Greta Fernández, el ídolo ‘milenial’ que deslumbra al cine español
Greta Fernández es la revelación cinematográfica del año que termina. La hija del actor Eduard Fernández conquistó la Concha de Plata en el festival de San Sebastián y arranca su carrera hacia los Goya. El autor del texto la conoce desde que nació, incluso inspiró su nombre. Esta es la crónica de su reencuentro con ella.
GRETA FERNÁNDEZ (Barcelona, 1995), la actriz lanzada como un meteoro hacia 2020 después de sus recientes éxitos en el cine, aparece a media tarde en el bar del hotel Seventy de su ciudad y nadie gira la cabeza para mirarla. De hecho, yo mismo que la estoy esperando no me doy cuenta de que es ella hasta que está junto a la mesa. Viste un informe chándal aterciopelado de Nike color burdeos y se la ve tan menuda que parece casi una niña. Trato de conciliar esa imagen con la de la actriz inmensa en pantalla de La hija de un ladrón, la reivindicativa intérprete ganadora de la Concha de Plata en el festival de San Sebastián por esa misma película y la chica desenvuelta y segura de sí misma que pasea sin complejos ni tapujos su imagen entre natural, sexy y sofisticada ante 120.000 seguidores en Instagram. Esta tarde muestra una actitud tan relajada que roza la languidez y hasta un punto de aburrimiento. Me da dos besos rutinarios y, más que sentarse, se deja caer desmadejadamente en un sillón. Parece una imposible mezcla de Nadia Comaneci y James Dean femenino. Lo de la Comaneci no es en realidad raro, me digo, no solo por el chándal, sino porque su madre, la escritora Esmeralda Berbel (Badalona, 1961), a la que se parece tanto, fue gimnasta de joven.
La actriz pide un café con leche —“con leche de avena”, precisa— y se queda mirando las musarañas. Lleva el pelo muy corto y revuelto. La combinación de los ojos negrísimos rasgados y la boca generosa le confiere un atractivo muy especial. Hay un misterio en ella que podrías pasarte mucho tiempo escrutando. Tiene un granito en el lado derecho de la nariz que le hace parecer, a sus 24 años, aún más adolescente. Le digo que un poco se llama Greta por mí y eso parece despertar su curiosidad. Cuando iba a nacer ella, le explico, hablamos su padre y yo de nombres para nuestras respectivas hijas en camino y le mencioné a él, el actor Eduard Fernández (Barcelona, 1964), que había elegido el de Greta. A Eduard le gustó mucho y finalmente Greta se llamó así (mi hija, en cambio, no). Aprovecho para contarle que conozco a su padre desde hace tiempo, desde 1993, cuando hizo Roberto Zucco con Lluís Pasqual en el espacio desolado de lo que sería el nuevo Teatre Lliure. También conozco bastante a su madre, con la que he hablado de sus libros, a caballo entre lo autobiográfico y la novela, como el de 2017 Irse, en el que narra su ruptura con Eduard Fernández.
Greta Fernández lo escucha todo mirando fijamente. Acaba por agitar con suavidad la cabeza: “Estoy densa”. Un día de muchas entrevistas y actos, justifica. ¿Es consciente de la dicotomía entre la imagen pública que arroja y la que da en la intimidad, en el cara a cara?, arranco. “Doy muy niña de primeras, más pequeña de la imagen que doy en cámara; eso ha hecho que me costara conseguir papeles. Me han llegado a decir: ‘¿Cuántos años tienes? ¿14?’. Y me han dado a veces cosas muy naíf. En fin, poco a poco. Mi propia mamá me ha dicho: ‘Te veo tan guapa y luego tan normal”. En Instagram muestra, sin embargo, un gran dominio de su imagen. “Me gusta mucho la fotografía, y la moda, la estética en general. Instagram me encanta, aunque no me considero influencer. Me atraen la armonía, el equilibrio, las texturas”. Se ve que controla mucho su cuerpo en esas fotos. “Sí, que guay, desde pequeña soy actriz, pero hacía más cosas de moda. Aprendí a saber cómo posar. Me acostumbré a verme y a quedar bien, a saber cómo quedar bien”. Se la ve bastante desinhibida. “Quizá por mi trabajo, tengo más facilidad que otros a mostrarme. Y siempre he tenido muy buena relación con mi cuerpo. Puedo estar desnuda con mis amigas y estoy muy bien hablando con ellas sin ropa. No tengo ningún pudor. A veces eso me asusta un poco, ¿qué pensará la gente? No es algo sexual”.
La actriz coprotagonista de Elisa y Marcela, de Isabel Coixet, se considera feminista y le parece “una barbaridad que siga habiendo tantos casos de violencia machista”. Deplora “que se denuncie y no pase nada”, y que las actitudes machistas y los abusos verbales sigan enquistados en ciertos sectores de la sociedad y se puedan tener por normales. No obstante añade clavando la mirada: “El patriarcado os ha hecho mucho daño a los hombres también”.
¿Qué estudios actorales ha hecho? No tiene entrada en Wikipedia. “No, no estoy. ¿Sabes cómo se hace?, ¿lo tengo que hacer yo?”, inquiere. ¿Estudió en el Institut del Teatre? “No, en Eolia; luego, en la escuela de Nancy Tuñon y en el estudio de Laura Jou; después, cursos puntuales. A los 16 años estuve estudiando un mes en Nueva York. También he hecho un curso con Andrés Lima”. Qué gran tipo. “Sí, muy guay”. Greta Fernández se queda pensando y entonces suelta un imprevisto: “¿Qué será de mí el año que viene?”. Cosas buenas, sin duda. “Esperemos”. ¿Le gustaría hacer algo con Lima?, es un grandísimo director de actores. “Me encantaría, el teatro me gusta mucho, aunque la vida me ha tirado más para allá, para el cine. Desde pequeñita he hecho cosas y Àlex Mañas confió en mí cuando debuté profesionalmente en escena a los 19 años en Amanda T; fue una experiencia maravillosa. Pero el teatro es heavy, le tengo mucho respeto. Tengo que meterme de verdad algún día, antes de que sea demasiado tarde para según qué papeles”. Le digo que no parece que se le haga tarde ni para Julieta (que tiene 13 años en la obra de Shakespeare) y hace un mohín. “También es verdad que en teatro me pagaban muy poco, con eso no me daría ni para pagarme el piso; bueno, el que tenía en Barcelona sí, el de ahora en Madrid no”. Tiene un ejemplo muy cercano de alguien que combina estupendamente cine y teatro. “Es verdad, el amigo hace los dos”. El amigo es su padre, claro.
Le señalo que es curioso que llame a sus padres —lo hace durante toda la entrevista— papá y mamá. “¿Te parece?, siempre lo digo así, ¿cómo debería llamarles? Mi psicóloga me haría hablar de eso”. Debe ser complicado ser hija de dos padres artistas de tanto talento y de tanto carácter. “Dímelo a mí. Mis padres tienen sus cosas buenas y malas, como todos los padres. Yo no puedo más que estarles agradecida porque, aparte del cariño, me han dado mucha libertad, libertad para hacer lo que he querido hacer y para ser yo misma, me han dejado ser como quería ser”. ¿Tiene buena relación con ellos? Con su padre es obvio que sí, la química salta a la vista, su padre se muestra orgulloso y cariñoso siempre. También protector. Y de hecho me resulta imposible no pensar en que lo tengo detrás, y caracterizado de Millán-Astray, para darme un capón si me paso un pelo en la entrevista con su niña. Parece una relación preciosa. Greta Fernández sonríe. “Nos lo hemos currado mucho, hay una gran admiración y respeto. Tenemos una relación muy adulta, le confío todo; bueno, quizá no lo más personal. Con mamá también me llevo muy bien. Cada vez que vengo, voy a su casa mágica en el barrio Gótico, donde vivíamos, y eso es maravilloso viniendo de mis 40 metros cuadrados en Madrid… Los dos me han puesto muy bien los límites para no creérmelo demasiado, para tener los pies en tierra. Les da miedo que me vuelva vanidosa. Ella incluso me ha dicho con la Concha de Plata: ‘Los premios están sobrevalorados’. ¡Hombre, es un gran premio, estoy muy orgullosa, y yo creo que no va a pasar nada si abrimos una botella de champán para celebrarlo! A veces espero más admiración, ¡que no me voy a volver tonta, que no se preocupen!”.
¿A quién se parece más? “Me parezco mucho a los dos”. Están divorciados; ¿cómo ha llevado la separación? “Son sus vidas. A ella le ha costado más. Ese es el tema. Él tiene novia. Pero yo no debo entrar a formar parte de eso”. ¿Percibe con ellos el salto generacional? “Con todos vosotros. Nosotros tenemos más ganas de marcharnos, de irnos fuera, yo sé que no voy a quedarme en España. Yo le decía a papá: ‘¿Por qué no trabajas fuera?’. Veo a mi generación con otro chip en eso. Una actitud distinta. Mi chico, Luca, la tiene. O mira a Rosalía, ¡quién le hubiera dicho que se iba a forrar!”. ¿La admira? “Sí, definitivamente. La conozco, una maravilla; me enfada mucho que haya quienes la critiquen. Hoy se pide una responsabilidad a cualquiera que es importante por algo a la hora de tener opiniones”.
“Me han dicho: ‘¿cuántos años tienes? ¿14?’. me costó conseguir papeles por parecer muy niña”
¿Cuáles son las suyas en política? “He tardado en definirme. Hasta los 18 o 19 no me interesaba en absoluto. La política de hoy en día tiene un elemento de prensa rosa, en el sentido de que todo el día es El Tema, parece una telenovela y crea adicción. Me interesa, en cambio, ir al fondo, ver qué propone cada partido, no hablar por hablar. Papá me ha advertido: ‘Greta, vigila lo que dices y ten en cuenta que, si dices algo, te lo volverán a preguntar cada vez’. Hay que estar bien informada. Se da por descontado que, si eres famosa, tienes una opinión sobre todo y una opinión clara e inamovible y para compartirla. Entiendo que Rosalía, volviendo a ella, si no la tiene, defienda no darla”. Ha hablado de partidos; por eso, está de acuerdo entonces, al menos, con el sistema democrático actual… “Me parece utópico lo de querer volver a partir de cero. Me da urticaria lo de ‘a mí no me representa ningún partido’. ¡Tampoco me representan mi novio ni mis padres! Es en comparación con los demás que los elijo”. En cuanto a lo demás… “Me parece bien reciclar, ser vegetariano, pero este discurso que se olvida de lo fundamental que es el factor económico, el capitalismo, la verdadera lucha de la gente para sobrevivir, me parece una moda. No dudo que haya elementos fundamentados, pero no puede olvidarse que el gran cambio ha de darse en el funcionamiento de las grandes empresas y el sistema económico y financiero”. En La hija de un ladrón sale un panorama social de aúpa. “Sí, transcurre en Ciudad Meridiana; esa es la Barcelona real, la película habla de la España que sobrevive”.
Resopla al preguntarle por el procés. “No suelo dar mi opinión, porque tampoco es que tenga argumentos. No soy indepe, hay algo visceral y pasional en serlo que yo no siento. Por otro lado, el tema empezó con CiU y no me fío un pelo. Es verdad que me parece injusto lo de los presos políticos. Si el PSOE consigue finalmente formar Gobierno, creo que hay esperanza”.
“Veo a mi generación con otro chip. Tenemos más ganas de marcharnos, de irnos fuera”
Para cambiar de tercio le pido su opinión sobre el affaire Lluís Pasqual, la salida del Lliure del director con la denuncia de una actriz por malos tratos por medio. “Me he mantenido al margen. Muchos colegas estaban a favor de que se fuera Pasqual. Si hubiera estado dentro, podría opinar. Por supuesto, si un director trata mal a su equipo, adiós, ciao. Por otro lado, mi padre adora a Pasqual. En fin, no he estado allí”.
Llevamos un montón de rato y aún no hemos hablado de interpretación. Ella siempre se ha mostrado partidaria de trabajar desde fuera adentro. ¿Entiende el concepto “brechtiano”? “Sí, claro”. Nos reímos los dos a la vez, ella de manera sorprendentemente estentórea. “Muchos actores no opinan como yo y quizá cambie con la vida. Mi papá me explicó que tenemos que tomar siempre decisiones antes de empezar a encarnar el personaje. Esa es la diferencia entre el buen actor o el excelente actor. Cuando solo lo haces a partir de ti, el personaje queda reducido. Tiene que haber un marco, algo que acote el campo, unos límites. Ahí dentro sí puedes dejarte luego ir más. Me pasó en La hija de un ladrón. Me daban muchas ganas de llorar. Si no me hubiese dirigido Belén Funes como lo hizo, si no lo hubiésemos preparado antes, me habría emocionado y tirado a la piscina. Si no hubiera decidido antes con Belén que este personaje no llora, porque si lo hace no sale de casa, no habría sido tan impactante. Instintivamente quieres enseñar mucho, dar un recital de actuación, por vanidad, pero no toca; toca trabajar, limpiar, ser meticuloso”. Eso es puro su padre. “Sí, sí”, admite con una gran sonrisa. “Papá dice que la diferencia entre un personaje y tú es que tú actuarías diferente”. ¿Qué cree Greta Fernández que es lo mejor de ella? Duda, y se apoya dos dedos en la mejilla, pensativa. “No sé, sé que si sigo así me convertiré en una actriz distinta a las demás. En pantalla tengo algo que he heredado de mi padre. Soy muy expresiva con los ojos. Se dicen muchas cosas con los ojos. Soy muy de detalles. Hay un cierto cine que es así y me va muy bien”.
Volviendo a Shakespeare. ¿Le gusta? “Mucho. Cuando mi padre hizo Hamlet, lo fui a ver tropecientas veces. Lo hacía en doblete con La tempestad, una propuesta de Pasqual. Yo lo que querría es ser Ofelia”. La actriz considera que ha empezado “al revés” que su padre, que fue del teatro al cine. “Es increíble que él haya sabido manejarlo tan bien”. Opina que su propia generación “en general lo ha tenido más fácil en la tele que en el teatro”.
“Tengo que meterme de verdad en el teatro, antes de que sea tarde para según qué papeles”
Confiesa que no canta —“aunque mis padres dirían que sí, porque son mi padres”— ni baila —“solo cuando salgo con los amigos”—. Lo suyo, recalca, es “la interpretación, la fotografía y escribir”. Sorprende diciendo que practica el boxeo y se queda preocupada cuando le comento que tenga cuidado con los golpes en la nariz, que a menudo se reciben incluso en entrenamiento. Se la ha comparado con Ariadna Gil. Asiente. “Mi madre y ella se parecen mucho físicamente”.
La química con su padre en La hija de un ladrón ha dado mucho que hablar. ¿Fue duro interpretar una relación tan mala, tan tóxica, padre-hija? “No mezclamos nada de nosotros. Los dos estábamos preocupados por si se producía alguna interacción con nuestra relación real, pero no pasó, y mira que la de los personajes es horrible. Fue fácil y bonito. Ni un poquito de rencor, nada. En ese sentido, ¡aburridísimo!”. Curiosamente, a medida que ha ido desarrollándose la conversación, la actriz ha parecido ir creciendo. Ya no queda nada de la niña del inicio. El último rato, Greta Fernández ha estado tocando cosas impaciente, la cucharilla del café, el tapón de una botella de agua, las esquinas de un periódico sobre la mesa, y metiéndose las manos bajo las mangas del chándal. “¿Algo más?”, dice atenta, pero visiblemente deseosa de marcharse. Lo hace después de darme otros dos besos, ahora con un abrazo inesperadamente cálido. Esta vez, cuando al irse atraviesa el bar, hacia un futuro de cámaras y éxitos, es imposible dejar de mirarla.
Ayudante de estilismo: Nora Ferreira. Ayudantes de fotografía: Anxo Casal y Alex Zuaz. Maquillaje y peluquería: Alizia Moreno (Kaasel Kasteel Artist Management).
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