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Columna
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Viaje a la Luna

El paseo lunar de Armstrong ya es parte de nuestra prehistoria

Julio Llamazares
El astronauta Buzz Aldrin, posa para una fotografía junto a la bandera estadounidense clavada en la Luna, el 20 de julio de 1969.
El astronauta Buzz Aldrin, posa para una fotografía junto a la bandera estadounidense clavada en la Luna, el 20 de julio de 1969. NASA

Mañana se cumple medio siglo desde que los astronautas de la nave espacial Apolo 11 pisaran por primera vez la Luna y de que su comandante dejara para la historia la célebre frase: “Este es un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la humanidad”, y desde hace semanas la prensa de todo el mundo está publicando artículos sobre un acontecimiento histórico que quienes ya teníamos conciencia en 1969 recordamos con intensidad, cada uno según lo vivió (yo lo he contado en una novela: en mi casa, rodeado de vecinos del pueblo de mis abuelos, en el que apenas sí había entonces tres o cuatro televisiones). Pero de lo que ningún artículo habla es del viaje a la Luna que los que asistimos a aquel acontecimiento hemos hecho en este medio siglo transcurrido desde entonces. Cuando Neil Armstrong pisó la superficie lunar en la Tierra aún no había Internet, ni teléfonos móviles, ni cajeros automáticos, ni televisión en color.

A los más jóvenes les parecerá increíble, pero el mundo del que despegó el Apolo 11 estaba más cerca del tiempo pretérito que del que vivimos hoy, y ello a pesar del esfuerzo tecnológico que la aventura espacial supuso. La tecnología —y no solo ella— se ha desarrollado más en estos 50 años que en los 50 siglos anteriores y el mundo ha cambiado en igual medida. Alguien que muriera entonces y regresara a la vida hoy se encontraría tan fuera de la realidad como los astronautas del Apolo 11 sobre la superficie lunar. Por eso digo que el verdadero viaje a la Luna lo hemos vivido los que ya teníamos conciencia en 1969, que hemos pasado de un mundo analógico a otro digital y de una cultura humanística a otra tecnológica sin estar preparados para ello.

Cuando Neil Armstrong, el hombre que por primera vez puso su pie sobre la superficie lunar, paseaba por nuestro satélite ante las miradas emocionadas de 500 millones de espectadores (la sexta parte de la población mundial) seguro que no imaginaba que el planeta que abandonaría definitivamente en 2015 a la edad de 82 años iba a cambiar tanto, pese a ser un hombre de ciencia. Como mucho imaginaría que a su regreso a la Tierra llevaría una vida menos tranquila (su fama le siguió hasta su final), pero no que el mundo se transformaría tanto en los años que le quedarían de vida. Como todos los humanos, pasó de un mundo tradicional a otro que entonces era ciencia ficción, y lo hizo casi sin darse cuenta, mientras daba clases en la Universidad y concedía entrevistas —cada vez menos— para los medios. Al final, se retiró a una granja desde la que declaró con naturalidad: “Los que vivimos en el campo pensamos que los que viven en la ciudad son los que tienen problemas”. En el campo o en la ciudad, el mundo cambiaba a ritmo vertiginoso, y con él, quienes asistimos al paseo lunar de dos hombres (Armstrong y su compañero Aldrin) sin saber que una nueva época, la de las comunicaciones, estaba iniciándose y que se aceleraría a un ritmo vertiginoso, tanto como para perder la conciencia de que eso sucedía, como si viajáramos a una nueva Luna. Desde este nuevo mundo miramos hoy hacia atrás y vemos aquel fantástico viaje espacial del Apolo 11 tan lejos en el tiempo que, más que 50 años, que ya son muchos, nos parece que ha pasado una eternidad. La que separa el mundo en el que vivimos de aquel en el que asistimos emocionados al paseo lunar de unos astronautas que forma ya parte de nuestra prehistoria.

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