Un año de luces y sombras en el mundo de la farándula
Los duques de Sussex, la exitosa carrera como empresaria de Rihanna, la muerte de Luke Perry o la polémica ruptura de Bradley Cooper e Irina Shayk han copado los titulares de la crónica social
En lo que vendría a ser la zona más VIP del universo de las celebridades da la sensación de que suceden muchas cosas cada año. De hecho, pasan suficientes como para llenar páginas y páginas de esas revistas del corazón que hoy aún existen porque han logrado dignificar a toda una tropa de famosos que antaño no servían para gran cosa. Los dignos son un poco como la trufa o los calçots: dan de comer (rico) durante temporadas muy concretas y muy limitadas. Si estuvieran dando titulares todo el día, no serían famosos, serían Kim [Kardashian] y Kanye [West], integrantes de una raza cuyo genoma aún está por descifrar.
Suceden suficientes eventos como para que en las webs de cotilleos aún pueda uno sufrir una tendinitis haciendo scroll para seguir las diez novedades del día al respecto de la fracasada vida de alguien tras pasar una temporada en un reality, o del ex de alguna cantante que dejó de sacar discos en 2010. Pasa mucho, pero, al final, la verdad es que pasa siempre lo mismo. Este año, más que ninguno en tiempos recientes, esto ha sido extrañamente preocupante. Empieza el sistema a exhibir serias dudas sobre el futuro de un negociado.
Bienvenidos a la era de la tardofarándula, cuya más dudosa virtud parece ser deshacerse de cualquier conexión con el actual paradigma —dios bendiga a la hija trans de Charlize Theron,n, en ella confiamos— y hacernos creer que todo esto puede aún reducirse a bodas, divorcios, cosas de los Windsor, operaciones estéticas, excentricidades de baja intensidad y, claro, inevitables fallecimientos.
Da la melancólica sensación de que la primera división de celebridades empieza a ser como la primera división de roqueros o de conductoras de programas matinales en televisiones generalistas: estarán allí hasta que se mueran; luego, nada.
Al lío. En este país nuestro hemos tenido dos heroínas durante este 2019. La primera ha sido Tamara Falcó, cuya participación en MasterChef Celebrity la ha coronado como la reina de la frivolidad más nacionalcatólica. Los ricos también hacen juegos de palabras. Lo que en ella antaño fue un cruce entre candidez e insensatez hoy es lo mismo, pero en versión iPad Pro. Hoy, Tamara es lo más transversal que el corazón y el alma inmortal de este país ha visto desde… su madre, Isabel Preysler.
Por otra parte, a final de año apareció de un lugar oscuro y poco ventilado Marta Sánchez para confirmar lo que a nadie se le había ocurrido pensar: que ella fue la Rosalía de su época. Suponer que Sánchez tuvo una época ya se antoja algo osado, pero comparar su producción artística con la de Rosalía es el mejor gag desde que se fue Gila y dejaron de emitir Seinfeld. Hablando de Rosalía. Resulta curiosa la capacidad de la catalana para mantenerse alejada del papel couché casi por completo. Al final, el tema no será si conocen o no sus canciones en Londres o Bangkok, sino si están familiarizados con sus obra, vida y muchos milagros en la calle Ortega y Gasset.
Mientras, en tierras infieles se han vivido los clásicos de siempre cambiando alguna que otra cara. Rihanna ha mutado en una suerte de Jeff Bezos del maquillaje (su marca, Fenty, ha despachado 400 millones de euros) y de la edición (su autobiografía ha sido uno de los fenómenos del otoño, el único libro que leerá la generación Instagram, su lobo estepario).
En paralelo, Kylie Jenner se convirtió en la más joven milmillonaria—fruto de ganancias generadas por ella misma, no heredadas— del planeta. Un gran ejemplo para todos esos jóvenes del mundo que intentan hacerse un hueco en el siempre competitivo mundo de los nacidos en familias ricas y mediáticas y saben lo complicado que es lograr un microcrédito para arrancar su app para compartir Ferraris. Seis meses después de lograr tamaña hazaña, Kylie se separaba de su pareja, Travis Scott. Justo cuando ella se hace magnate y él publica su único disco bueno, van y lo dejan. Cuando el talento entra por la puerta, el amor salta por la ventana.
Este problema no lo va a tener jamás la modelo Heidi Klum, exmaniquí convertida en empresaria y en protagonista de romances peculiares. Tras estar años con Seal, un cantante que tuvo medio éxito, este año se casaba con el roquero alemán Tom Kaulitz, quien fuera guitarrista de Tokyo Hotel y luego modelo.
Tan contracultural como esta pareja fue la que formaron hasta este año Bradley Coper e Irina Shayk. Se acabó la tontería y lo dejaron. Conociendo la autoestima que maneja la modelo rusa es poco probable que los rumores de romance de Cooper y Lady Gaga, tras ver cómo ambos tocaban toda la tabla periódica de elementos químicos en la película Ha nacido una estrella, tuvieran alguna incidencia en esta decisión. Todo lo contrario de lo que trascendió sobre la separación de la autora de Bad romance con su novio de toda la vida —signifique eso lo que signifique—, Christian Carino, quien al parecer no pudo soportar más la idea de no tener lugar ni como cateto en el triángulo amoroso mediático, y se marchó dejando tras de sí un anillo y silencio. Miley Cyrus y Liam Hemsworth también lo dejaron. No fue amistoso, pero sí entretenido. Esta chica no sabe aburrir. Dios la bendiga.
Pero no todo son desgracias en el universo del corazón de los corazones. Dos personas que una vez fueron interesantes, Katy Perry y Orlando Bloom, parece que se van a casar. Y dos personas de las más interesantes del momento, el rapero Skepta y la siempre maravillosa Adele salen juntos. El londinense barrio de Tottenham tiene pareja oficial. Es bastante poco probable que ese barrio lo hayan pisado Meghan Markle o el príncipe Enrique alguna vez. Más ahora que son padres. Más ahora que el fantasma de la ruptura sobrevuela de nuevo sus vidas. Más ahora que ya se les acaban las coartadas a las realezas para actualizarse.
Si lo del libro de filosofía de Carlota Casiraghi junto a Robert Maggiori (Archipiélago de pasiones) no arrasa, la cosa se va a poner realmente preocupante. Eso sí, si triunfa, no habría que descartar uno analizando la obra de Akira Kurosawa escrito por la princesa Leonor. En catalán. Ella sola, sin ayuda. Faltaría más.
Finalmente, dos malas noticias. Por una parte, la dolorosa muerte de Luke Perry, el inolvidable Dylan de la serie Sensación de vivir. El efecto emocional de su pérdida fue mucho más grande que la suma de su trabajo. Y eso, aunque no lo parezca, le engrandece. Por otra, el amago de vuelta al infierno de 2007 de Britney Spears, quien anunció un cese indefinido de actividades pop a principios de año, tras cancelar su residencia en Las Vegas. Meses después ingresaba en un institución psiquiátrica.
Ausencias que dejaron huella en algunas vidas
Desde que vivimos en una sociedad en la que muchos creen que saliendo a correr en días alternos y desayunando kale y aguacate vivirán para siempre, como Walt Disney, la muerte parece haber dejado de ser un destino inevitable para convertirse en algo casi esotérico. Este año se han ido, como cada año, gentes que han significado cosas en nuestras vidas a las que jamás aspirarán gran parte de nuestros allegados. Desde la actriz danesa icono del cine francés Anna Karina (a los 79 años) hasta Gordon Banks (81 años), el portero que le dio el único mundial de fútbol a Inglaterra. También el piloto Niki Lauda (70 años), la actriz Doris Day (97 años) o el músico Keith Flynt, de The Prodigy (que se suicidó a los 49 años). Pero si algo de peculiar ha tenido este 2019 fue que, tras unos años copados en lo mediático por el fallecimiento de estrellas del rock de los sesenta (previsible hasta cierto punto) y de los noventa (preocupante hasta que se le echa un superficial vistazo a la biografía del finado), la cuestión de la muerte se cebó con una jovencísima generación. Nipsey Hussle (con solo 33 años), Juice Wrld (con 21), Hella Sketchy (con apenas 18)...
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