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Mary Karr: “Mientras eres amable, los hombres te protegen. El minuto en que dejas de serlo, empieza la batalla”

Mary Karr.
Mary Karr.Vincent Tullo
Anatxu Zabalbeascoa

Desde que publicó en 1995 El club de los mentirosos, la primera de sus tres novelas memorialistas, Mary Karr es conocida en todo el mundo. Ahora se traduce al castellano Iluminada, el tercer libro de la serie. Todos ellos son de una crudeza sorprendente. La vida de esta mujer ha sido terrible: sus padres eran borrachos, fue violada dos veces y fue adicta a la cocaína y al alcohol. Además de novelista y poeta, Karr es desde hace 30 años profesora en la Universidad de Siracusa (Nueva York)

SU NOVELA El club de los mentirosos marcó un antes y un después en el género de las memorias en EE UU. Tan cruda como desternillante y conmovedora, recrea su infancia con una madre culta y alcoholizada, mientras su padre se evadía bebiendo con sus amigos, los mentirosos. Desde hace 30 años, Mary Karr (Groves, Texas, 64 años) da clase en la Universidad de Siracusa (Nueva York). Ha firmado ensayos, como El arte de la memoria, y tres poemarios autobiográficos. Ahora se traduce al castellano su tercera memoria, que da cuenta de su propio alcoholismo, su cura, su transformación en escritora y su encuentro con una fe que es más fe en el ser humano que en ningún dios. Iluminada es, para Karr, su texto más maduro, un viaje a través de la maternidad, la culpa, la caridad y el humor. En su pequeño y luminoso apartamento, en el Upper East Side de Nueva York, hay un rincón con cojines: el reclinatorio donde reza a diario. Karr es diminuta. Parece que pesa medio kilo. Su fuerza y desvergüenza mantienen la cara de la niña despierta que fue. Dice que está sola y que es más feliz que nunca. No elude ningún tema: ni sus adicciones ni su noviazgo con David Foster Wallace. Ha hecho scones, no para el té de las cinco, más bien como quien se los come a mordiscos en el parque: los unta directamente en la mantequilla.

¿Qué le dio el valor de rebuscar en una infancia tan difícil? Necesitaba el dinero. Acababa de divorciarme. Tenía un niño de cinco años y no tenía coche.

Su franqueza marcó un antes y un después en el género. ¿Solo se aporta desde la sinceridad? Muchas mentiras venden libros. Lo que conmueve no tiene por qué ser verdad. Pero al mentir, cierras la puerta de la verdad. Puedes pensar que mientes en un detalle insignificante, pero la elección afecta al todo porque tu mente buscará lo bonito.

¿Tuvo que luchar para no embellecer su infancia? Uy, no. Si uno crece en una familia de alcohólicos sabe que mienten todo el rato. En plan “Ne stoy brrascha” [imita] ¿sabes? Eso, de niña, me volvía loca. Luego, cuando salí al mundo, estaba tan deprimida, herida y atrapada que empecé terapia con 19 años.

“Hay muchas mentiras que venden libros. Lo que conmueve no tiene por qué ser verdad. Pero al mentir cierras la puerta de la verdad”

En Iluminada explica cómo un profesor la ayudó. No me dijo que necesitaba ayuda, me la buscó. Él y su mujer se inventaban trabajos tontos para poder pagarme y que yo pudiera pagar la terapia. Esa terapeuta dijo que tenía que ir a ver a mi madre y preguntarle por qué había intentado matarme con un cuchillo. Hasta entonces la creía cuando decía que si no tuviera hijos sería más feliz. Claro que no lo hubiera sido.

La maternidad puede ser una opresión. Claro. Los hijos son vampiros, chupamos la sangre. Pero tuve uno. Y entonces es cuando te das cuenta de cómo ha sido tu madre. Yo no tenía ni idea de cómo serlo, carecía de referencias.

¿Su hermana no la ayudó? Mi hermana se casó con un tipo del Ku Klux Klan y yo tenía un novio negro. La última vez que la vi me tiró un secador de pelo a la cabeza. Se parecía a mi madre, aunque nunca bebió. Fui a terapia durante años. Pero lo que me curó fue dejar de beber.

¿Por qué empezó a leer memorias tan temprano? Porque no sabía cómo ser una persona. No sabía cómo vivía la gente. Intuía que lo que hacíamos nosotros era raro y equivocado. Tampoco sabía cómo convertirme en escritora.

Pero sabía que quería serlo. Solo tenía a los libros.

Y se los debe a su madre. Sí. Era tan lista…

Tan lista que siendo alcohólica, hereda y se compra un bar… Le diré algo, mi madre era tan competente…, tenía una mente fuera de serie, habilidad para dibujar o construir una casa, pero la maternidad es escribir con una mano y hacer la comida con la otra en parte por tu propia autoexigencia, no porque nadie espere tanto de ti. Es enloquecedor. Nos educan con esa autoexigencia.

¡No a usted! La sociedad lo hace. Cuando tu casa no funciona buscas referencias fuera. Las chicas jóvenes nos van a sacar de ese círculo vicioso.

¿Teme que el movimiento MeToo se convierta en una moda? Le diré lo que pienso. Cada semana una joven entra en mi despacho de catedrática para decirme que ha sido o fue violada. Llevo 30 años dando clase y ha pasado siempre. Tenemos una idea metida en la cabeza: las mujeres no tienen poder, usan el sexo para conseguir favores de hombres poderosos y luego se arrepienten o avergüenzan y culpan a los hombres. Ese es el punto de vista masculino. Mientras eres amable, los hombres te protegen. El minuto en que dejas de serlo, empieza la batalla. Y vas a perder. Cuando me gradué en Princeton, el director del programa se puso ante la puerta de su despacho. No me tocó, pero se humilló contándome que había sido gordo y que las chicas no le hacían caso para que me acostara con él. Le dije que yo había sido flaca y rara y que eso no importa. Estuvo 45 minutos sin apartarse de la puerta. Le dije: “Va a tener que venir aquí y violarme, pedazo de cerdo”. Al final decidió que estaba loca. Lo peor llegó luego. Dijo a los profesores que me había pedido en matrimonio y me había burlado de él.

Vincent Tullo

En Princeton. Sí. Las profesoras le creyeron. Mis estudiantes negros se quejaban de que les pedían el carnet. Decían que tenían miedo de que los mataran. Y yo le restaba importancia: “¿Y qué más?”. Me equivocaba. Nuestra generación de feministas se equivocó. Hemos permitido que todo esto siguiera mirando para otro lado, no perdiendo el tiempo en lo que creíamos que no podía cambiar.

¿Qué aconseja a las alumnas que le cuentan una violación? Que si quieren cambiar las cosas deben denunciar y estar preparadas para que no las crean.

Se lo cuentan porque usted contó en sus libros que sufrió dos violaciones. Sin embargo, no destapó a los violadores. En los libros cambié todos los nombres salvo los de mi familia. En mi barrio había niños catalogados como “malos” por los vecinos. Ninguno me hizo nada. El que me violó venía de una de las “buenas familias”. Lo describí con corrector dental para que la gente supiera que no era de los pobres. Cuando lo publiqué, otra chica me contó que la violó. Se lo dijo a su padre y él se pegó un tiro. Quiso matar al tipo, se emborrachó y acabó matándose. El hermano de mi violador es uno de mis mejores amigos. Se lo dije hace poco y fue maravilloso porque no dudó de mí.

¿Le preguntó por qué no lo había dicho antes? Es siempre lo mismo: no quieres causar problemas. Cuando les dije a mi hermana y a mi madre: “Me violaron dos veces, primero el vecino, luego tu segundo marido”. Ella dijo: “Qué hijos de puta”. Y mi hermana: “Vamos a pedir comida mexicana”. Eso fue todo.

¿Por qué no podemos ser amables para poder sentirnos libres? La amabilidad les ha permitido imponerse por la fuerza durante años. Pero no podemos hablar así de los hombres. Es un porcentaje pequeño el que hace eso. Los mejores están descolocados preguntándose qué han hecho mal. Pero cuando uno abusa, no le dice a alguien que tiene las piernas bonitas. Lo coge, lo fuerza y le impide que se mueva. La imaginación es otra cosa. Yo me he imaginado tirándome al repartidor de leña. Eso es la fantasía, una maravilla que nada tiene que ver con los hombres que se masturban en el metro o con el profesor de Princeton, al que por cierto despidieron: se había acostado con ocho estudiantes.

Y eso que era gordo y feo. Pero tenía el poder. ¿Cuál es la lectura? Que las chicas querían subir nota. Yo no compro esa defensa del abuso de poder. No me interesa ser amable si no me respetan. Su defensa es que no se puede ni piropear, cuando lo que no se puede está muy claro.

¿Es más fácil comunicar el dolor? Hay una frase que atribuyen a Tolstói pero que escribió Henry de Montherlant: “La felicidad escribe en blanco”. El dolor exige voluntad, huir de él o repararlo. La lucha, el grito o el insulto duran mientras que la dulzura se derrite como azúcar en agua. En el mundo hay maldad, pero también hay mucho amor, que es lo que nos salva. Está en todas partes, incluso en esta conversación. Con 20 años yo hubiera estado pensando: es más guapa que yo o más cosmopolita…

Su verdad es el horror y lo mejor. Su madre trató de matarlas, pero también las instruyó. Los contrarios conviven. Antes de cumplir 15 años leí a Sartre, a Shakespeare, Neruda, Lorca o T. S. Eliot. La verdad es un terreno complejo.

“La naturaleza del alcoholismo es progresiva. Beber funciona. Cuando empiezas es maravilloso. Luego empeora y ya no deja de empeorar”

Su adolescencia fue una búsqueda, se fue de casa con 17 años. Y una sucesión de adicciones. En los setenta, en California, era más fácil conseguir drogas que cerveza. Estuve tan enganchada a la cocaína que supe que no podía tomar más. Hoy cuando voy al dentista no tomo analgésicos. Me dan miedo.

Su mayor adicción ha sido el alcohol. ¿Qué la desencadenó? Tener un hijo cuando no había sido niña. Saber que eres responsable de un ser tan vulnerable cuando nadie se ha hecho responsable de ti es psicológicamente duro. Ahora sé lo que necesito: una vida organizada, ver a amigos y cuidarme. Eso me hace fuerte. Y libre.

Dedicó Iluminada a su hijo. ¿La ha leído? No. Leyó El club de los mentirosos, aunque quité las páginas de la violación.

¿Por qué? Es demasiado gráfico. Sabe que fui violada, pero no necesita tener esas imágenes en el cerebro.

¿Por qué está peor vista una mujer borracha que un hombre borracho? Se supone que aguantamos peor el alcohol. Yo creo que un hombre no aguanta a una alcohólica de la manera en que las mujeres aguantan a su pareja alcoholizada.

Lleva 30 años sin probar el alcohol. Fue a reuniones de Alcohólicos Anónimos en Boston. ¿Hubiera sido distinto en Texas, donde creció? Oh, también he ido en Texas. Y en España, en Vietnam… Vas cuando lo necesitas. A veces somos tres en la parte trasera de una tintorería. Estableces relaciones de extrema cercanía con gente que nada tiene que ver contigo salvo la cosa más importante de tu vida.

¿Y siempre ayuda? La naturaleza del alcoholismo es progresiva. Beber funciona. Cuando empiezas es maravilloso. Luego empeora y no deja de empeorar. Si te tomas una botella de whisky y crees que en 10 años seguirás bebiendo, lo mismo te equivocas: beberás dos. Primero perderás la casa, luego te dejará tu pareja y luego o te meten en un sanatorio o te quedarás en la calle. Pero no puedes parar porque en tu cabeza beber te ha solucionado la angustia y te va a ayudar otra vez. Cuando aceptas que ya no eres la persona que lo pasaba bien bebiendo, tienes la opción de Alcohólicos Anónimos. Lo que nos une es que queremos recuperarnos de una enfermedad mortal.

Su conversión al catolicismo es otra sorpresa en su biografía. Lo sé. En mi vida solo había oído despotricar contra la Iglesia. Hice un tour por todas. Los baptistas me gustaban porque cantaban. Pero cuando hablaron mal de la homosexualidad, supe que no podría apoyar eso. Al final fue con un cura, el padre Cane, con quien aprendí sobre caridad y amor desinteresado. Lo tenía todo: parálisis, cáncer, úlceras. Le pregunté si estaba enfadado con Dios y contestó que todavía no. Aunque no era ni demasiado listo ni elocuente y era de derechas de una manera que no me gustaba, se comportaba como un gran ser humano. Le pregunté: “¿Cómo puede votar lo que vota y dejar que los gais entren en su iglesia?”. Contestó: “Los echaron de la iglesia presbiteriana y me pidieron el sótano para reunirse. Se lo dejé y empezaron a venir a misa”. Entonces me di cuenta: no es más complicado que eso.

¿Por qué se hizo específicamente católica? A mucha gente que ha sido educada en el catolicismo no debería estarle permitido ser católico. Yo nunca me fui a confesar y mentí. Necesitaba decir la verdad. Sé que el catolicismo se puede asociar a abusos de la Iglesia, pero en mi caso fue una luz que en lugar de cegarme me iluminó. Seguro que ha conocido gente que ha sentido que eran santos.

Pocos. Son pocos. Dorothy Day decía que los pobres huelen mal y son desagradecidos. Es ese realismo. Nada que ver con las mujeres que pasan el rosario y que tienes la sensación de que se te van a comer viva. Compartir será la religión del siglo XXI. Estoy a favor del aborto. Y tienen que cortar esa mierda de los condones. Pero para mí el catolicismo es la posibilidad de volver a ser niña y que alguien me guíe. No me salvará de lo malo, pero hará que, cuando llegue, pueda afrontarlo.

Vincent Tullo

Ese crecimiento espiritual ¿debe asociarlo a una religión? Estar sola en casa es muy peligroso para un adicto.

Cuando llegó a Harvard escribió: “No conseguiré trabajo. Hasta los dependientes de librería tienen doctorados”. Cuando decidí ser escritora soñaba con ver mi nombre impreso, no con tener un gran libro, no era tan lista. Pensaba en la foto de la sobrecubierta, en cómo posaría.

¿Hay un límite para el humor? Creí que sería más sarcástica… ¿Y mala? Puedo serlo. Mire, la noche en la que les dije a mi madre y a mi hermana que había sido violada de niña, mi hermana me preguntó: “¿Por qué nadie me violó a mí?”. Le contesté: “A lo mejor no eras lo suficientemente mona”.

¿Cuándo perdió el miedo? Cuando decidí que estaba dispuesta a parecer tonta para evitar ser estúpida.

Fue novia de David Foster Wallace. David estaba loco. Cuando estábamos sobrios fue un buen amigo y todavía pienso que fue tan, tan estúpido que se matara… Creo que la mayoría de las personas que se matan están matando a la persona equivocada.

¿Fue su caso? Creo que hubiera querido que muriera su madre. Era muy promiscua. Había tratado de acostarse con sus amigos del instituto. Él nunca escribió de eso.

Llevamos dos horas hablando de malas madres. De los padres ni hablamos porque o no estaban o, en el caso de David, era también un monstruo. Mi padre tiene un aprobado porque no intentó matarme con un cuchillo, aunque nos dejó en manos de mi madre y bebió hasta matarse. Con todo, no sé ni cómo explicarlo, él se iluminaba cuando yo entraba en una habitación. Pensaba que era lista, divertida y mona. Era un fan. Si le hubiera dicho al director del colegio “béseme el culo” y me hubiera ido, su reacción hubiera sido: “Que le den a ese tipo”. Eso te fortalece y te enloquece a la vez.

¿Será capaz de escribir algo que no sea autobiográfico? Dediqué tres años a una novela terrible. Ahora trabajo en un ensayo sobre tener la edad que tengo. El otro día le dije a mi hijo: “Quiero morir acompañada de la señora de la limpieza”. Pagué por los últimos meses de mis padres, los cuidé y no fueron felices. No quiero hacerle eso. No quiero causar más miseria de la que he causado en la vida. Prefiero que él y mi nuera estén por ahí haciendo algo fabuloso. 

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