Seinfeld, risas sobre lo cotidiano y la nada
Por JUAN CARLOS GALINDO
Seinfeld says its all over and it’s no joke for NBC, rezaba el titular que ocupaba el lugar preferente de la portada de The New York Times un 27 de diciembre de 1997. Yo por entonces vivía en Segovia, sólo chapurreaba inglés, no me podía comprar el diario de referencia mundial pero sí sabía lo que era Seinfeld. Y lo sabía porque un día me crucé en la tele con unos tipos un tanto tardoochenteros, dos anodinos en su apariencia, otros dos estrafalarios a su manera, que cargaban un aire acondicionado perdidos en un parking. Era la parte final de los años noventa y mis padres habían instalado en casa, no sin cierto esfuerzo económico, Canal +, adelanto absoluto en el barrio que ya se distinguía en sus apuestas de las mama chicho y las ruletas de la fortuna de otros canales.
El capítulo en el que Jerry Seinfeld, George Constanza, Cosmo Kramer y Elaine Benes viven un auténtico suplicio en los aparcamientos de un centro comercial era, yo por entonces tampoco lo sabía, cuánta ignorancia, el episodio 6 de la tercera temporada y el segundo de lo que se llamó “episodios sobre nada”, que tiene su primera y máxima expresión en The Chinesse Restaurant, capítulo 11 de la temporada dos y que estuvo a punto de ser el final de la serie. Y no porque no gustase, que gustó, y no porque no fuese el espaldarazo definitivo para que la serie triunfase, que lo fue, sino porque Larry David, creador y guionista junto a Seinfeld, convencido del éxito de una fórmula inédita, amenazó a los directivos de la NBC con abandonar el proyecto si seguían imponiendo sus reticencias y prejuicios y no lo emitían. Este episodio es la clave, la esencia del objetivo de la serie, el paradigma de lo que buscaba. ¿Razones del éxito? Contar lo que le ha ocurrido a todo el mundo con gracia pero casi sin pretenderlo. ¿O es que nunca han estado en esta situación?
¿Por qué una apuesta por capítulos en los que no pasa nada, por una serie basada en lo cotidiano sin más? Porque Larry David y Jerry Seinfeld estaban convencidos de que se podía hacer un producto inteligente, mordaz, atrevido, divertidísmo, ácido en algunas ocasiones y surrealista en otras y único dejando que cuatro neoyorquinos y su entorno hablasen, saliesen, comiesen (en general mal), se sincerasen, se equivocasen, fueran mala gente o hiciesen el ridículo. La vida misma. Y lo consiguieron e hicieron que perdurase. La volví a ver hace dos años y no había perdido ni un gramo de locura y gracia. La estoy repasando ahora de nuevo y la veo todavía mejor.
Pero, como toda comedia que se precie, la ironía y hasta el sarcasmo sobre uno mismo está presente y es, en realidad, lo que mejor explica el germen de todo. Lo que sigue es el diálogo entre Jerry y George en el primer capítulo de la cuarta temporada. Tras una conversación absurda sobre la pronunciación en inglés y español de la palabra ‘salsa’, esto es lo que dicen:
Realidad, negocio y ficción se confunden
Otra clave del éxito fue la alegría con la que se valieron la realidad, usando trucos, como rodar exteriores que se suponían en Nueva York, incluida la casa de Jerry en el 129 oeste de la calle 81 en un bulevard de Los Ángeles, pero qué importa si el guión funciona. George Costanza está basado en Larry David y en cosas que le ocurrían, al igual que muchos de los guiones de los episodios. Jerry Seinfeld se interpreta a sí mismo. Kramer, que en el piloto se llamó Kessler, se basa en Kenny Kramer, un tipo que trabajaba cerca de la oficina de Larry David. George toma el nombre de un amigo de Seinfeld en la realidad, Mike Costanza. O examigo, imagino, desde que interpuso una demanda de 100 millones de dólares contra la NBC por daños. La perdió. La NBC, que no ha vuelto a conocer un negocio y un éxito similares, no estaba para bromas. El episodio final fue seguido por 90 millones de espectadores en EE UU y la serie aportaba a las arcas de la cadena 200 millones de los 1.000 que ganó en 1998.
Obsesionado por retirarse “en lo alto” como ha reconocido en varias ocasiones después, Seinfeld rechazó una oferta de la cadena de cinco millones de dólares por capítulo. Creo recordar que hizo alguna broma al respecto..
No es el lugar para hacer un resumen de los mejores momentos, pero no me resisto a unos cuantos homenajes para fans: yada yada yada; I’m out of the contest!!!; Steeeeelaaaa!!!; Yo yo ma; these pretzels are making me thirsty; Spongeworthy; No soup for you!!; Get the hell out of here; Babuuu!!! Hello, Neeewman, () espacio en blanco para que pongan cualquier expresión impronunciable o gesto irrepetible de ese personaje genial llamado Kramer.
Decía Spielberg que mientras estaba inmerso en La Lista de Schindler sólo los capítulos que veía de Seinfeld conseguían sacarle de la depresión. Si el maestro lo dice…
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