y en los discursos de Greta Thunberg resuena la idea de que para revertir los estragos del calentamiento global hay que vivir de los elementos que produce nuestro entorno, se nos invita, en suma, a adoptar la forma de vida de la gente de San Martín Tilcajete que, hoy venimos a darnos cuenta, ha vivido siempre a la vanguardia de la civilización. Quizá el futuro no queda hacia adelante, como habíamos creído siempre, sino hacia atrás, hacia el pasado.

Jordi Soler es escritor. Su último libro publicado es Mapa secreto del bosque (Debate).

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