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Columna
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La debilidad de la fuerza

El radical populismo que hace de la verdad una chistera sin fondo, tiene su mayor representante en Donald Trump

David Trueba
Un grupo de manifestantes quema una bandera de Estados Unidos, el pasado viernes en Teheran (Irán).
Un grupo de manifestantes quema una bandera de Estados Unidos, el pasado viernes en Teheran (Irán).ABEDIN TAHERKENAREH (EFE)

Existe una nueva hornada de políticos que responden al arquetipo del radical populismo. Aderezan sus posiciones de confrontación con una dialéctica particular. Dicen una cosa y hacen la otra, luego afirman la contraria y ejecutan lo opuesto, todo lo cual sonaría a ridículo si no fuera por el efecto que logran. Un espejismo que si no se desautoriza con suficiente contundencia lleva a mucha gente a pensar que dicen siempre la verdad y cumplen con lo que dicen porque giran el tablero a capricho para llevar negras o blancas según les convenga. Un caso local es bastante evidente. Al parecer, la negociación sobre las transferencias de Tráfico para Navarra responde a una reivindicación de UPN que se remonta a 10 años atrás. Sin embargo, al firmarla ahora Pedro Sánchez en su acuerdo con el PNV, es denunciada por quienes la reivindicaban y sus socios conservadores como un agravio y la definitiva venta de España al nacionalismo. Ese radical populismo que hace de la verdad una chistera sin fondo, tiene su mayor representante en Donald Trump, alguien cuya virtud más destacada se insiste en decir que es la renuncia a la hipocresía, cuando la hipocresía es su casa natal.

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El presidente Trump ha dicho muchas cosas y también las contrarias. Ha emprendido negociaciones y establecido sanciones que ha rectificado y revocado sin solución de continuidad. Su último disparate ha consistido en ordenar el asesinato por un dron teledirigido del general iraní Qasem Soleimani. El discurso del mandatario estadounidense insistía en la retirada de su ejército de guerras distantes, que no le interesaban al país, salvo para distraer del debate de su destitución. La realidad es que ha enviado miles de tropas a Oriente Próximo y sus contradicciones en Siria, Irak y Afganistán han reventado cualquier alianza sólida en territorios de frágil estabilidad. Pero la mentira puede sostenerse gracias a la aparatosidad de una reacción disonante, de un vocerío que aturde, de la fabricación de un contexto favorecedor. Trump presume de ser el mejor negociador de la galaxia, pero lo hace desde la fuerza, hasta un punto en el que delata su verdadera debilidad.

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Nadie sabe hacia dónde camina Trump con China, Rusia y Corea del Norte. Su obsesión contra Irán es peligrosa para los socios que ni son consultados ni pueden aprobar las últimas acciones y se exponen a la guerra asimétrica que ya conocemos por su efecto dominó sobre el terrorismo. Obama penará para siempre como responsable de haber utilizado los drones como máquinas de matar de dudosa higiene moral. El dron es un aparato deshumanizado que se sobreutiliza en el cine para ofrecer una panorámica ajena al ojo natural. Cuando llega el plano del dron en una película ya sabes que el director tiene una mirada postiza y superior, nada implicada en lo que cuenta y en el territorio que filma. Los datos personales, las ubicaciones reveladas, los desplazamientos controlados por una red de espionaje tecnológico hacen el resto y convierten al dron en el sicario sin responsabilidades. Quienes lo utilizan deberían asumir la carga de la ley como quien asesina por la espalda. Nadie puede estar tranquilo cuando un mandatario ordena asesinar a un general enemigo y su caravana profesional como paso negociador. Esos discursos bendecidos en las urnas dejan a la democracia en manos de la tiranía.

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